lunes, 29 de octubre de 2012

Otra larga noche


Otra larga noche


Hoy preciso que me escuchen. Me pasa cada tanto, sobre todo con algunas copas de más.
Este infame tugurio en el que me refugio desde hace unos pocos años, ya que mi condición me impide ser fiel a lugares y personas, no me brinda la compañía acorde a mis necesidades. Pero bueno, no me queda otra que resignarme a buscar un oído, otro borracho quizás dispuesto a prestarse a oír historias que solo un hombre alcoholizado soportaría.
Mi eterna juventud es uno de los temas que hoy me agobian. Se sabe, la ambición de todo mortal es mantenerse joven, porque en su lógica la juventud es sinónimo de belleza. Y quizás acordemos en ello. El problema radica en la inestabilidad de las relaciones en casos como el mío. Sí, seguramente si salgo en este momento a la calle, me cruzaré con una hermosa y joven mujer que no dudaría un segundo en aceptar una invitación mía. Y puedo ser galante, no hoy que estoy borracho, pero normalmente puedo serlo. He tenido esa experiencia, cientos, miles de veces. Los años me han dado un vasto conocimiento sobre todo. He vivido la historia en carne propia. Mis centurias habidas, la soledad de mi existencia me han convertido en un filósofo que abarca con sus pensamientos y reflexiones un amplio campo de sabiduría. Si bien soy para muchos una aparición, por lo fugaz de mis relaciones, dejo una huella imborrable en todos. Escuché historias sobre mí de gente que me conoció, contándolas como si la hubiese vivido otra persona, formando parte de la mitología urbana, barrial o de la metrópoli en la que habito. Y a algunos, transcurridos los años, los dejo con la duda si conocerme ocurrió, o solo lo soñaron. Probé de todo al menos una vez, y solo sigo haciendo lo que no me hace mal.
Quien pudiese ingresar en mi mente, y escuchar esta voz que me recuerda estas cosas, seguramente pensaría que soy, al menos, un soberbio. Pero digo todo esto desde la resignación de sufrir una condena que viene de mi linaje, de una eternidad que no elegí. Sólo conseguí torcer mi destino al decidir no continuar este legado. Y allá, en la lejana tierra en la que me engendraron, quedó mi familia, sin poder comprender mi decisión, sin perdonarme jamás. Seguramente deseando que la haya revertido, o tal vez ya me hayan olvidado. Ha pasado tanto tiempo…Pero bueno, es el precio que deberé pagar. Nunca comprendieron mi negación a dispersar mi cimiente, a que sangre de mi sangre sea condenada a lo mismo que sufro. A que una mujer, la que yo elija, me acompañe en mi derrotero eterno. Y aunque este desconsuelo incluya ciertas situaciones en las que soy lo que ellos siempre quisieron, me niego a que quienes lo sufran sea alguna de las personas que amé, amo o amaré. No puedo evitar ser quién soy, pero sí ser ese indeseable monstruo cuándo quiero y con quién quiero.  O en realidad con quien no conozco, con quien no me importa. Y así cambiar la piel, dejando la vieja quemándose al sol.
-Flaco, tengo que cerrar. Estás vos solo, ya es tarde y no va a venir nadie.- La voz del hombre dueño del antro, me saca de mi abstracción. Lo miro fijo aún sin reaccionar, hasta que pregunto:
-Oh, sí. Perdón, ¿qué hora es?-
-Las 5, amigo. Pronto va a amanecer- me responde como invitándome a irme.
Termino mi trago, dejo el billete bajo el vaso y poniéndome el abrigo, empiezo a caminar hacia la salida. Casi como huyendo, le digo antes de salir.
-Entonces es la hora de irme, sin dudas.-
Y vuelvo a mi soledad de días espléndidos. Al encierro provocado por el sol. Y es otra noche perdida, que antecede a otro puto hermoso día.


