viernes, 31 de agosto de 2012

Ventanas


Ventanas


Ella me vió primero, según me contó después. Yo solía estar mucho tiempo con mi guitarra cantando cerca de la ventana. Ella, algunas ventanas más arriba, dice que oyó algo que le interesó, una letra que hablaba de barrios y casitas bajas, con perfumes que le recordaban su lejana infancia. No lejana por el tiempo, si no por la distancia. No tengo que aclarar por qué el contacto directo era poco probable, aunque no imposible, ¿No? Pero eso no importaba, no al menos a nosotros pareció no importarnos.
Con un “Hola”, que yo tomé agradablemente porque no era habitual en mí comunicarme con el resto del mundo, digamos que comenzamos a conocernos. No en el sentido bíblico, no. Y tampoco la palabra es “conocernos”. Creo que nos “reconocimos”, recordamos cuál había sido nuestros encuentros anteriores. Recuerdos de cosas que no pasaron, de sueños quizás. De haber estado juntos en lugares que no estuvimos. De habernos acompañado en situaciones en los que la realidad nos mostraba solos. Todo eso surgió desde que un día yo me animé a encararla.
-¡Hola!- le devolví el saludo varios días después del suyo, el iniciático.-¿Cómo me conociste?- pregunté, entre idiota y simpático, si esa diferencia existiese.
-¡No te conozco! Me gustó lo que cantabas, me trajo hermosos recuerdos. ¿Sos cantante?- me preguntó con cierta inocencia. Era evidente hasta para mí que yo no era cantante, así que mi ego tomó impulso para reprimir al reaccionario que se sentía burlado, y con la más profunda calma le respondí:
-¡No! ¿No se nota? Soy locutor, pero trabajo en un puesto de diarios y revistas. ¿En serio te gusta lo que canto?- pregunté inflando el pecho y casi sacando medio cuerpo por la ventana.
-Bueno, esa canción sobre tu barrio sí. No he escuchado otras… ¡Perdón!- me dijo, y yo no sabía si pedía perdón por burlarse o porque se quería disculpar de que yo me sentía burlado. No importaba en realidad, ya no.
Desde ese momento, paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, nuestras vidas fueron conformando una rutina diaria en común. Yo, siempre firme junto a la ventana con mis canciones, mi guitarra y mis mates para acompañarme. Ella, desde su inaccesible ventana, seguía con sus tareas habituales, pero siempre dando señales de que estaba atenta a mí. Se asomaba cada mañana para decirme buenos días, mientras yo le dejaba una canción de regalito. Cuando por la tarde volvía de mis tareas, allí estaba ella, que me seguía con la mirada y me acompañaba. No había noche en la que no se despidiese de mí, con un beso que dejaba caer, con un corazoncito que dibujaba en el aire para que yo lo viera. Y si, fue inevitable que me enamore perdidamente, como un chico. Y yo seguía cantándole a ella, con historias tan incongruentes que hablaban de Brujas; Cíclopes; futbolistas; tangueros; psicólogos y psicópatas; Reinas y Caballeros; Cowboys y bataclanas… Todo un Universo paralelo que inventé para nosotros, para estar en él y ser felices allí. Y ella respondía cada vez, siempre sorprendiéndome con regalitos insospechados, como avioncitos con cartas y dibujos que ella hacía pensando en nosotros. Vamos, el amor. Como dije, como dos chicos enamorados. Así días, semanas y meses.
Pero como todo lo que nos parece perfecto, en algún momento cambia. Un día, la ventana estaba cerrada. Yo cantaba, pero nadie se hacía eco. Ese día, nada de lo que hice surtió efecto. Hasta piedras tiré hacia el vidrio que de ella me separaba.
Otro día, al ver la ventana abierta empecé a cantar mi canción a los gritos, pero ví que una gris cortina impedía ver hacia adentro. Aunque no impedía que ella me escuche, entendí que no quería hacerlo. Y a pesar del golpe que significó que mi ilusorio amor, mi platónico amor me ignorase decidí que eso no iba a impedir que yo siguiese siendo en quién me había convertido. Y que nada iba a hacer que ella no me provoque cantar cada día, ni siquiera ella. Y que le iba a seguir cantando, para que me escuche, aunque no lo sepa, aunque no le importe. Y las letras seguirían hablando de un amor perfecto, porque su hermosura lo merece, aún distante y en el éter, como un fantasma. Porque sus ojos profundos son una ciénaga en la que me sumerjo y me olvido de que en el mundo hay pobres, hay hambre y guerras. Porque su voz aparece en mis sueños para decirme cada noche que me extraña, y que desea que me aparezca en su cuarto para abrazarla tan fuerte que le queden la huella de mis brazos marcados como cicatrices en su cuerpo. Porque esa boca solo inspira cerrarla con mi boca. Y porque, ¡Puta madre! Nada, ni ella va a impedir que yo sea feliz.
Aún en soledad, cantando para unas cortinas grises o una ventana alta y cerrada. Ella siempre va a escucharme, aunque sea en mis sueños. 
Aunque sea en los suyos.




