In Evitable
Primero fue
algo que percibí muy lejano, como un reflejo del que uno no reconoce el origen.
Me inquietó apenas, pero no llegó a ser más que eso, una distracción.
Hacía meses
que compartíamos un apartamento en el centro de la ciudad, y más que una
pareja, podíamos definirnos como socios en esa aventura. Nos conocimos porque
debía pasar, fue algo ineludible. Respetábamos nuestras posiciones ganadas, y
colaborábamos mutuamente para que el otro tenga menos escollos para alcanzar
sus metas a corto y mediano plazo. Nunca nos propusimos nada que requiriese un
extenso desarrollo, un plan metódico con un compromiso que involucrase promesas
y juramentos de esos que ya están condenados a diluirse con el simple paso del
tiempo. Y así seguíamos sumando días en esta convivencia conveniente.
Un poco más
adelante ya hubo síntomas de que no era algo que yo imaginaba. El ambiente en
general estaba tomando otra importancia. De repente, y de la nada yo no dejaba
de pensar en ella. Y de la misma manera, ella entraba a la casa casi a las
corridas, llamándome por mi nombre. Yo asustado salía a su encuentro a ver si
algo le había sucedido, y no. Con un gesto entre el temor y la vergüenza, me
decía que nada, que no pasaba nada. Que solo quería saber si estaba.
Empezaron
las llamadas vía celular, y a los teléfonos fijos del trabajo. Esto último era
más inquietante, porque de esta manera no había forma de que uno le dijera al
otro mentira alguna. O estabas allí, y la sola respuesta al llamado (respuesta
que por supuesto que garantizaba que ahí estabas) era suficiente para que del
otro lado de la línea corten; o no estabas y eso era la habilitación para un
inmediato y casi desesperado llamado al móvil. De ese llamado, se esperaba
primero una respuesta que tranquilice al otro de que todo estaba bien; para
luego casi pedir una detallada explicación de dónde estábamos; por qué
estábamos allí; con quién estábamos; y hacia donde nos llevarían nuestros
próximos pasos. Y lo preocupante realmente que no era una obsesión
unidireccional. No, era de ella hacia mí; y de mí hacia ella.
Todo fue
más claro y evidente, y ya fue imposible disimularlo, cuándo la delgada línea
que siempre separa a quiénes conviven entre “lo mío” y “lo tuyo”, desapareció
casi por completo. Sin darme cuenta, yo reclamaba por discos que ella había
prestado, y al hacer memoria recordaba que eran sus discos. Los libros que ella
me reprochaba por no encontrar, eran mis libros. El colmo fue la noche que al
ir a acostarnos, dábamos vuelta por la habitación haciéndonos los distraídos.
Yo, porque no recordaba cuál era mi lado en la cama, y no me animaba a
confesárselo. Ella, según me dijo después, estaba confundida porque no sabía si
la almohada rectangular era la suya, o la anatómica. Y pensándolo bien, si me
hubiese preguntado, yo tampoco lo hubiese respondido con seguridad.
A la mañana
siguiente de esa noche, después de pasármela mirando el techo casi inmóvil, y
sintiendo como ella se retorcía en su costado (o el mío, no estaba seguro aún)
porque seguramente la almohada que había tomado no era la de ella, y es
imposible dormir con una almohada incómoda, nos alistamos para emprender la
rutina laboral casi sin hablar. Digo casi porque mecánicamente dije un
automatizado “buen día”, que fue respondido de la misma manera. Eso, y las
preguntas sobre la temperatura que reflejaba la pantalla de la tv; el
comentario sobre el problema de la gente sin hogar ahora que se viene el
invierno; y la crítica vacía y snob a los looks de la alfombra roja de la
entrega de premios de la noche anterior en Hollywood; fue todo lo que nos
dijimos. En realidad, excusas para no hablar de lo que nos pasaba, de algo que
se caía de maduro y que inevitablemente iba a terminar por explotar. Así,
levantamos las tazas del desayuno casi sin mirarnos para no provocar la charla.
Y cuando me dijo esperame que ya salimos, no aguanté más. Con el pecho
reventándome por el galope del corazón, la boca seca y los ojos al borde de la
mariconeada, le dije tembloroso:
-¿Por qué
evitarlo? No se aguanta más esta situación-
Ella
reaccionó casi imitándome, o yo creí ver en ella mi rostro, la réplica de mis
sensaciones, gestos y vacilaciones. Y sólo dijo:
-Tenés
razón, es inútil escaparse- y me beso como si fuese la primera vez. Y era la
primera vez, si contamos como primera vez el beso que se dan las personas que
pierden el miedo. Si contamos por primera vez el beso que
se dan dos personas cuando se dan cuenta que sí, que van jugar a la vida
eterna. Aunque esta se termine mañana.
“Un día de estos te doy un susto y te pido,
seria y formalmente, que te cases conmigo.
Ay, mi vida, un día el susto te lo doy yo a ti,
y si me preguntas, te respondo que "sí".”
seria y formalmente, que te cases conmigo.
Ay, mi vida, un día el susto te lo doy yo a ti,
y si me preguntas, te respondo que "sí".”
“Pequeña criatura”, Ismael Serrano