“Maldición, va a ser un día hermoso.”
Carlos "Indio" Solari, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Maldición va a ser un día hermoso.”




lunes, 22 de octubre de 2012

El guionista y ella


El guionista y ella


Al fin, había logrado mi objetivo principal en la vida: Viviría de hacer lo que me gusta, y le daría una utilidad a mis capacidades. El costo ya fue determinado, solo resta que la transacción termine por llevarse a cabo.
En mi pequeña y lúgubre oficina, ella era la que se llevaba todas las miradas de los visitantes, posibles clientes, por llamarlos de alguna manera. Luego de visitar al Sr. Caído, ellos eran derivados hacia mí, para que yo delinee los pasos a seguir, su mal llamado destino.
Como dije, ella había sido lo que me trajo hasta este negocio. Mi ineptitud, mi incapacidad y mi total ignorancia sobre casi todo, me hicieron ser su esclavo, y cualquier intención de cumplimentar mi tarea, cualquier esbozo del mismo, debería dictárselo a ella, dueña y señora mía. Por supuesto que esta sociedad era absolutamente secreta, y solo nos era competente a ambos. Sería imposible que el común de los mortales comprendiera, ni siquiera sospechase, que ella y yo éramos quiénes determinaban tantas cosas, tan influyentes en la vida de quiénes acudían a nuestra dependencia.
Así, cada día era visitado por personas que estaban dispuesta a renunciar desde allí y para siempre a la vida tal y como la conocieron, para concretar sus sueños. Sí, como alguna vez lo hice yo, ellos estaban dispuestos a ello. Renunciar a su fe, a sus creencias, a sus costumbres, a su alma si eso fuese necesario. Y lo era, ahí estaba el truco del convenio.
Yo, el que había sido un analfabeto hasta hace muy poquito, debido a mis deseos y pedidos, me había transformado en el guionista de los sueños ajenos. Mi tarea para LA EMPRESA, era tan sencilla como compleja: El cliente, enviado por Don Ángel, venía hasta mí y me describía cuál era su objetivo, su sueño. De allí en más, ella como ejecutante, y yo como simple coordinador, determinaríamos cuál era la manera más o menos viable de ejecutar ese pedido. No hacíamos milagros, no era nuestro target. Para eso, había que ir al otro Barrio.
No, lo nuestro era más frívolo, más cercano al egocentrismo de hombres y mujeres superficiales. Los pedidos casi nunca salían de dos o tres obviedades: belleza y juventud, una redundancia; la respuesta de un amor no correspondido; riquezas materiales, muchas veces utilizadas para resolver los dos inconvenientes antes mencionados;  y alguno como yo, que quería cumplir un objetivo menor cómo lo es lograr algún tipo de saber sin el menor esfuerzo. Cómo verán, nada que no pueda adquirirse con un poco de esfuerzo y voluntad, sumados quizás a algún poquito de autoestima.
Y ahí actuamos. Apenas salido el cliente, con los datos obtenidos, ella empieza ordenarlos, mientras yo la observo. Cada tanto, le cambio la hoja en la que escribe, y retiro la que ya está completa para revisarla, para darle una coherencia al plan dictado. Una vez completado ese conceptual designio, le remitíamos a LA EMPRESA, quiénes analizarían costos y posibilidades, y brindarían los recursos y resortes para que certeramente se concrete el objetivo. Pero ya no intervendríamos nosotros, solo desde los lineamientos básicos que brindábamos. Esa era mi tarea acordada, que debía cumplimentar para solventar de alguna manera mi relación con ella. Ella, la que me deslumbró apenas vi en aquella oficina encubierta de LA EMPRESA, a la que llegué casi de casualidad. Ella, parte fundamental de mi vida de allí en más, porque me permite  completarme como hombre ejerciendo de alguna forma la labor con la que soñaba, a pesar de mi iletrado origen. Ella era yo, yo era ella.
Jamás pensé que mi condena sería entregarle mi alma, pero pago mí sentencia gustoso. Por poder tocarla, por poder sentirla cerca de mí. No existo sin ella, escriba del guión de mi existencia. Y de todos los guiones que me adjudico, para no tener que explicar que son obra de una mágica, intrigante, enigmática y casi humana entelequia  que es cómplice de mi superficial sueño.

