Otra larga
noche
Hoy preciso
que me escuchen. Me pasa cada tanto, sobre todo con algunas copas de más.
Este infame
tugurio en el que me refugio desde hace unos pocos años, ya que mi condición me
impide ser fiel a lugares y personas, no me brinda la compañía acorde a mis
necesidades. Pero bueno, no me queda otra que resignarme a buscar un oído, otro
borracho quizás dispuesto a prestarse a oír historias que solo un hombre
alcoholizado soportaría.
Mi eterna
juventud es uno de los temas que hoy me agobian. Se sabe, la ambición de todo
mortal es mantenerse joven, porque en su lógica la juventud es sinónimo de
belleza. Y quizás acordemos en ello. El problema radica en la inestabilidad de
las relaciones en casos como el mío. Sí, seguramente si salgo en este momento a
la calle, me cruzaré con una hermosa y joven mujer que no dudaría un segundo en
aceptar una invitación mía. Y puedo ser galante, no hoy que estoy borracho,
pero normalmente puedo serlo. He tenido esa experiencia, cientos, miles de
veces. Los años me han dado un vasto conocimiento sobre todo. He vivido la
historia en carne propia. Mis centurias habidas, la soledad de mi existencia me
han convertido en un filósofo que abarca con sus pensamientos y reflexiones un
amplio campo de sabiduría. Si bien soy para muchos una aparición, por lo fugaz
de mis relaciones, dejo una huella imborrable en todos. Escuché historias sobre
mí de gente que me conoció, contándolas como si la hubiese vivido otra persona,
formando parte de la mitología urbana, barrial o de la metrópoli en la que
habito. Y a algunos, transcurridos los años, los dejo con la duda si conocerme
ocurrió, o solo lo soñaron. Probé de todo al menos una vez, y solo sigo
haciendo lo que no me hace mal.
Quien
pudiese ingresar en mi mente, y escuchar esta voz que me recuerda estas cosas,
seguramente pensaría que soy, al menos, un soberbio. Pero digo todo esto desde
la resignación de sufrir una condena que viene de mi linaje, de una eternidad
que no elegí. Sólo conseguí torcer mi destino al decidir no continuar este
legado. Y allá, en la lejana tierra en la que me engendraron, quedó mi familia,
sin poder comprender mi decisión, sin perdonarme jamás. Seguramente deseando
que la haya revertido, o tal vez ya me hayan olvidado. Ha pasado tanto tiempo…Pero
bueno, es el precio que deberé pagar. Nunca comprendieron mi negación a
dispersar mi cimiente, a que sangre de mi sangre sea condenada a lo mismo que
sufro. A que una mujer, la que yo elija, me acompañe en mi derrotero eterno. Y
aunque este desconsuelo incluya ciertas situaciones en las que soy lo que ellos
siempre quisieron, me niego a que quienes lo sufran sea alguna de las personas
que amé, amo o amaré. No puedo evitar ser quién soy, pero sí ser ese indeseable
monstruo cuándo quiero y con quién quiero. O en realidad con quien no conozco, con quien
no me importa. Y así cambiar la piel, dejando la vieja quemándose al sol.
-Flaco,
tengo que cerrar. Estás vos solo, ya es tarde y no va a venir nadie.- La voz
del hombre dueño del antro, me saca de mi abstracción. Lo miro fijo aún sin
reaccionar, hasta que pregunto:
-Oh, sí.
Perdón, ¿qué hora es?-
-Las 5,
amigo. Pronto va a amanecer- me responde como invitándome a irme.
Termino mi
trago, dejo el billete bajo el vaso y poniéndome el abrigo, empiezo a caminar
hacia la salida. Casi como huyendo, le digo antes de salir.
-Entonces
es la hora de irme, sin dudas.-
Y vuelvo a
mi soledad de días espléndidos. Al encierro provocado por el sol. Y es otra
noche perdida, que antecede a otro puto hermoso día.
“Maldición,
va a ser un día hermoso.”
Carlos "Indio" Solari, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Maldición va a ser un día
hermoso.”