miércoles, 20 de marzo de 2013

Turismo


Turismo


No podía distinguir todavía el comienzo de todo esto. Sé que esa noche, aquélla noche, decidí sólo pasar por casa a buscar una campera, y seguir viaje hasta aquí.
Estaba con la ropa con la que fui a jugar al fútbol, y no es buena idea tomar cervezas para calmar la sed. Mucho menos combinarlas con un fasito, y menos aún tomarse unos pases para levantar. En ese estado fue que tomé esta decisión, y ahora me despierto en un lugar que no reconozco completamente, aunque es aquí, sin dudas. La cuestión es que el calor me definió, y encaré la ruta con la premisa de volver a esa playa en la que durante un breve y eterno lapso, mi niñez, fui feliz. Mi juventud quedará atrás con este viaje, junto con algunos de estos “detalles”, substancias que modifican mi humor de manera momentánea.
Las luces son todo el recuerdo que tengo del viaje, y la firme convicción que debía ir a ese hotel en el que mis padres me contaban me habían procreado. El mismo al que volvimos cada año desde que tengo uso de razón. ¿Estará ese hombre tan formal y tan corpulento que gerenciaba el lugar? Supongo que sí, porque en realidad no recuerdo de que manera me registré aquí. Seguramente le conté la historia de mis infantiles vacaciones, y el seguramente me recordó a mí, y a mis padres. Y por eso permitió que pase la noche aquí, a pesar de que no tengo dinero y que no quise pasar por los cajeros en las condiciones en las que estaba. Doy por hecho que le prometí hacerlo hoy, a primera hora. Bueno, digo hoy aunque no sé si hace solo un día que estoy aquí, con una resaca que me marea, y estos ojos que no se quieren abrir mientras pienso en todo esto que me aturde.
Ahora estoy pensando seriamente en abusar de esa confianza, y pedir el servicio de habitación, luego de la ducha, que me debo desde que terminó el partido. Un buen café me vendría perfecto, y agregaría un tostado para asentar el estómago, qué con rumores de batalla me avisa que no está en óptimas condiciones. Instintivamente, y con el increíble detalle de que aún no abrí mis ojos, manoteo en el lugar en el que debí haber dejado los puchos, y los encuentro con el correspondiente encendedor. Con los ojos nublados por lagañas, y la ceguera que provoca un rayo de luz que me da de pleno, enciendo el cigarro y vuelvo a cerrar mis ojos, disfrutando ese momento.
- Luego de esto sí, arranco-  pienso para mí, o lo digo, es lo mismo. Me refriego los ojos de a uno con la mano que tengo desocupada. La otra sostiene temblorosa el cigarrillo, casi terminado. Tengo que tener los ojos bien abiertos para poder apagarlo, porque desconozco absolutamente adónde puede haber un cenicero, o algo que sirva de tal.
Ahora sí, un poco más despierto, y con la visión despejada, me doy cuenta que no estoy en donde creía estar. Una rata me mira desde el rincón del lugar, asustada como yo seguramente, o pensando qué hacer ante mi posible accionar. Una pared con un empapelado que se cae a pedazos, sirve de fondo a esa imagen. Yo, en un colchón roído, seguramente por ella, la miraba atónito. Y así se va, sin que yo reaccione.
Continúo con la desesperada inspección ocular, y descubro que el techo era un muestrario de manchas de humedad, lo mismo que la otra pared, tan familiar a mis recuerdos como completamente desconocida como el resto del cuarto. Era y no era, como las imágenes oníricas.
 De un salto, salgo de esa mugrienta cama, y veo que la ventana que da al balcón no existe, solo la abertura que la enmarcaba. Y a ese balcón me asomo, haciendo rechinar el piso de madera con cada paso que doy, para contemplar la hermosura, la imponencia y la eternidad del mar. Un mar azul, revuelto y ruidoso, que me doy cuenta que es lo único inamovible en mis recuerdos, en mis sueños de felicidad.



“En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.”

“Peces de ciudad”, Joaquín Sabina.