martes, 31 de julio de 2012

Princesita


Princesita
Mientras preparaba el desayuno, la ví llegar a la cocina. Estaba radiante, y esa luz era la que iluminaba mi vida. Se me hizo un nudo en la garganta, pero para no transmitirle esa angustia, dejé que bese mi mejilla y me diga:”Buen día, Pá.”
Ese era mi motor desde que la madre la abandonó. Y digo la abandonó, porque eso se lo hizo a ella. Conmigo nunca estuvo, más allá de que en algún momento fuimos “nosotros”, un nosotros tan falso como todo lo que fue “nuestro”. Era hermosa, tanto como desalmada resultó al irse.
Desde entonces, hace ya casi tres vidas atrás, solo me dediqué a lo que estaba haciendo ahora: Ser el padre de mi princesita. Una princesita sin linaje, porque yo lejos estaba de ser un rey, y de la madre… Bueno, a la madre ya no quiero ni recordarla.
Revolvía mi café para que se asiente la cucharada de azúcar que le había puesto, y de reojo la miraba. Sus ojos eran el centro de su belleza, tan redondos y profundos; tan sencillamente marrones, que eso era lo que más resaltaba. Muchas se destacan por el color de sus ojos, eso es fácil. Con los ojos azules, cualquiera llama la atención. Pero la vivacidad, la expresividad de sus ojos eran únicos, tanto como su delicada belleza.
Su pelo castaño oscuro, con algún atisbo de ondearse en los extremos. Su boca, que cuando sonreía iluminaba el barrio entero. Era además atlética, de esos cuerpitos inquietos que se modelan con la actividad, con lo eléctrico de sus movimientos, con su incansable trajinar diario. Era, como digo, perfectamente hermosa. Y no lo digo yo, me lo dijeron siempre desde que era una bebé.
Cuando pienso en eso, me empiezo a angustiar. ¿Quién será el tipo que entre mañana por esa puerta, queriendo convencerme de que es lo mejor para ella? Imagino que candidatos debe tener de a cientos, aunque ella no me lo cuente. Es evidente como la miran, pero digamos que yo tengo aspecto de ser muy intolerante en esas cuestiones, y ninguno lo evidencia en mi presencia. Alguna que otra miradita pesqué, pero digamos que por ahora nada serio.
Mi miedo real es el de todo padre: Que le toque uno como yo. Uno sabe lo qué es capaz de hacer a cierta edad por salir con una preciosura así. Vender a la madre como donante de órganos si es necesario. Traicionar a sus mejores amigos, engañar a las novias más fieles. Abandonar estudios, trabajos, carreras. Y lo que sea necesario. De hecho, yo lo hice por la madre de ella. Y cada vez que recuerdo eso, pienso que quién tenga la suerte de tenerla, no va a sufrir lo que sufrí yo, porque ella está destinada a ser distinta. A ser feliz. O quizás, la razón por la que estoy tranquilo es que me tiene a mí para cuidarla de que le toque alguien como yo.
Y tan concentrado estaba en eso, en su posible noviazgo, y con la velocidad con la que nos atropella el tiempo, en su cercano casamiento, que no pude darme cuenta que ella y sus enormes ojos me estaban mirando lagrimear casi.
-¿Qué pasa, Pá? ¿Por qué llorás?- me dijo.
Y  yo saqué fuerzas para que mi voz no me delatara, y firmemente le respondí:
--Nada, princesa, ¿Qué me va pasar? Hoy es un día importantísimo, para vos y por consiguiente para mí también, es eso. Terminá el desayuno, falta peinarte todavía, tenés que estar perfecta hoy, porque hermosa ya naciste. Dale.-y me di vuelta hacia la pileta en la que debía lavar mi taza, tratando de ganarle a la emoción para que no me vea así. Y justo cuando se apuró para abrazarme y darme un beso tan grande que no me cabía en el cuerpo, yo ya estaba repuesto. Y dejé que lo haga, le devolví el beso y la vi irse para terminar de aprontarse. 
Y no quise volver a pensar en novios, casamientos, y tipos como yo que se encuentran con mujeres hermosas como ella.
Hoy ella terminaba el preescolar, y yo todavía no la había peinado.






“…Y, además,
tengo una muñeca que regala besos.”
Joaquín Sabina, cantautor español.

sábado, 28 de julio de 2012

Evolución.