"No soy yo, soy vos. Siempre cambio el rol, nunca soy yo.(quisiera ser yo)
Yo quiero que a mi me pase lo que a vos.
(pero vos sos mejor)
No soy yo, soy vos. No soy yo, soy vos. Yo ya no soy yo
(quisiera ser yo) Con tanta gente
(pero vos sos mejor) pretendiendo ser otro,
desconfíen los unos de los otros..."
"Soy vos", Árbol.




martes, 16 de octubre de 2012

Contrapunto


Contrapunto


-La puta madre…-
El insulto fue casi un suspiro, para adentro. No era la primera vez que sentía que alguien la estaba mirando, la observaba en su departamento.
Hacia un mes casi que había decidido separarse, pero no se sentía sola. Cada mañana, como hoy, frente a la pantalla de su computadora, con el mate esperando ser tomado, sus ojos se concentraban en un punto fijo, en la nada misma. Y de repente, algo la conmovía: un ruido, una brisa suave, algo que de repente parece moverse. E inmediatamente eso le recordaba a él.

(Esto de ser un enviado no me convence. Hace ya unas semanas que la observo, le doy señales, le marco detalles para que me recuerde. No me acostumbro a esta forma de desdoblamiento espiritual, siendo un espectro que trata de convencerla de que no me olvide. Me parece en vano a veces, aunque suponer que es mi última esperanza, me empuja a seguir)

Ella lo seguía amando, eso no estaba ni siquiera en discusión. Pero el payaso que la había enamorado, el que la hacía reír como nadie, ya no le alcanzaba. Nunca alcanza. Con el paso del tiempo, uno si quiere reírse pone la tele. El hombre que amaba, era ya muy distinto al que ella estaba necesitando. Su incapacidad para generar dinero; su eterna inmadurez; su afición a la nocturnidad; a las amigas de pasado dudoso, a los amigos de pasado condenable. Su negación a conformar una familia; su inestabilidad laboral.
A pesar de todas esas cuestiones que estarían describiendo a un ser muy poco recomendable, ella lo amaba. Y quizás por eso presentía que estaba cerca.

(Todavía no puedo entender por qué me dejó. Siempre me dijo que nadie la hacía reír como yo, que nunca había congeniado tan fácilmente con una persona, aún antes de ser pareja, porque tuvimos nuestro inicio de relación como amigos. Bueno, eso lo decía ella, porque yo sabía que mi objetivo era pasar el resto de mi vida con ella. Y así lo hacía, y aunque ella había cambiado últimamente con respecto a ciertas cuestiones, yo quería reencauzar esa relación, seguir disfrutando de nuestra libertad, de nuestros tiempos. Y a pesar de que los años pasaban, yo intentaba ser siempre el joven inmaduro que la enamoró, el amigo de mis amigos que ella adoraba, sin nunca juzgar su pasado, su presente o su futuro. Y sé que es lo que ella quería, porque así me conoció.)

Todavía no tomaba el mate, pensando en él. A veces, quiere creer que se pueden dar otra chance. Si, él puede cambiar. Debería cambiar, alguna vez la adultez lo alcanzará, y se dará cuenta que ella lo ama como es, pero que es inevitable la evolución de las personas hacia un estadío de madurez, de convertirse en un hombre como, no sé, su padre…Sí, que sea como el padre de ella, la fantasía de casi todas las mujeres. La pesadilla de casi todos los hombres, que los comparen con el ideal de hombre: siempre saldrán perdiendo.
O no, el ideal es éste: que no se parezca a nadie que conoce, que la sorprenda sea mejor cada día. No hay nada mejor que ser sorprendida para bien cada mañana, cada anochecer.

