lunes, 30 de julio de 2018

La Promesa

                                         La Promesa



Se despertó esa mañana distinto a como se despertaba habitualmente. La radio que lo acompañaba cuando dormía, y que muchas veces le guiaba lo que soñaba, cantaba la noticia que anunciaba que el tren que surcaba su ciudad, ahí nomás de su casa, estrenaba la electrificación de su servicio de terminal a terminal. Entonces decidió que ese era el día en el que cumpliría la promesa.
Le había dicho a ella que pronto la vería, y esta noticia lo ponía en el compromiso casi inevitable de convertir en hecho lo que la lengua había garantizado. Venía gambeteando la promesa desde hacía tiempo, siempre buscando excusas que ni él se creía, convenciéndose de que mañana o pasado lo haría. Ahora ya no tenía excusas, o en realidad tenía la excusa justa para no dejar pasar un día más. Así que con la habitualidad con la que lo hacía, pero con las ganas renovadas, puso la pava a calentar en la hornallita mientras cumplía el ritual mañanero de la ducha y el acicalado. La antigua jarrita de aluminio en la que guardaba la brocha, y la desgastada máquina a la que le puso la hojita de afeitar nueva que tenía guardada hace rato, serviría también de recipiente para contener el agua tibia, y para quitar la espuma y los restos del afeitado que iban quedando en la afeitadora a cada paso. Esta vez con más detenimiento en cada detalle del bigote y las patillas, aprovechando el radiante brillo del sol que entraba por la ventanita abierta para ver mejor ese rostro que hoy notaba renovado, y saliendo impecable justo cuando el agua empezaba a alborotarse por el inminente hervor que no llegaría a concretarse, quedando en el punto justo para que ese primer amargo con un toque de café le dé el impulso que le faltaba. La radio ya no era una compañera que le hablaba, si no la fuente de la que brotaba un tanguito o un blues, según el ánimo de ese programador que ya sentía un amigo, y que estaba convencido de que musicalizaba pensando en él. Los mates lo animaron hasta que se enfrió el agua un poco, pretexto suficiente para dejar ese rito y vestirse para salir. No tenía muchas pilchas en el ropero para elegir, así que se decidió por el traje que estuviese menos perjudicado por el paso del tiempo. Planchó la camisa silbando esa melodía de 2x4, y eligió la corbata que ella una vez le había elogiado, para terminar la tarea del apronte con un toque de ese perfume cuyo frasquito se mostraba casi seco.
Un último repaso de la pinta en el espejo del pasillo que lleva a la puerta de salida lo dejó conforme, y arrancó para la estación. La sonrisa la tenía dibujada, y ese ramito de azahares que rescató del jardín de la vecina cuando salía, completaba el cuadro perfecto de un tipo que se iba a encontrar con el amor. No importaba cuántos años cargaba, o sí su mejor su traje fuese de un estilo que ya tenía más de 30 años de estar pasado de moda. Era la actitud. O sólo eso: era su sonrisa dibujada y ese ramito.
Las poquitas cuadras que lo separaban a la estación las hizo en el aire, caminando sobre sus mejores recuerdos. Ni siquiera reparó en el palco oficial ni en las cámaras y periodistas que colmaban ese andén arreglado para el acto oficial, llenos de vecinos curiosos, políticos oportunistas, y empresarios inescrupulosos. Nada le importaba, solo saber que él cumpliría con su palabra. Obnubilado, apenas escuchando ese murmullo, sus sueños y recuerdos le llenaban la mente con la imagen de ella que lo esperaba. Solo un aplauso lo hizo atender lo que pasaba ahí cerquita suyo, porque eso indicaba que el circo estaba finalizando, y que el pitido daría la señal para que la máquina imponente y renovada comience a moverse. Camino unos pasos alejándose de la multitud un poquito más, casi hasta el primer paso a nivel. Y vió avanzar ese gigante de metal hacia donde él esperaba.

Algunos dicen que miró hacia arriba. Otros que miró hacia abajo. Los demás testigos dicen que no tuvo gesto alguno antes de acostarse sobre las vías con el ramito apretado contra el pecho. Todos dicen que nunca dejó de sonreír, convencido de que ya casi estaba con ella.