I look at you all see the love there thats sleeping
(te miro a tí toda, veo el amor ahí que está durmiendo )
While my guitar gently weeps
(mientras mi guitarra gentilmente llora)

"While my guitar gently weeps", George Harrison



lunes, 27 de agosto de 2012

Solo


Solo

-¿Qué carajo hice? No puedo ser tan hijo de puta…-
Miraba al tipo con la cabeza destrozada por el balazo y no lo podía creer. Los ojos secos, perdidos. Y yo ahí, mirándome.
Si, el muerto era yo. Había decidido que yo era lo más importante que había en mi existencia, y estaba cansado de pelear por mí contra todo lo que se me enfrentaba cada día. Familia; trabajo; estudio; salud; hipoteca; religión; traiciones; decepciones; impotencia. Y mil millones más de conceptos que ahora me resultan estúpidos. Pero ya es tarde.
El escritorio está inundado de mi sangre. Los peritos hacen su laburo, mientras escucho que se cagan de risa por lo bajo sin darme demasiada importancia. Uno le reclama eso a la chica que está sacando fotos, y ella contesta algo irrefutable:”Si a él no le importaba él, ¿Por qué debería yo darle importancia?”. La miro con cierta resignación. Bueno, ¿quién puede estar más resignado que un muerto?
Siguen con su laburo, siguen hablando y riendo pero yo no los escucho, distraído contemplándome. Y ahí caigo que seguramente las personas a las que suponía aliviar, deben ahora cargar con algo que no tiene solución. Mi cadáver. Mi suicidio. Mi abandono. Y siento cierta angustia que había perdido, oculta por la insensibilidad de los últimos años. Y quiero llorar, pero no puedo.
Y me horroricé, eso sí que estaba dentro de mis actuales posibilidades. Esa sensación era algo que en vida jamás tendría, pero que ahora era mi máximo temor. ¿Qué soy? ¿Un fantasma? ¿Un alma en pena? ¿Estoy en el Limbo? ¿Alguien vendrá por mí? ¿Esto es parte del castigo Divino por haber tomado la decisión de terminar con mi vida? ¿O es parte del divertimento del Mal, disfrutando de otra alma ganada? ¿O no hay Dios, no hay Mal y no hay nada más que La Nada después de vivir? ¿Será esto La Nada, la Eternidad?
Todo esto pasaba mientras retiraban el cuerpo que había alojado la cosa que soy yo ahora, solo una consciencia espectral, sin posibilidad de ser visto, sin posibilidad de verme. De terminar lo que dejé inconcluso. De dar las explicaciones del caso a la gente que me importa. De empezar de nuevo.
¿Qué resta ahora? ¿Sentarme y esperar qué? Benditos los que enfrentan sus demonios. Benditos los que tienen los huevos para vivir. Benditos los que hicieron que hoy recuerde mi vida con algún destello de felicidad, ahora que ya no estoy allí. Maldigo la hora en la que tomé esa pistola, maldigo la hora en la que me bajé ese whisky para tomar coraje. Maldigo los gramos que me tomé. Maldigo jalar el gatillo. Maldigo a todos y a nadie.
En vano maldigo y bendigo, solo y despojado del Bien y el Mal. Esperando que uno de los dos, cualquiera, exista para que venga por mí. Porque ahora sí, estoy dispuesto a enfrentar lo que me toque.
Pero no solo.