(Me queda una oportunidad, creo. Cuando ella se queda así, pensativa, estoy convencido que está tratando de pensar en cualquier cosa que la lleve a olvidarme. Allí es cuando debo accionar con una brisa que mueva las cortinas. Cuando de la nada hago que el horno microondas emita ese pitido insoportable. Cuando hago caer un libro de los estantes. Porque en su realidad estoy siempre, pero difícilmente esté en sus pensamientos. No creo que nadie piense en mí, no creo que alguien pueda extrañarme. Vamos, no creo que a ella le cueste olvidarme si no hago algo que note de forma categórica. Ya la visité, al otro día que me dejó, y me dijo que era muy pronto, que necesitaba tiempo. Y así pasaron unos días, hasta que opté por esta forma de acercamiento, cuasi fantasmagórica. Y no volví: creo que ahora es un buen momento. Para decirle que nunca voy a cambiar. Para decirle que siempre voy a ser ese pibe que conoció, ese payasito que la entretenía aún en los momentos más duros. Para decirle que no nos vamos a complicar la vida, que solo vamos a ser nosotros dos, ahora y para siempre. Porque yo voy a ser su destino, y al final del camino la voy a esperar con sus sueños cumplidos. Y yo sé cuáles son, aunque ahora parezca que no me importan. Lo decidí: Hoy la llamo y la invito a cenar. O mejor le envío un mensaje, para evitarle la incomodidad de atenderme si no quiere hacerlo.)

No puede ser que ni siquiera ese susto le cambie el pensamiento. Muy por el contrario, además de solo pensar en él, ahora cree que él de alguna manera le está dando señales. Terca, pero sensible, ha tomado una decisión: Si la llama hoy, a más tardar mañana, le dará una oportunidad. Además, está persuadida de que él entendió el mensaje. Que si llama es porque está decidido a cambiar, a ser ese que ella siempre soñó. Va a ser su destino, le va a preparar sus sueños para cumplirlos juntos, desde hoy hasta el final del camino.
Cuando va a tomar por fin el primer mate, suena su teléfono, un mensaje de texto.

(Listo, enviado.”¿Querés que cenemos esta noche? Tengo que decirte algo. Adonde quieras, a la hora que me digas. Contestáme por favor. Beso.” Comienza así el sueño de mi vida)

Ella lee el mensaje, sonríe sutilmente. “Dale, en mi departamento a las 8. Yo también espero que me digas algo. Besos.”

Entonces, como un sino luminoso, una ilusión los junta otra vez. Esa noche, él va a demostrarle que siempre será el que ella conoció, y que eso es la fehaciente demostración de su amor eterno. Ella, expectante, querrá escuchar que él va a ser el hombre que ella sueña, su eterno compañero. Y ambos esperan que esa noche sea el comienzo de una vida nueva.
 Y eso, eso está garantizado. Ya nada será lo que fue.



“Ya no quiero alejarme algún tiempo,
despertar y caer al vacío.
Ya no quiero perder mi raíz,
Preguntar: ¿por qué a mí?, lo tendré merecido”