Evolución

Cuando la vió entrar al pub, donde él estaba acodado en el extremo de la barra más lejano a la puerta, porque desde ahí se campanea el boliche completo, no pudo dar crédito. Se refregó los ojos, un poco también porque las cervezas acumuladas le estaban dando sueño. Pero indudablemente era ella. Y recordó ese momento, cuando el sol caía en la tarde fría, en ese patio de escuela desolado.
La tarde que creía recordar, él estaba con otros desclasados compartiendo una petaca de “Mariposa”, un poco para combatir el frío que los encontraba como siempre en remera y camperita de algodón. No se dieron cuenta de la hora, y estaba entrando el otro turno, que desconocía porque tenía la costumbre de escaparse siempre antes de hora. Pero el destino quiso que ese día, a esa hora, él esté ahí. Y apareció ella.
Su cabeza intentaba describirla, pero le faltaban palabras, imaginación y lucidez para acercarse a lo que vió cuando ella entró y se dispuso a cruzar el patio hacia los salones. Fue tal el impacto, que a pesar de los piropos de sus compañeros de escabio, él no emitió sonido. Y para complicarla, se bajó el resto de la petaca, lo que hizo que se gane una buena arrebatada por parte de todo el grupo, que decidió de esa manera terminar el “picnic”, y tomarse el olivo.
Él entonces resolvió entrar tras ella, y ver si al menos podía saber algo más. Le ganó el pasillo por una de las puertas laterales, y llegó justo para cruzar frente a su paso antes de que entre al aula. Demás está decir que jamás hizo gesto alguno él, y que nunca jamás ella percibió su presencia. Pero eso determinaría de ahí y para siempre su actitud.
Estableció que a partir de ese instante, ella sería la razón de su vida. Como primera medida, se bañó todos los días, se lavaba la ropa y la planchaba antes de ir al colegio, al que nunca más faltó. Cuando llegó el turno del primer acto escolar, él había hecho mérito suficiente para estar en la bandera, solo para que ella lo vea. Pero claro, cada turno tiene su acto, y ella no se enteró.
Esa avidez lo llevó a frecuentar la biblioteca a diario, y lo relacionó con todos los pibes y chicas inquietas de la escuela. Sobresalió tanto, que por supuesto lo eligieron delegado de su curso; y cuando se armó la lista para el Centro de Estudiantes, nadie se opuso a que él encabezara la misma. Pero nada: seguía siendo invisible para ella, que ni siquiera lo miraba para evitar chocarlo cuando él sutilmente se le cruzaba en tres de cada dos pasillos, en la biblioteca, patios y laboratorios.
Incluso sus esfuerzos superaban el ámbito escolar. Aprendió a tocar la guitarra, se puso una bandana y sacó el solo de “Sweet ChildMine “cuando le vió un pin de los Guns, sin saber que la mochila que portaba el mencionado pin, no era de ella, qué odiaba al bufón de Axl.
Y cuando se enteró que estudiaba francés, ahí andaba por las calle, preguntando:”
¿Comment vous appelles-vous?” a los perros, que lo miraban asombrados. Todo un esfuerzo inútil, porque ella lo ignoraba con el más absoluto desdén, por ese absurdo acento que él esgrimía, como si imitase al Inspector Clouseau.
Y quizás empezó  a descubrir que ese fue el motivo para dejarlo así: Un espectro que rondaba los bares buscando algo que ya había perdido definitivamente. Y decidió entonces jugar su última ficha, y encararla. Se acomodó un poco la pilcha, el pelo, y fue hacia ella, que venía con una amiga. Y tomando impulso, le dirigió por primera y única vez en su vida la palabra:
-Hola, ¿Te acordás de mí?- soltó, tan simple como estúpido.
Ella lo miró, también por primera vez sentía él, y la respuesta fue obvia.
-Perdoname, pero no…- Y siguió camino hacia un grupo de gente que la esperaba, sonrientes, borrachos y ridículos.
Y ese fue para él, el fin. Y volvió a ser quién creía estar condenado a ser. 
Y en una mesa cercana, la amiga que ingresó al bar con ella escuchó la confesión:
-¿Viste el tipo que me encaró? Lo conozco. Yo moría por ese pibe. Pero de golpe se volvió un pelotudo, no hacía otra cosa que llamar la atención. Un boludo…



“Las minitas aman los payasos, y la pasta de campeón”.
“El pibe de los astilleros”; Carlos “Indio” Solari, cantante argentino.



