viernes, 31 de agosto de 2012

Ventanas


Ventanas


Ella me vió primero, según me contó después. Yo solía estar mucho tiempo con mi guitarra cantando cerca de la ventana. Ella, algunas ventanas más arriba, dice que oyó algo que le interesó, una letra que hablaba de barrios y casitas bajas, con perfumes que le recordaban su lejana infancia. No lejana por el tiempo, si no por la distancia. No tengo que aclarar por qué el contacto directo era poco probable, aunque no imposible, ¿No? Pero eso no importaba, no al menos a nosotros pareció no importarnos.
Con un “Hola”, que yo tomé agradablemente porque no era habitual en mí comunicarme con el resto del mundo, digamos que comenzamos a conocernos. No en el sentido bíblico, no. Y tampoco la palabra es “conocernos”. Creo que nos “reconocimos”, recordamos cuál había sido nuestros encuentros anteriores. Recuerdos de cosas que no pasaron, de sueños quizás. De haber estado juntos en lugares que no estuvimos. De habernos acompañado en situaciones en los que la realidad nos mostraba solos. Todo eso surgió desde que un día yo me animé a encararla.
-¡Hola!- le devolví el saludo varios días después del suyo, el iniciático.-¿Cómo me conociste?- pregunté, entre idiota y simpático, si esa diferencia existiese.
-¡No te conozco! Me gustó lo que cantabas, me trajo hermosos recuerdos. ¿Sos cantante?- me preguntó con cierta inocencia. Era evidente hasta para mí que yo no era cantante, así que mi ego tomó impulso para reprimir al reaccionario que se sentía burlado, y con la más profunda calma le respondí:
-¡No! ¿No se nota? Soy locutor, pero trabajo en un puesto de diarios y revistas. ¿En serio te gusta lo que canto?- pregunté inflando el pecho y casi sacando medio cuerpo por la ventana.
-Bueno, esa canción sobre tu barrio sí. No he escuchado otras… ¡Perdón!- me dijo, y yo no sabía si pedía perdón por burlarse o porque se quería disculpar de que yo me sentía burlado. No importaba en realidad, ya no.
Desde ese momento, paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, nuestras vidas fueron conformando una rutina diaria en común. Yo, siempre firme junto a la ventana con mis canciones, mi guitarra y mis mates para acompañarme. Ella, desde su inaccesible ventana, seguía con sus tareas habituales, pero siempre dando señales de que estaba atenta a mí. Se asomaba cada mañana para decirme buenos días, mientras yo le dejaba una canción de regalito. Cuando por la tarde volvía de mis tareas, allí estaba ella, que me seguía con la mirada y me acompañaba. No había noche en la que no se despidiese de mí, con un beso que dejaba caer, con un corazoncito que dibujaba en el aire para que yo lo viera. Y si, fue inevitable que me enamore perdidamente, como un chico. Y yo seguía cantándole a ella, con historias tan incongruentes que hablaban de Brujas; Cíclopes; futbolistas; tangueros; psicólogos y psicópatas; Reinas y Caballeros; Cowboys y bataclanas… Todo un Universo paralelo que inventé para nosotros, para estar en él y ser felices allí. Y ella respondía cada vez, siempre sorprendiéndome con regalitos insospechados, como avioncitos con cartas y dibujos que ella hacía pensando en nosotros. Vamos, el amor. Como dije, como dos chicos enamorados. Así días, semanas y meses.
Pero como todo lo que nos parece perfecto, en algún momento cambia. Un día, la ventana estaba cerrada. Yo cantaba, pero nadie se hacía eco. Ese día, nada de lo que hice surtió efecto. Hasta piedras tiré hacia el vidrio que de ella me separaba.
Otro día, al ver la ventana abierta empecé a cantar mi canción a los gritos, pero ví que una gris cortina impedía ver hacia adentro. Aunque no impedía que ella me escuche, entendí que no quería hacerlo. Y a pesar del golpe que significó que mi ilusorio amor, mi platónico amor me ignorase decidí que eso no iba a impedir que yo siguiese siendo en quién me había convertido. Y que nada iba a hacer que ella no me provoque cantar cada día, ni siquiera ella. Y que le iba a seguir cantando, para que me escuche, aunque no lo sepa, aunque no le importe. Y las letras seguirían hablando de un amor perfecto, porque su hermosura lo merece, aún distante y en el éter, como un fantasma. Porque sus ojos profundos son una ciénaga en la que me sumerjo y me olvido de que en el mundo hay pobres, hay hambre y guerras. Porque su voz aparece en mis sueños para decirme cada noche que me extraña, y que desea que me aparezca en su cuarto para abrazarla tan fuerte que le queden la huella de mis brazos marcados como cicatrices en su cuerpo. Porque esa boca solo inspira cerrarla con mi boca. Y porque, ¡Puta madre! Nada, ni ella va a impedir que yo sea feliz.
Aún en soledad, cantando para unas cortinas grises o una ventana alta y cerrada. Ella siempre va a escucharme, aunque sea en mis sueños. 
Aunque sea en los suyos.




I look at you all see the love there thats sleeping
(te miro a tí toda, veo el amor ahí que está durmiendo )
While my guitar gently weeps
(mientras mi guitarra gentilmente llora)

"While my guitar gently weeps", George Harrison



2 comentarios:

  1. La puta madre a la mina que no sale a la ventana!Texto de esos con los que te peleás con uno de los personajes porque no hace lo que vos hubieras hech o hubieras querido...muy lindo texto, de los que me gustan, de los que me pelean!Sabrina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. JA!Gracias Sabri!!!Por ahí, si sale él termina perdiendo.El amor nos hace mejores personas, siempre.Gracias por pasar siempre, besos!!!

      Eliminar

Muchas gracias por comentar!!!Espero que mis ganas de escribir coincidan con tus ganas de leer.Si te gustó, compartilo.Y si no,también.