"Flores en el río", Abel Pintos



martes, 9 de octubre de 2012

Socios


Socios


Llegué a la perdida calle casi milagrosamente, con las indicaciones en ese bendito papel y la indiferencia y el desinterés de quiénes me crucé y les pedí ayuda. Una vez allí, dudé si era ese el lugar, pero la ubicación coincidía. Un edificio anacrónico, que contrastaba con los cientos de comercios que eran una pequeña Babel moderna.
La puerta de madera estaba entreabierta, y a pesar de cierta mala espina que tenía, me decidí a entrar. Una escalera, la única posibilidad de avanzar. Sin puertas a los laterales, ni pasillo posible. Y al final de esos empinados escalones, una puerta de hierro forjado, a modo de reja, antes de la puerta principal, con la cancel entreabierta. Subo, no me queda opción, y descubro que el portón metálico tampoco estaba asegurado. Sin timbres ni llamadores, entro.
La señora que estaba en el escritorio de recepción, apenas levantó la mirada, solo un “Buen día”, como un suspiro que respondí creo de igual manera. Me quise presentar, pero me aclaró que no era necesario, que quiénes llegaban hasta allí, no llegaban fortuitamente. “Sientesé”, agregó secamente. Un timbrazo del teléfono, y ella, asintiendo, me indica que puedo pasar a la oficina. Entré tímidamente, asustado casi.
Como en los films que me gustan, un sillón de gran respaldar me daba la espalda, con su ocupante mirando por la ventana hacia la calle. Sobre la mesa, un antigua máquina de escribir, preciosa. Todavía estaba parado admirándola, cuando el sillón giró, y un hombre serio, de traje sobrio apareció en él.
-Nadie llega aquí de manera fortuita. Ya se lo habrá dicho mi secretaria- me dijo intrigante.
-Hola, yo soy…- y extendí mi mano antes de terminar la presentación, que él interrumpió intempestivamente.
-Mi nombre es Ángel Caído, un gusto. No importa aquí quién es usted, de verdad. Lo único que nos importa, es quién usted quiere ser. Dentro de sus posibilidades, por supuesto. Recibimos pedidos insólitos que no podemos ejecutar. Somos una empresa que ayuda a la gente a ser quienes quieren ser, pero no hacemos milagros. Eso lo dejamos que lo crean las religiones, y los psicoanalistas…- me dijo sonriendo, y yo sonreí con él.
-Gozará usted de un asesoramiento permanente, con asistentes que complementarán sus dificultades  y dudas, o llanamente, harán las tareas requeridas por usted. El precio lo acordaremos con el trabajo en desarrollo, pero no le cobraremos nada que usted no pueda entregar, aunque usted no podrá negarse a pagar. Leeremos el contrato antes de firmarlo. La confidencialidad es absoluta, solo usted la puede romper mientras no involucre a la empresa, ni la afecte. Como prueba, podemos hacer el primer intento. Esta es la prueba que usted podrá señalar como referencia, en el caso de querer recomendarnos a alguna persona cercana que así lo requiera. Pida amigo, se le concederá- concluyó, y caí en la tentación. Mi pobre vida parece que al fin se encaminaría, y los escollos al fin podrían evadirse.
-Bueno, algo sencillo- le dije temeroso, sin estar convencido de lo que hacía. Era un paso sin retorno, pero que estaba decidido a dar. ¿Qué podía perder? ¿Que oscuro fin podía tener una empresa que ayuda  a la gente? Si, esta era mi oportunidad, nada podía ser mejor.
-Estaba viendo su máquina de escribir, es hermosa, fabulosa. Yo no sé escribir. No me malinterprete, no es que no sé escribir a máquina. No sé escribir ni leer, apenas crecí un poquito comencé a trabajar la tierra con mi padre, y nunca pude asistir al colegio. Me gustaría que el primer trabajo que puedan realizar para mí, sea escribir un texto contando cómo llegué a contratarlos. Eso, si es posible. Y estoy convencido que será el inicio de una excelente relación.-
Y esto será un pacto cuando el primero de ustedes, cómplices de la empresa, lean el texto que acaban de escribir ellos en mi nombre.




"Nunca pensé encontrarme con el diablo 
tan vivo y sano como vos y yo 
Tenía la risa que le dan los años 
y la confianza que le da el temor"