"...no puedo llorar 
y me voy yendo 
no puedo llorar, no ves 
que no se adonde mirar 
que no podré respirar 
que 
no hay lugar 
donde llorar 
si lo supiera 
sería el primero en ir 
a conocer la razón 
a desterrar el dolor 
a respirar"

No puedo llorar, Jaime Roos


viernes, 24 de agosto de 2012

La gran farsa


La gran farsa


(Por una cuestión obvia, y para evitar represalias legales, voy a omitir los nombres a los que aludo en este texto. Desde la publicación que me contrató; el grupo mencionado y los nombres de cada uno de sus integrantes. Ustedes sabrán comprender.)


Mentir para ganar ese concurso y ser parte de esa revista en esa gira, que quizás sea la última, no me costó mucho. Un par de noches de Google, algunos libros, discos y videos, me alcanzaron para ser “El que más conocía sobre la banda más grande del mundo”, según el pomposo título con el que me calificaron.
Yo soy músico, y la verdad es que mucho no me interesaban estos tipos, yo quería viajar y estar en esa revista, LA REVISTA del rock. Las fotos de rigor, la publicidad exagerada y la exposición mediática estúpida e innecesaria, corrió por su cuenta. Pasaporte, visa y permiso de mi novia, fue lo que aporté. Y el talento por la impostura. Y allí partí, con un boleto de avión a todos lados, y un pase libre con ingreso a camarines inclusive. Nos encontraríamos en Canadá, que es donde los tipos arrancan los ensayos para sus giras, como siempre, como hace 40 años.
Y allí estaba cuando ellos llegaron. Yo, desde mi insigne lugar de cronista de la revista más prestigiosa. Ellos del marketinero título de “La Banda Más Grande De Todos Los Tiempos”. Los veo llegar, son cuatro viejos decrépitos.  Y menciono a cuatro, porque los demás parece que no merecen “ser parte”, aunque haya alguno que los acompaña desde hace casi 20 años, como el bajista. Que reemplazó a otro viejo decadente. Hoy es día de presentaciones, y yo tengo la exclusividad del primer reportaje grupal, algo que nunca hacen. Siempre son individuales, y los grupales son conferencias de prensa con decenas de periodistas acreditados que vienen desde todo el mundo. Pero esta vez habían pactado con nosotros, era seguramente la última gira, y todo alrededor de ellos estaba arreglado para que la publicidad, y el negocio no falle. Como nunca lo había hecho desde que aparecieron. Fueron el nacimiento, el nudo y esto sería el desenlace del negocio hecho música.
Cuando yo comencé con la música, estos tipos tenían años de vivir del espectáculo de las luces de colores y los escándalos. Si, metieron algún número uno en los charts. Si, vendieron algunos millones de discos. Si, llenaron algunos miles de estadios. Pero, ¿Alguna vez prestaron atención a su música? Cuadradita, dos guitarras básicas, un baterista demasiado serio para tocar rock, y un ridículo cantante que dicen inventó al “Rockstar” tal y como se lo conoce. ¿Alcanza eso para perdurar en el tiempo, en la memoria colectiva mundial? ¿Alcanza para ser el fondo, la banda de sonido de una, dos, tres generaciones? ¿Alcanza para crear una semi-religión en lugares tan diversos como Japón, Argentina o Rusia? ¿Alcanza para que el resto de los mediocres músicos que rotan en las radios del mundo lo reconozcan como una de sus influencias más importantes? Si hasta hay un mito, que yo no creo aunque la versión provenga de su ex mujer, de que a Jorge Luis Borges le gustaban, y mucho. No jodamos…
Entonces entran al hall en el que haríamos el reportaje. Yo, impávido ante su presencia, extiendo mi mano y los voy saludando uno por uno. Con respeto, pero sin demostrar admiración exagerada, porque no la tengo. Ni exagerada ni admiración alguna. Los tengo aquí. Cuatro hombres mayores, muy mayores, a los que pienso poner en apuros con mis preguntas, con mi inteligencia. Yo voy a demostrar en este reportaje su verdadera esencia, la de productos comerciales sin el mínimo interés artístico. La revista que solo tiene en común con ellos el parecido del nombre, me envió para desenmascararlos, para que yo descubra ante el mundo la mentira más grande en la historia de la música. Y decidido, enciendo mi pequeño grabador, tomo mi libreta de anotaciones con mi lapicera dispuesta cual bisturí para realizar la autopsia final de ésta gran mentira, y les sacudo, sin anestesia alguna:
-¿Ustedes creen que es creíble que canten “(I Can't Get No) Satisfaction” a esta altura de sus carreras?- les disparé, sabiendo que era el comienzo de mi carrera como estrella del periodismo, y el final de la suya como estrellas del entretenimiento.
Un silencio tenso invadió la sala. Dos de ellos se miraron, mientras los otros dos ni siquiera esperaron la traducción, porque no hablo inglés. El guitarrista más antiguo, me miró sin verme y respondió, con una voz aguardentosa, creo que hablando en nombre del grupo, porque el cantante le sonrió cuando terminó de hablar.
- I'm sorry honey, no more story -
Y se fueron sin saludarme. Sin siquiera notar que yo estaba ahí. Sin al menos tener la delicadeza de mirarme para recordarme.
Y muy a mi pesar, siguieron siendo la puta “Banda Más Grande de Todos Los Tiempos




