domingo, 20 de diciembre de 2015

Volver, ni a palos.

                                                      Volver, ni a palos.


“Vuelvo vencido a la casita de los viejos…” decía aquél tango que silbaba mi abuelo. Y sí, vuelvo así. No hay nadie seguro, así que entro por el costado, destrabo la puerta del fondo, y paso. Antes de animarme a volver, estuve dos días dando vueltas, así que me pego un baño, y me pongo la pilcha que la Vieja guarda en el mismo cajón que quedó cuando el Viejo partió. Me da no sé qué, usarla, pero hasta parece que la lavaron recientemente por aroma a perfumito del jabón que larga.
Preparo el mate, porque miro el reloj y noto que la Vieja ya está por llegar del laburo, como hace casi 40 años. Bueno, desde que yo nací casi.
Mientras tomo el primero, empiezo a pensar qué le voy a decir. Soy un pelotudo, me digo sin querer mirarme al espejo que se muestra imponente justo detrás del otro extremo de la mesita. Pero no lo quiero mirar. Esa mesita que siempre fue así, porque no fuimos nunca más que tres, y cuando se fue el Viejo, quedamos siempre dos. Porque como en un pacto tácito, ella jamás trajo un tipo, y yo manejé a mis parejas siempre fuera de casa. Ni mi segunda esposa, con la que tuve a la Nena, vino jamás a comer, o a tomar mates. Y la Nena…Bueno, ya no es más una nena, pero nunca hice nada por ella, así que si vino a ver a la abuela una que otra vez, vino sin mí, por iniciativa propia o de la Vieja.
Bueno, no sé…Quizás sea momento de definir cuáles son mis objetivos, y contarle en una confesión tardía, todo lo que sé que ella sabe, pero que nunca le dije. Somos iguales, ella jamás me dijo nada de nada. Pero quizás sea este el momento, el tiempo de vomitar todo ese nudo que me ahorca. ¿Si no es con ella, con quién más lo voy a hablar?
Le voy a decir que tenía razón, que siempre la tuvo. Que debí terminar los estudios cuando era un pendejo mimado, cuando vivía como quería a costa del sacrificio de ellos. Que la partida de mi viejo no era excusa para mandarme todas las cagadas que me mandé. Que casarme con la primera piba que se animó a ser mi novia, fue cagarle la vida a la pobre, que me amaba. Que dejarla cuando la segunda me avisó que estaba embarazada, fue una agachada que ni siquiera puedo adjetivar. Para las dos, o para las tres si contamos que después nació la Nena… Que seguir juntándome con los vagos el viernes con la excusa del fulbito y volver cada domingo al mediodía en pedo, seco y endeudado por la timba y el boliche, no es una buena manera para relacionarse con una mujer. Y mucho menos para conformar una familia. Que no debí aceptar los laburos por guita nada más, siempre al límite de lo ilegal, cagando a alguien, o coimeando a quién corresponda para seguir en juego, en la cancha donde el vale todo y el sálvese quien pueda son la regla. Donde el guapo se impone, cuando ya no hay más guapos. Que agradezco y reconozco el ejemplo que ellos me dieron con respecto al laburo, aunque jamás haya seguido ese ejemplo. Que me gustaría haber cumplido cada uno de sus sueños, para que ella hoy estuviese orgullosa de mí como yo lo estoy de ella. Pero que sepa que cada uno de mis sueños se cumplieron, lástima que también se cumplió cada pesadilla. Y que me perdone, pero que no estoy arrepentido porque ya es tarde para arrepentirse, no porque sea tan estúpido de no darme cuenta lo malo que hice.
Como un boludo, me doy cuenta que estoy llorando como un gil, cuando escucho el portón de la calle primero, y la llave entrando en la cerradura. Antes de que abra, le aviso que estoy yo, para que no se pegue un julepe bárbaro al entrar. En eso recapitulo que hace como dos, o tres meses que no aparezco por acá, así que eso me angustia un poquito más…
Cuando la Vieja entra, ni siquiera hace gesto alguno que demuestre sorpresa, o enojo, o qué se yo que está sintiendo. Viene hasta donde yo estoy sentado, me abraza por atrás, y me da un beso con todas las ganas. Como siempre. Antes de que yo pueda decir algo, me dice que se imaginaba que yo estaba ahí. Sin animarme a decir más, le digo que la estaba esperando para tomar mates. –Qué bueno-, me dice mientras revolea bolso y zapatillas desde la puerta de su pieza hasta adentro de la misma. Entonces se sienta en el otro extremo de la mesita, y el reflejo del sol que le da al espejo que quedó detrás de ella, le regala un aura casi religiosa. La veo y me conmuevo, porque parece que el tiempo no pasó para ella. Está como siempre, tan hermosa que yo siempre decía que no tengo el complejo de Edipo. Yo soy Edipo. La novia del Viejo, esa piba por la que el barrio y sus alrededores se morían. Y coqueta, siempre arreglada para que ningún detalle delate el paso del tiempo en ella.
Le doy el mate, y recién cuando pega el primer sorbo, me mira a los ojos. Se nota que los míos vigilanteaban las recientes lágrimas, porque un casi imperceptible gesto, hizo que una mueca le transfigure la cara una milésima de segundo que tan solo yo, que la conozco tanto, pude advertir. No dijo nada, por supuesto, en ese código críptico e inconmovible que nos une.
Entonces no sabía cómo arrancar, cuando ella me anticipó: -¿Qué te pasa, Negrito?-
Supuse que ese era el momento que esperaba, para poder largar mi rollo. Pero no me animé para nada, y sólo pude decir una cosa que me salió casi inconscientemente:
-¿Lo extrañás a papá vos?-, y me mordía las tripas para no llorar como un pelotudo.
La Vieja se paró, me alcanzó el mate en la mano, y riendo me dijo: -No Negro, este es el único rato que tenemos para estar solos. En un rato viene el pesado, y hay que atenderlo como un rey…-
En eso levanté la cabeza, y quedé cara a cara con el espejo. En él, el Negrito, ese pibe de 17 años al que le temblaban las rodillas cuando una piba lo miraba fijo, me miraba sin ver. Y no sé que veía él, pero yo veía lo que fui y lo que pude ser. Vi como podía redimirme, como una inexplicable rotonda del camino de la vida me había puesto ahí, retrocediendo casi al punto de partida. Y que tenía los dados en la mano, y que entre el azar y lo que fuese decidiendo, este puto juego me dio un re enganche inesperado. Y eso que estaba jugado y sin fichas…
Solo mordí la bombilla del impacto, y haciéndome el pelotudo como tan bien me salía y me sigue saliendo, me paré y le di el beso más grande que nunca le di. Y le dije que iba a salir, pero que no me espere. Uno nunca sabe cómo y cuando vuelve a los lugares en donde siempre nos están esperando.




“…dicen que me fui del barrio...
¿cuándo?
¿Pero cuándo?
Si siempre estoy llegando,

y si una vez me olvidé;
las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja,
titilando como si fueran manos amigas, me decían
"nene quedate aquí!, quedate aquí, quedate aquí..." 

“Nocturno a mi barrio”, Aníbal Troilo.