jueves, 8 de marzo de 2018

Punto de quiebre

                                       Punto de quiebre

Me desperté sobresaltado, por el rayo de sol que dejaba entrar la persiana apenas abierta, que justo me daba en la cara, entre ceja y ceja. No podía cerrarla porque se terminó de trabar la puerta que da al balcón anoche cuando decidí entrar y acostarme, y por  suerte se trabó cerrada. Manoteé el radio despertador, y titilaba a las 00:00. La puta madre, pensé. Se cortó la luz, por eso no sonó esta mierda. Estiré el brazo sin darme vuelta todavía, para confirmar que no, que ella no estaba, que no había venido. Ya lo sabía, pero intentar abrazar el hueco de su ausencia me lo confirmaba. Pensaba eso, y pensaba que hasta en los pensamientos uno roba frases de canciones para explicarse mejor. 
Decidí entonces levantarme, y encender la tv para ver la hora. Todavía no era tan tarde, y aún tenía el permiso del jefe para no ir, se me cruzó por el bocho. Pero ya está, algún dia tengo que volver a laburar, que sea hoy así dejo de pensar todo el tiempo en lo mismo.
Hace una semana, o más, en esta misma mesa en la que me siento a tomar mates mientras la tele le presenta noticias a nadie, ella me dijo que ya no aguantaba más. Que tenía que elegir: o se venía conmigo; o aceptaba la propuesta del novio, se metían en ese crédito hipotecario y se casaba. Que era una situación compleja para ella, que le dé unos días, que necesitaba tiempo y espacio. Que me amaba, pero también lo amaba a él. Que había llegado el momento de decidir, y que no quería que nada ni nadie interfiriese en su decisión, y que esta era la definitiva. Que si elegía estar conmigo iba apostar todo a eso, pero si  no, no me quería ver más, ni llamarme, ni escribirme, ni nada. Y yo, renunciando a mi dignidad y amor propio, la dejé ir llevándose mi promesa de amor eterno y de resignada espera. Y esa fue la última vez que la ví…Desde ese día la espero, después de que mi jefe me dijera que me venga a casa, porque era más un estorbo que una ayuda en la dependencia. Andá y vení cuando soluciones eso, me dijo. Y yo me fui, sabiendo que no sabía si “eso” tuviese solución alguna.
Y ella no vino, y creo que ya no va a venir. Así que hoy empieza mi vida sin ella, me digo mientras apuro el mate antes de salir. No tengo nada preparado, así que tengo que hacer todo a las corridas. Una ducha rápida, y listo. Me lavo los dientes y la cara por inercia, ni me miro al espejo. Lo primero que reviso, es que el celular tenga carga para poder ir escuchando música en el bondi, y me doy cuenta que el perrito destruyó el cable de los auriculares. Voy a reprender al perro y no lo encuentro por ningún lado, y de la bronca por lo que hizo, ni me caliento en buscarlo. Voy a salir así, casi sin tomar mates y sin música, algo que en otro momento me hubiese hecho quedarme sin dudarlo, pero tengo que salir, para dejar de pensar un rato. Cuando voy a cerrar, me doy cuenta que tengo la copia de la llave que no cierra a veces de afuera, porque la original se la di a ella. Me quedo, pienso durante un segundo, no puedo dejar abierto. No, no me quedo nada, me respondo. Le aviso al encargado y que esté atento. Bajo, y desde el palier le toco el timbre para avisarle, y no me responde. Insisto, y nada. Me voy igual, pienso. Nada me va a parar. Salgo a tomar el bondi, y cuando estoy por llegar a la parada, pasa el colectivo que me deja en el laburo, sin frenar. Ya son como las 10, y normalmente entro a las 8, pero no quiero que eso me venza. Espero el otro, que pasa indefectiblemente 40 minutos después, y cuando tiene que cruzar el riachuelo, un corte en el puente se lo impide. Entonces me bajo, y decido que me voy a tomar el día hoy también, aunque no se haya solucionado nada. Aunque justo venga el bondi que me devuelve a casa por la mano contraria,  no renuncio a la idea de no volver, y me voy a la plaza más cercana a pasar el resto de la tarde. Y ahí me quedo pensando en mí, en qué voy a ser con los proyectos interrumpidos o dejados de lado. Con mi laburo y con mis sueños. Y así, haciendo una introspección muy superficial,  paso el rato hasta que pego la vuelta, tal vez con una especie de sensación de alivio, tal vez creyendo “eso” solucionado de alguna manera. Tal vez porque quiero tomar mates, y ya.