martes, 21 de agosto de 2012

Progresó


Progresó

Lo miraba y me parecía que era, pero no podía ser…Si, es, pensé y encaré hacia la esquina. Cuando me acercaba, a él también se le empezó a dibujar una sonrisa en la cara, seguramente idéntica a la que llevaba yo.
-Hueso!!!- le grité a diez metros de donde estaba.
-Que hacés, Negro!- me dijo mientras nos abrazábamos emocionados. Seguramente en ese abrazo resumimos 30 y pico de años de conocernos, compartir alguna convivencia veraniega; deambular por las noches de la Costa sin un mango; prestarnos alguna pilcha; convidarnos algún sánguche por que la lija de uno no estaba acompañada debidamente por la situación económica de ese momento.
-¿Que estás haciendo acá, boludo?- le pregunto, imaginando su respuesta.
Él había decidido hace unos años buscarse la vida con su familia lejos del barrio, y verlo en una esquina, la del Club, exactamente el corazón del mismo, era volver a vernos años atrás, aunque más viejos y tranquilos.
-De paseo, nada más. Visitando a la familia- me dijo, apoyando la mano en mi hombro con cariño, seguramente con la sensación de estar recuperando algo.-Qué cambiado está todo, como progresó el barrio- dice mientras revolea los ojos por asfaltos que desconoce, nuevas edificaciones que lo asombran, y pibas que pasan y qué, piensa, eran bebés o no existían cuando él se fue.
Y vino la pregunta obvia:-Ché, ¿Y los pibes?-
Y yo pienso para mí.- ¿Por dónde arranco? ¿Le cuento de todos y cada uno?¿Le cuento de los que les fue bien?¿Le cuento de los que les fue mal?¿Le digo sobre los que ya no están?-
Creo que esa duda momentánea, hace que el enfrente la conversación desde las preguntas, quizás adivinando mi incertidumbre por lo amplio de su pregunta.
-¿Y el Gordo, salió?- me dice y espera.
-Sí. Pero falleció. ¿No te enteraste?- digo ya conmovido por el rumbo inevitable de la charla.
-No me digas, boludo…Y si, era cantado. ¿Y los pibes del Club? El Tobi, Chompón, Jairo, Juani, Pelé…- pregunta esperando que en la variedad de personajes, la pegue con alguno que le haya ido bien.
-La mitad guardado. Juani y Pelé palmaron, chocaron con la moto del Boli. El único al que veo es a Chompón, ahí anda…- le aclaro sin aclarar demasiado.
-No me digas, y yo ni me enteré de nada…¿Y las pibas? Me imagino que les fue mejor.-
-Bueno imagino por quién preguntás- le digo, porque a pesar de la diferencia de edad, casi todos los pibes tuvimos una novia en común. Pero con ella no, no hubo otro que se le anime más que él. Bueno, varios se le animaron, pero del barrio, no le pasó cabida a nadie. La experiencia que tuvo con Hueso, la había marcado con los pibes del barrio. Nunca supimos si había sido buena, y no quería joderlo, o era tan malo que jamás se le ocurrió intentarlo con otro…
-Las otras pibas se casaron, están embrolladas con maridos que ni conocen, con hijos que no planearon, con laburos que no les gustan y peleando día a día con espejos y fechas de nacimiento. En cambio La Negra vive como siempre. Y creo que es feliz, como ninguno de los que conozco.-
Y creí que eso lo iba a poner contento, al fin una buena noticia.
Pero no, su cara se transformó. De golpe, 20, 30 años se le subieron al lomo. Empecé a notar las arrugas que no había notado. Un rictus amargo le signaba la boca. Se le apagaron los ojos, que hasta hace segundos estaban soportando con emoción todas las pálidas que le estaba tirando con mi charla. Lo arruiné, en un segundo lo liquidé.
Un segundo, treinta segundos después, reaccionó. Me miró, me apretó el hombro con la mano que con aprecio hasta ese momento me estaba apoyando con aprecio, con estima. Y largó:
-¿Sabés que me cagaste el paseo, el descanso, el disfrute del progreso de este barrio que sigo sintiendo como mío? Chau, Negro. Espero no volver a verte más.- Y se fue sin saludarme.
Entonces comprendí algo que escuché cierta vez, y que no creía que fuese cierto. “La gente quiere verte bien. Pero nunca mejor que ellos.”
Y pensé para mí, porque el Hueso ya se había ido:
 -¿Sabés qué Hueso? Andate a la puta que te re parió…-