"Encuentro con el Diablo", Charly García



martes, 2 de octubre de 2012

Cuestión de tiempo


Cuestión de tiempo


Tictac…tictac...tictac…
Así infinidad de veces. No, no tenía un reloj cerca. Era su cabeza que había incorporado ese mecanismo, internalizado ese sonido para alterarle sus ya vulnerables nervios, su incapacidad de esperar pacientemente. Ese mecánico ruido lo alteraba aún más, si eso fuese posible. Lo más parecido a un reloj era su teléfono móvil, que controlaba repetidamente esperando encontrar una señal, y solo le brindaba la hora exacta como toda información.
Ella se había despedido de él con total naturalidad. La despedida con la formalidad de una relación que recién comenzaba, que se estaba desarrollando a pesar de ciertos impedimentos no menores. Pero que era fulminante, con una pasión de esas que hacen ver que hoy es para siempre, y que mañana va a ser como lo soñamos. Se juraban amor como si se conociesen de otras vidas, sin siquiera conocerse en esta. Pero era tan creíble como el amor que se juran los matrimonios de decenas de años de estar casados. Porque, ¿Quién sabe cuando un juramento es creíble? Solo el que jura, y él creía que  ella decía la verdad. Y lo mejor, es que sabía (si, sabía) que ella no le mentía.
Pero ahora algo extraño pasaba. Lo tan temido desde su desarrollada capacidad paranoica de que todo lo bueno dura poco, lo estaba agobiando casi violentamente. Su mente no resistía concentrarse ni siquiera en un simple programa estúpido de tv. Menos iba a tratar de escuchar música, o intentar leer un libro. Ni siquiera releerlo, algo que solía hacer cuando estaba ansioso y no lograba concentrarse en un nuevo argumento. Nada. Ella le absorbía y le quitaba la energía, lo poco que tenía de cuerdo y coherente.
Muchas veces, filosofando con amigos, o solo pensando en sus cosas, se jactaba de que la felicidad, su felicidad, estaba basada básicamente, en que él podía diferenciar el tiempo del reloj. “Cuando uno dice no tengo tiempo, mira el reloj. Pero el tiempo es otra cosa, y yo sé que es…”- decía entre presuntuoso y soberbio, pero era verosímil. Porque tenía una careta con la que ocultaba todos sus temores, todos sus traumas. Y todavía no la había conocido a ella. Que apareció así, fulgurante, luminosa e imprescindible. Inevitable, inesperada y adictiva. Y él ya no volvió a ser el mismo que había sido nunca jamás, con todo lo que eso significa. Para bien o para mal.
Así seguía…Tictac…tictac…tictac…
Abrir el mail. Nada, solo las publicidades de un maldito banco. Buscarla en las redes sociales. Si, allí estaba, pero sentir que si se conectaba con ella la estaba acosando de alguna manera, no era algo compatible con sus paranoias. En la dicotomía de elegir entre hablarle y molestarla; o no hablarle  y seguir incomunicado, siempre se decidía por ésta última opción.
Y seguía esperando sin saber cómo, que la señal llegue en alguna de sus múltiples variables. Y solo era eso: esperar sin saber cómo. La tortura era eterna, el tiempo era más lento que ese perverso reloj en su cabeza que marcaba su suplicio.
Y entonces se decidió: Daría por terminado él ese martirio. Con un mail lamentable, miserable y ruin, le anunciaba a ella que no estaba dispuesto a ser su juguete. Que por el amor que le tenía, no iba a permitirle que lo basuree de esa humillante manera. Que no era ningún estúpido, y que era más que evidentemente que ella le estaba ocultando algo. Que no podía soportar ese engaño. Y para rematarla, le dijo una frase perdurable. Por lo insincera, por lo estúpida: “Y quedate tranquila, que yo mañana me olvido de vos y sigo con mi vida”.
Convencidísimo, le dio clic a “enviar”, con los ojos llenos de lágrimas por la rabia y el rencor. Dispuesto a apagar la pc, cerró la pestaña del correo, y en eso ve un mensaje en el chat de la red social. Era ella, pero era de hacía varios minutos. No lo había visto, ocupado con el mail ese que resolvía su traumática espera. Al abrirlo, leyó:
-Hola mi amor! Espero que estés bien, te extraño un montón. Mi conexión a internet no funciona, y el teléfono se tildó… ¡Todo mal! Menos mal que mi amiga me prestó un toque el teléfono, un día sin hablar con vos es demasiado… Ví también que me acabás de enviar un mail así que lo leo y te contesto, ¿Querés? ¡Chau, hasta mañana! Besos, ¡te amo mucho!-


"La espera me agotó
no se nada de vos
dejaste tanto en mí.
En llamas me acosté
y en un lento degradé
supe que te perdí.

¿Qué otra cosa puedo hacer?"

Gustavo Cerati, "Crimen"