Volver, ni a palos.
“Vuelvo
vencido a la casita de los viejos…” decía aquél tango que silbaba mi abuelo. Y
sí, vuelvo así. No hay nadie seguro, así que entro por el costado, destrabo la
puerta del fondo, y paso. Antes de animarme a volver, estuve dos días dando
vueltas, así que me pego un baño, y me pongo la pilcha que la Vieja guarda en
el mismo cajón que quedó cuando el Viejo partió. Me da no sé qué, usarla, pero
hasta parece que la lavaron recientemente por aroma a perfumito del jabón que
larga.
Preparo el
mate, porque miro el reloj y noto que la Vieja ya está por llegar del laburo,
como hace casi 40 años. Bueno, desde que yo nací casi.
Mientras
tomo el primero, empiezo a pensar qué le voy a decir. Soy un pelotudo, me digo
sin querer mirarme al espejo que se muestra imponente justo detrás del otro
extremo de la mesita. Pero no lo quiero mirar. Esa mesita que siempre fue así,
porque no fuimos nunca más que tres, y cuando se fue el Viejo, quedamos siempre
dos. Porque como en un pacto tácito, ella jamás trajo un tipo, y yo manejé a
mis parejas siempre fuera de casa. Ni mi segunda esposa, con la que tuve a la Nena,
vino jamás a comer, o a tomar mates. Y la Nena…Bueno, ya no es más una nena,
pero nunca hice nada por ella, así que si vino a ver a la abuela una que otra
vez, vino sin mí, por iniciativa propia o de la Vieja.
Bueno, no
sé…Quizás sea momento de definir cuáles son mis objetivos, y contarle en una
confesión tardía, todo lo que sé que ella sabe, pero que nunca le dije. Somos
iguales, ella jamás me dijo nada de nada. Pero quizás sea este el momento, el
tiempo de vomitar todo ese nudo que me ahorca. ¿Si no es con ella, con quién
más lo voy a hablar?
Le voy a
decir que tenía razón, que siempre la tuvo. Que debí terminar los estudios
cuando era un pendejo mimado, cuando vivía como quería a costa del sacrificio
de ellos. Que la partida de mi viejo no era excusa para mandarme todas las
cagadas que me mandé. Que casarme con la primera piba que se animó a ser mi
novia, fue cagarle la vida a la pobre, que me amaba. Que dejarla cuando la
segunda me avisó que estaba embarazada, fue una agachada que ni siquiera puedo
adjetivar. Para las dos, o para las tres si contamos que después nació la Nena…
Que seguir juntándome con los vagos el viernes con la excusa del fulbito y
volver cada domingo al mediodía en pedo, seco y endeudado por la timba y el
boliche, no es una buena manera para relacionarse con una mujer. Y mucho menos
para conformar una familia. Que no debí aceptar los laburos por guita nada más,
siempre al límite de lo ilegal, cagando a alguien, o coimeando a quién
corresponda para seguir en juego, en la cancha donde el vale todo y el sálvese
quien pueda son la regla. Donde el guapo se impone, cuando ya no hay más
guapos. Que agradezco y reconozco el ejemplo que ellos me dieron con respecto
al laburo, aunque jamás haya seguido ese ejemplo. Que me gustaría haber
cumplido cada uno de sus sueños, para que ella hoy estuviese orgullosa de mí
como yo lo estoy de ella. Pero que sepa que cada uno de mis sueños se
cumplieron, lástima que también se cumplió cada pesadilla. Y que me perdone,
pero que no estoy arrepentido porque ya es tarde para arrepentirse, no porque
sea tan estúpido de no darme cuenta lo malo que hice.
Como un boludo, me doy cuenta que estoy llorando
como un gil, cuando escucho el portón de la calle primero, y la llave entrando
en la cerradura. Antes de que abra, le aviso que estoy yo, para que no
se pegue un julepe bárbaro al entrar. En eso recapitulo que hace como dos, o
tres meses que no aparezco por acá, así que eso me angustia un poquito más…
Cuando la Vieja
entra, ni siquiera hace gesto alguno que demuestre sorpresa, o enojo, o qué se
yo que está sintiendo. Viene hasta donde yo estoy sentado, me abraza por atrás,
y me da un beso con todas las ganas. Como siempre. Antes de que yo pueda decir
algo, me dice que se imaginaba que yo estaba ahí. Sin animarme a decir más, le
digo que la estaba esperando para tomar mates. –Qué bueno-, me dice mientras
revolea bolso y zapatillas desde la puerta de su pieza hasta adentro de la
misma. Entonces se sienta en el otro extremo de la mesita, y el reflejo del sol
que le da al espejo que quedó detrás de ella, le regala un aura casi religiosa.
La veo y me conmuevo, porque parece que el tiempo no pasó para ella. Está como
siempre, tan hermosa que yo siempre decía que no tengo el complejo de Edipo. Yo
soy Edipo. La novia del Viejo, esa piba por la que el barrio y sus alrededores
se morían. Y coqueta, siempre arreglada para que ningún detalle delate el paso
del tiempo en ella.
Le doy el
mate, y recién cuando pega el primer sorbo, me mira a los ojos. Se nota que los
míos vigilanteaban las recientes lágrimas, porque un casi imperceptible gesto,
hizo que una mueca le transfigure la cara una milésima de segundo que tan solo
yo, que la conozco tanto, pude advertir. No dijo nada, por supuesto, en ese
código críptico e inconmovible que nos une.
Entonces no
sabía cómo arrancar, cuando ella me anticipó: -¿Qué te pasa, Negrito?-
Supuse que
ese era el momento que esperaba, para poder largar mi rollo. Pero no me animé
para nada, y sólo pude decir una cosa que me salió casi inconscientemente:
-¿Lo
extrañás a papá vos?-, y me mordía las tripas para no llorar como un pelotudo.
La Vieja se
paró, me alcanzó el mate en la mano, y riendo me dijo: -No Negro, este es el
único rato que tenemos para estar solos. En un rato viene el pesado, y hay que
atenderlo como un rey…-
En eso
levanté la cabeza, y quedé cara a cara con el espejo. En él, el Negrito, ese
pibe de 17 años al que le temblaban las rodillas cuando una piba lo miraba
fijo, me miraba sin ver. Y no sé que veía él, pero yo veía lo que fui y lo que
pude ser. Vi como podía redimirme, como una inexplicable rotonda del camino de la
vida me había puesto ahí, retrocediendo casi al punto de partida. Y que tenía
los dados en la mano, y que entre el azar y lo que fuese decidiendo, este puto
juego me dio un re enganche inesperado. Y eso que estaba jugado y sin fichas…
Solo mordí
la bombilla del impacto, y haciéndome el pelotudo como tan bien me salía y me
sigue saliendo, me paré y le di el beso más grande que nunca le di. Y le dije
que iba a salir, pero que no me espere. Uno nunca sabe cómo y cuando vuelve a
los lugares en donde siempre nos están esperando.
¿cuándo?
¿Pero cuándo?
Si siempre estoy llegando,