“Envidia, envidia que me condena
a vivir con esta pena,
porque no hay mayor dolor
que la envidia por amor.”
“Envidia”, Tango de Francisco Canaro. Letra : Amadori / Castillo

martes, 14 de agosto de 2012

Asesino


Asesino

Ya veré que hacer con sus restos cuando vengan a reclamarme por él. Pero no soportaba más.
Ya no soportaba que se refugie en el arte en todas sus formas, para escaparle a la realidad que nos agobia.  La música no es más que el arte de combinar los sonidos. Los cuadros no son más que la dispersión de colores sobre un lienzo muerto. La literatura es la expresión de pobres tipos que tratan de vivir una vida para la que no están habilitados por falta de talento, por ausencia de valentía, por escases de coraje para animarse a ser quiénes queremos ser. El teatro, la impostura en su expresión más pobre, con ridículas representaciones ya no sólo de personajes, si no también de épocas que no viviremos por llegar tarde, o por no llegar.
La amistad que promovía también me exasperaba. Confiar en gente, conociendo la naturaleza de la gente. Una ilusoria esperanza, tratar de encontrar pares en este individualismo que nos señala, y nos marca. Grupos en los cuáles todos se envidian, desde las parejas hasta la posición social. De la vestimenta, por diferente, o porque se imitan; hasta los autos, y motos, y toda referencia que indique la prosperidad económica. La única bonanza que hoy me importa.
Y jugar, siempre jugar. Insoportable. Creer que unos tipos juegan por uno, haciéndose problemas por multimillonarios que dicen representar los colores de los que nos hicimos fanáticos en la absurda y lejana niñez. Y endiosar a un tipo de pantaloncitos cortos, por un gol contra quienes juegan defendiendo al equipo que representa deportivamente a la liga atlética que se desarrolla en el país que nos oprime como una eterna potencia que abusa de aquellos países que están condenados a la sumisión. Todo desde el más absoluto romanticismo, con esa intolerable comunión solidaria de sentirse parte de algo colectivo.
Y los horarios cruzados. Una persona debe dormir de noche y vivir de día. ¿Qué puede haber de interesante en la oscuridad de la noche?¿Qué charla trasnochada, incluso influida por alguna sustancia non sancta (otra de las cuestiones intolerables que solía experimentar en su derrotero nocturno), puede ser tan interesante que no permita el correcto descanso?¿ qué persona puede aportarnos algo en esas condiciones? Filosofía barata, de bar, de esquina, de los raspados de la olla. Como quedarse a escuchar un absurdo programa radial, o leer… ¡Leer! ¿Para qué? Vidas inventadas, lejísimos de la realidad diaria.
Y lo peor, el amor. Entregarse sin medir consecuencias, aún a gente que jamás nos concederá su amor. Enamorarse porque sí, solo porque es la mujer más linda que jamás encontraremos. Por gusto, digamos, aún siendo una mujer que no estará atenta a nuestras necesidades. Esas que anteponen su vida, que incluye actividades laborales, artísticas e incluso sus hijos a la atención de  su hombre. Enamorarse y ser tan sensible que se exponen, quedando en evidencia ante propios y extraños, siendo el hazmerreir  cuando ellas se van con alguien mejor, que por supuesto siempre es otro. Y llorar cuando sucede… Impresentable! Llorar por los rincones, por las esquinas. En público y en privado. A gritos o sollozando, como en el poema de Girondo. Llorar, una vergüenza.
Entenderán entonces por qué lo maté. Ya no lo necesitaba conmigo. Es más, urgía quitármelo de encima, desprenderme de él de una vez y racionalizar mi simple vida, que él siempre se encargaba de volver un posible sueño, un inminente vuelo.
Y entonces empecé: Con el puñal de la responsabilidad y la rutina, lo cosí a puntazos. Con la escopeta de la seriedad y la desconfianza, lo agujereé de lado a lado, con el hueco de salida más grande que el de entrada. Lo pateé en el piso, porque se empeñaba en seguir respirando, aferrado como todos ellos a la vida, que amaba con devoción. Como a Rasputín, no conforme con todo lo anterior, lo terminé arrojando en las congeladas aguas de la nostalgia y la melancolía, en la congelante sensibilidad de los ilusos. Y creo que fue suficiente, ya tendrá en un futuro una autopsia oficial, la que yo refrendaré con mi declaración imperturbable sobre lo que recordaré de él.