martes, 24 de julio de 2012

Espejos falsos


Espejos falsos

Hay una vieja frase que nunca me canso de rebatir: “Una imagen vale más que mil palabras”. Falso, absolutamente. Incluso, utilizar palabras para tratar de imponerla, es de por sí una contradicción, claramente una paradoja.
Pero, tomando esa absurda frase, podemos decir que una imagen puede disparar ya no mil palabras, si no millones.
Una foto propia, sin ir más lejos. Si es nueva, y tenemos nuestros sentidos en modo “normal”, es decir similar al común de los mortales, nos veremos viejos, gordos, feos, desprolijos, despeinados y por qué no, borrachos o colocados.
Ahora, si es una foto con más de, pongámosle, diez años, el efecto es frecuentemente el contrario. Los que no tenemos la nostalgia como un defecto evidente, nos veremos mejor que ahora, seguramente. Y si la nostalgia invade, agarrate…
Primero los asfixiará ésa imagen, el impacto de verse tan distintos a como se ven hoy, aunque los demás no lo vean. Todo será un lejano recuerdo, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. No importarán los ridículos peinados, las absurdas ropas. Si la foto los encuentra borrachos, recordarán que tomaban para festejar, porque eran felices. Si los encuentra serios, creerán que era una excepción, que su realidad irresponsable, ingenua y promiscua era muy superior a esa mueca que refleja la foto. Y recordarán con gran cariño a quiénes los rodean, aunque sea la novia que te guampeó con tu mejor amigo; o esté abrazado al amigo que se acostaba con tu novia. Nada importará, porque esas causas prescribieron.
Y los recuerdos incluirán lo que los envolvía en esos años. Situaciones que no tienen que ver directamente con esa imagen, pero que irremediablemente serán recordadas al verla. Y la juventud incluirá a todos los pibes con los que compartía noches, botellas, fasos y por qué no, amores. Y amores con los que se compartían otras noches, botellas, y por qué no también, amigos. Y la escuela; y la pelota siempre picando de lunes a lunes; y las resacas que enfrentar cada día; y los seres queridos que estaban; y  las madres postizas, madres de amigos que nos daban lo que no teníamos en casa, desde un plato de comida hasta el más simple consejo, como ese:”Negrito, no tomés tanto”.
Y recordar ser inmortales, como los artistas, como todos los jóvenes. Escuché que los artistas y los jóvenes tiene algo en común: Se creen inmortales, y todavía piensan que pueden cambiar el mundo. Yo no tengo rasgo artístico alguno, pero según esa definición, todavía soy joven. Y será por eso que no tengo nostalgia alguna, viéndome en fotos viejas como el chico que fui, no veo otra cosa que el hombre que soy.


“Un muchacho de pelo largo con una mochila al hombro sonríe a la cámara. Comparto sus sueños y algo de su voz. Qué joven he sido, maldita sea.”
Ismael Serrano, cantautor español.

jueves, 19 de julio de 2012

Abrapalabra: Valor y poder de las palabras.

Abrapalabra es el neologismo que surge de la cruza de aquella utilizada por los magos para que el truco funcione, y el vocablo que sirve para denominar el medio de comunicación más utilizado.
La palabra, no una, si no la palabra como objeto, medio o canal de comunicación es el fundamental motivo del nacimiento de este intento de expresión que voy a experimentar para comunicar mis pensamientos, y exponerlos ante quienes tengan la buena voluntad de aparecer por aquí y leer, comentar y compartirlo. Esa palabra reversible, símbolo del presente. Más allá de archivos vigilantes, la palabra solo representa el hoy. No importa lo que ayer dijimos, pudimos haber cambiado de opinión. No importan las promesas, podemos cambiar de opinión en un rato.
Como premisa inicial, intentaré desde aquí ser lo menos autorreferencial posible, más allá de este texto; intentaré transmitir mis pensamientos con la incondicional convicción de que no es un púlpito, ni estoy sermoneando, ni impongo verdades absolutas. No impongo gustos, no descalifico a quienes no piensan como yo. La intolerancia no entra en éste espacio, ni siquiera contra los intolerantes. Casi, que no voy a ser el que soy normalmente. O sí, dejando que se exprese lo mejor de mí.
La palabra, su poder, será la llave para abrir las cabezas, la mía primero. Que sea el disparador, no el francotirador. Que las balas que de aquí salen, provoquen esquirlas y no agujeros, chocando con la dureza inexpugnable de sus pensamientos. Yo quiero provocar que me devuelvan una idea mejor que mis intentos a través de historias, pensamientos y presumidas aventuras que yo puedo compartir, nacidas de mis necesidades, mis deseos y mi ego. No voy a ser yo el protagonista, intento vivir otras vidas en esta.
¿Y el valor? Bueno, es obvio que el valor de la palabra está en el receptor, así que ustedes lo determinarán en este caso. Una palabra sin la intencionalidad que le impone el receptor, sufre de una vacuidad que no puede ignorarse, que no se debe ignorar. Yo puedo tener las mejores intenciones, la mejor voluntad y expresarlo de la mejor manera posible dentro de mis limitaciones. Pero si ustedes no lo ven así, es en vano. Es como un “te quiero”, o como un “te amo” en el mejor de los casos. Si no te lo creen, son solo palabras vacías, formalismos de compromisos poco creíbles e incomprobables. Pero por un rato, cuando el valor del que las comparte coincide milagrosamente con el que la recibe (casi una metáfora del amor), esas palabras son puñales o caricias; beso o cachetazo. Y visten y desnudan, y abrazan o empujan. Y aman o ignoran.
Que sirva entonces esto de presentación y de invitación, lo último más que nada. Están ustedes invitados a ayudarme a que mis pensamientos expresados dejen de ser una analogía onanista, y creen su propia relación. Como una enfiestada del pensamiento, una bacanal ideológica. Y, organizados y protegiéndonos de cualquier situación que complique la mixtura propuesta, disfrutemos del intercambio tan frecuentemente como lo deseamos.
 “Es por eso que prefiero,
las palabras a los hechos.
No tienes nada que demostrarme:
Me basta con un “te quiero”.”
Miguel Hernando,Lichis.