Cuando llego a casa, me encuentro con la puerta cerrada. El pecho me estallaba de la presión que ejercía cada latido del corazón. Esto podía significar dos cosas: que el encargado se haya dado cuenta de que estaba la puerta abierta y la cerró con su copia, o que haya vuelto ella. Dos segundos me quedé frente a la puerta inmóvil, estúpido e inerte, cuando justo bajaba por la escalera el encargado. Me miró parado frente a la puerta, buscando mi llave en los bolsillos, y antes de que pueda preguntarle algo, me dice que por favor no vuelva a dejar el perro en el balcón, que ladró toda la tarde seguramente de hambre, y que los vecinos se quejaron. Le pregunto por qué no entró, que estaba abierto. Y me dijo que cómo iba a saberlo, y que él no entra si el dueño no se lo pide específicamente.
Entonces sonreí, ante la mirada atónita del encargado que no entendía nada, o quizás se sorprendía por esa mueca idiota que seguramente se me marcaba en el rostro, porque eso respondía mi duda: la puerta la cerró ella. Lo dejé al encargado hablando solo prácticamente, y entré. Fui temeroso a la habitación, y nada. Fui al baño, temblando. Nada. Dos ambientes no te dan muchas más chances de buscar. Desconcertado fui a buscar la pava para poner el agua, y ahí, abajo del mate encontré una nota. Una carta mejor dicho, porque eran dos hojas grandes, plagadas de palabras. No estaba equivocado: ella había venido. La necesidad de tomar mates funcionó como excusa para esquivar unos segundos esos párrafos que definirían mi vida. Puse la pava en el fuego, y me senté a leer. De manera muy formal, dejando escapar muchas excusas y algún sentimiento poco creíble, ella me decía que no me podía mentir, que nunca lo había hecho, y que mucho menos lo iba a hacer en esta oportunidad. Que vino decidida a quedarse conmigo, que esperaba que yo esté acá esperándola, porque antes de venir llamó a mi trabajo y le dijeron que yo estaba acá, porque tenía un problema personal, y me habían autorizado a quedarme hasta que se solucione. Que entonces eso le dio el último empujoncito, y se vino decidida. Que cuando llegó se encontró con la puerta abierta, y era una señal más de que la estaba esperando. Que entró y no me encontró, y que al escuchar ladrar al perro en el balcón, intentó abrir la puerta ventana pero que estaba trabada, que se había trabado porque yo no la había revisado y arreglado como me dijo ella hace casi dos meses. Y vió la cama deshecha, la tele prendida y las cosas del mate arriba de la mesa de la cocina, todo tal cual ella siempre me dijo que odiaba que lo deje. Y el plato sucio en la pileta. Y el baño todo salpicado y con agua por no secarlo. Y la pasta de dientes apretada por la mitad, no desde la base, destapada. Que eso no le dejaba dudas de que ahora hacía lo que siempre quise hacer, y que ya estaba viviendo con ella fuera de mi vida. Todo eso, pero sobre todo la animalada de dejar al perro afuera, le había hecho revertir su decisión. Que evidentemente yo era quien quería ser sin ella, y que no tenía derecho a cambiar eso. Y que volvía con el novio, que nunca se enteró de que ella había venido, porque salió después de que él se fuera a trabajar dejándole una nota para decirle que se venía conmigo, pero que llegaría antes de que él vuelva y esta decisión frustrada  iba a ser un secreto del que jamás debería enterarse. Y redondeaba el texto diciendo que no quería verme más, que no me quería hablar más, ni que le mande mensajes ni que nada. Y cerraba con una última frase que me dejó pensando, tratando de descifrar qué quiso decir.
 El ruido de la pava hirviendo, más los ladridos del perro que seguía en el balcón me distrajeron unos segundos. Tiré el agua hervida, volví a cargar la pava y la puse de nuevo al fuego. Con el destornillador hice palanca, y abrí la puerta del balcón que estaba trabada con una piedra que impedía que se deslice sobre el riel con normalidad, para que el perro entre corriendo a buscar la bandejita de alimento balanceado que estaba intacta junto con el agua desde la noche anterior, porque yo se la había dejado preparada antes de dormirme. Vacié al fin el mate, lo lavé, mientras lavaba el plato y los cubiertos de la comida de ayer. Preparé el mate con paciencia, parado al lado de la cocina para evitar que me hierva nuevamente el agua. Cuando estuvo lista, cebé el primero, y ante el sorbo caliente, fuerte y potente que me devolvió el alma al cuerpo, me llevé las cosas del mate al balcón. Con un gesto le pedí al perro que me acompañe, y entre desconcertado e incrédulo, recordé la última frase de la carta: “Porque ni yo soy para vos, ni vos para mí, Seba. Donde yo veo señales, vos ves casualidades.”
  

“Vuelvo siempre a caminar
tratando de encontrar algo.
Debí soñar o imaginar
que en la calle estás rodando,
y no es verdad que perdí mi amor
es que no sé por dónde vas,
no puedo resistir esta realidad
dame pronto una señal.
Es que tu cuerpo
va flotando por mi habitación
cierro los ojos
lo retengo en mi imaginación.”

Dame una señal, Federico Moura, Virus.