Ustedes comprenderán, entonces, que el joven que vivía en mi haya sido asesinado en defensa propia. Yo solo quiero vivir tranquilo.




"La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que una vez fue joven".

Oscar Wilde, “El Retrato de Dorian Gray”

viernes, 10 de agosto de 2012

Martes


Martes

Mientras ella cantaba, el dejaba que se consuma su cubito de hielo en lo que estaba tomando, que ya no recordaba qué era. No muchos prestaban atención a la voz de ella, porque el ambiente festivo no coincidía con la tristeza de la temática de sus interpretaciones; y porque realmente no era una gran cantante.
Sentada sobre el piano, la imagen era infinitamente superior al espectáculo. Ella allí seguía, ignorando la mirada compasiva de los pocos clientes que le prestaban atención. Pero él era distinto: estaba ahí por ella. Cada detalle, cada gesto, cada quiebre en la impostación que ejecutaba, él la disfrutaba. Y no era una simulación, o una postura. La adoraba.
La había descubierto en el peor momento de su vida. Un martes pasó por ese bar, y decidió cambiar su rutina: Se iba a agarrar una borrachera inolvidable, se dijo. A la mierda el forreo del jefe, su suegro. A la puta que lo  parió la rompe huevos de la mujer que le exigía un nivel de vida que él económicamente no podía sostener, y no colaboraba en nada porque “ella dedicó su vida a su familia, y tenemos cuatro hijos que crié sola…”. Al olvido las insoportables reuniones con amigos que le adosó su mujer, porque los de él no eran lo que se espera (lo que su mujer esperaba) de gente adulta y responsable. De lado quedaba su título de periodista guardado en los archivos de la nada.
Así llegó a su encuentro, que se le presentó sin que ella lo supiese, con esa versión destrozada de “Afiches”, en un intento jazzeado de que ella pueda cantarlo de una manera aceptable. Y no…
-“Es hermosa. Es fresca como el agua que tomás directamente de la canilla del baño las mañanas de resaca”-, pensó con su particular manera de cotejar a las personas con ridículas comparaciones.
Convencido de haber descubierto algo que era un secreto que el destino le tenía preparado, pero sin el valor para encararla, se cercioró por intermedio del mozo, de que ella habitualmente cantaba allí, que no era la última oportunidad en la que la vería. “Los martes, no sé por qué”, le dijo el mozo desconfiado, sin saber si la pregunta era para no volver a venir cuando ella se presente otra vez, o si era la duda de un admirador.
Oculto entre la oscuridad del lugar y las mesas mal dispuestas, cada martes volvió a encontrarse con ella, pero con la cobardía suficientemente expuesta como para no exponerse. Y se enamoró, apasionadamente, tangamente. De su voz, de sus ojos, de su lejanía. Y ella siguió sin saber de su existencia más allá de que alguna vez le pareció que ese hombre estaba prestándole más atención que el resto de los habituales escuchas, poco predispuestos a que ella interrumpa sus risas y conversaciones a los gritos. Nunca él confesó su amor. Nunca ella lo adivinó siquiera.
Hoy, él cree que está condenado a la infelicidad eterna de su rutina; de su laburo; de su mujer; de sus malabares económicos para conformarla; de su incapacidad de olvidarse de todo aún tomando. Y cree que la vida no tiene sentido, que debería tener los huevos suficientes para encararla de otra manera. Qué la insoportabilidad de vacía vida ya no tiene sentido, que la tregua del martes ya no le alcanza.
Pero eso le pasa todos los miércoles.



