HUMO
Apenas podía ver, los ojos llenos de lágrimas. De
impotencia, de tristeza, de resignación. Del humo, del producto de esas gomas
quemadas acumuladas ahí, a pocos metros
de donde él estaba, sosteniendo con el cuerpo lo que repartía con la jeta. Otra
vez, la resistencia era la herramienta con la que se defendía ante la opresión
sostenida. Otra vez, pensaba, sin darse cuenta que sólo era una sola vez, la
que le tocó desde que nació. Y así se hizo, combativo por inercia, arrastrado a
ello por la realidad diaria que le había tocado en el reparto de naipes de ese
mazo marcado que es la timba de la vida. Pero no iba a aflojar, aunque peleaba
casi por costumbre nomás.
Por esa tradición de lucha, caminaba entre la gente
viendo que todo estuviese en orden, que nadie se desbande ni que sufra algún
altercado, un poco por cierta responsabilidad que había asumido, y otro poco
porque sabía que estas cosas pueden volverse tediosas, y llevar horas, que
viene gente de diversos extractos y lugares, y que el roce es algo inevitable
cuando se discuten estrategias. De repente, después de refregarse los ojos para
limpiar ese malestar que se había vuelto lágrima, algo le cambió el semblante.
Desde ese mar de rostros cansados, le pareció ver un par de ojos que creía
recordar. Y creyó que esos ojos lo habían encontrado también a él. Y en ese
microsegundo en el que ambos creyeron en el milagro del encuentro, sus ojos se
fundieron en una breve mirada que los empujó a buscarse. Y entre empellones de
él, y la trabajosa búsqueda de ella gambeteando gente sin perderlo de vista, la
eternidad fue ese segundo, ese minuto que demoraron en estar cara a cara. Ella
avanzó, y le tomó las manos. Él, con un leve retraso en la reacción, pero
definitivamente más expresivo, no dudo en darle un abrazo que era el abrazo de
la lava cuando viaja cuesta abajo. La abrazó hasta que sintió que le abrazaba
los huesos. Hasta que sintió que a ella le dolía tanto como a él le dolía el
tiempo que hacía que no la veía. La abrazó hasta que sintió que no le quedaba
aire, entre el abrazo y el humo que ahora era telón de fondo para esa escena
absolutamente insólita para esa manifestación lumpen según la mirada de los que
nada entienden de manifestaciones. Y al soltarla, pudo ver ahora sí su rostro
en detalle, más allá de la hondura de sus ojos, hasta ahí lo único que había
podido distinguir. Y sí. Ella seguía siendo ella. Distinta, pero ella. Más
grande, pero ella. Una mujer ahora, pero ella. Y dudó entonces si ella veía eso
en él, hasta que ella le largó el sentido “Estás igual…”, en un suspiro
alivianado por esa voz que estaba más gastada, pero seguía siendo de ella. Y
entonces respiraron juntos, tratando de decir lo que sentían sin decir nada que
arruine ese momento único, milagros que ni en sus sueños más nostálgicos e
idealistas, se les hubiese ocurrido.
Entonces él tuvo una revelación, un sacudón de luz,
una palabra que llegó de no sabe dónde, pero que le quemaba por dentro. Y supo
que encontrarla era parte de su suerte, de esa suerte que los que la filosofan
en ojotas, mate en mano, llaman destino. Con suavidad, la apartó unos
centímetros sin soltar sus manos, y trayéndola de nuevo hacia él, la besó
dulcemente como cuando eran una sola cosa, veinte años atrás, o en otra vida
según como lo vea cada quién, y la soltó, ahora sí. Y dándose media vuelta, sin
mirar atrás cómo si al volverse pudiese convertirse en estatua de sal, se fue
mientras que con la mirada buscaba seguir ordenando ese desorden que lo
rodeaba, y guardándose para sí las sensaciones. Ella seguía siendo ella, pensó.
Así que para él, nada cambiaba.
Solo el alivio de que ella seguiría siendo el
horizonte, ese punto imaginario al que nunca llegaría, pero que buscaría
alcanzar mientras pudiese caminar. Aunque el humo le llene los ojos de
lágrimas, porque a algo hay que echarle la culpa.
"...Estoy tratando de decirte que
me desespero de esperarte,
que no salgo a buscarte porque sé,
que corro el riesgo de encontrarte;..."
TODAVÍA UNA CANCIÓN DE AMOR,
¿SABINA?/¿CALAMARO?