“Él dice que la vida, es un chiste maldito.
Ella llora siempre que suena un blues…”
“Mientras Haya Luces de Bar”, Iván Noble, Caballeros de La Quema


martes, 7 de agosto de 2012

Naturalmente


Naturalmente

En el principio de los tiempos, cuándo el tiempo no existía, ellos decidieron poner manos a la obra.
Juntos, porque se habían elegido desde su propia creación, emprendieron la imposible aventura de vivir, de dar vida. Él encaro entonces la tarea que demandaba un trabajo físico, aunque posteriormente dejara su cuerpo de lado para perdurar en el éter. Y así, con la mirada supervisora de ella, fue completando sus pedidos, nivelando naturalmente cada rincón de su espacio. A pedido de ella, fue perfeccionando cada diseño, cada intervención y cada decisión que tomaban. Ella se encargó de que cada una de las creaciones de él, fuese tan perfecta como lo soñaron. Porque no era esta aventura algo perpetrado al azar. No, desde la eternidad del tiempo que no constaba, ellos delinearon esto que estaban llevando a cabo. Y tal fue la dedicación que colocaron en sus tareas, que él casi se olvidó de ella. Un día, una semana. Un millón de años.
 La tarea era tan demoledora y absorbente, que él hacía su máximo esfuerzo, y ella lo respaldaba sin dejar nunca de mostrarse afectuosa con él, de darle a sus hijos muestras permanentes que magnificaran la tarea realizada por él; de colocarlo en primer orden ante sus ojos, esos ojos con los que los hijos observan, juzgan y condenan a sus padres sin tener en cuenta nada. A veces para absolverlos, a veces para condenarlos sin apelaciones. Y eso que esto ocurrió desde la aparición del primero, según registros de un tiempo que ya empezaba a contarnos historias.
Un día, él debió alejarse. Como dije, prefirió ser una figura etérea, una idea que nace con nosotros, un ideal de ser. Ella no se fue con él. Prefirió quedarse a esperar, a acompañar a sus hijos, a brindarles todo lo que necesiten. Algunos de ellos le reconocen ese gesto, y la adoran desde que nacen hasta que pasan a formar parte de ella. Otros la combaten desde su ignorancia, proyectando sus culpas y pecados en la  pureza intacta de quién los cobija. O se aferran a la presencia/ausencia de él para buscar su futuro, para bancar su presente y soportar su pasado. Algunos los veneran a ambos, y esos son los que viven sin grandes cuestionamientos. Y los más compadritos, dicen ignorar a los dos. Pero el solo hecho de no reconocerlos, da por sentado que saben claramente de su existencia.
¿Ellos? Siguen su tarea juntos, como desde el primer día de los tiempos en los que se empezaron a registrar  las historias, en los que no existían los días. Él cuidándola de sus hijos, y ella reconciliándolos con él cada amanecer. Y así, desde ese principio que nunca empezó, van llevándonos hacia el futuro, sabiendo que en él, solo ellos estarán. Como al principio, que nunca existió. Porque ésta, ciertamente, es la única historia de amor real. Juntos, desde la nada hasta la nada.


“Cuando todo era nada,
era nada el principio…”
Ricardo Soulé; “Génesis”, Vox Dei.