sábado, 26 de marzo de 2016

Ese mar

                                                     Ese mar


El tipo estaba convencido que ese era el final de sus días, y que los iba a pasar lejos de ELLA. O eso era lo que le sugería su gris vida hasta que pegó ese volantazo inesperado para todos, incluso para él. Decidió ir a buscarla de alguna manera.
Y esa manera que había elegido, (¿había elegido?) era lo que le esperaba hasta que ésa que no deja jamás de cumplir con la cita prometida, la OTRA, venga a encontrarse con él, para llevarlo a su morada hasta ese espacio inimaginable que algunos que exageran su soberbia llaman eternidad.
Para creérselo, se fue a un sitio que lo indujese a pensar que estaba ahí por decisión propia, como buscando un cómplice en su interior.  Y así le agregó una actividad que lo atrapaba, quizás para justificar su escape de tantas actividades que lo atrapaban contra su voluntad consciente.
Cuando llegó al que en ese momento era su lugar soñado, trajo consigo unos cuadernos, y una caja de lápices y biromes; una vieja máquina de escribir; y una computadora portátil. Soñaba con escribir, y no quería que la manera fuese un impedimento, que el procedimiento fuese una traba, así que cubrió todos los frentes para que, cuando la inspiración desbordase su mente como esas olas que está mirando fijamente están desbordando la escollera, no haya excusa alguna para transformar esa vertiente de lava en un texto, en un poema, en un papel o en un archivo.
Poco tardó en darse cuenta que algo le faltaba, además de lo indispensable para vivir. Y escribió, sí, pero un día se tuvo que adecuar a la vida de sus vecinos para poder comer. Y ahí fue que se subió a la primera lancha, a pescar su alimento. Tanto le gustó, que se sumó a la flota de ese barco pesquero que cada madrugada, con el frío ventoso que te agujerea lo huesos, sale a colocar y recoger redes en altamar. Y además eso la acercaba un poco más a ELLA, que estaba ahí nomás, cerquita, a miles de kilómetros subiendo por ese mar. Y esa empezó a ser su vida: Cada día iba a buscarla, a estar más cerca, a intentar verla después del horizonte. Y la vieja máquina se volvió más vieja, y a salitre brumosa la hizo inutilizable; los programas de la laptop caducaron, y nadie supo allí  cómo actualizarlos; los cuadernos quedaron en un cajón con breves inscripciones que él hizo cada tarde al regresar, tratando de dejar pistas de los pensamientos que lo invadían cada vez que iba a buscarla a ELLA allá, mar adentro, aunque la mecánica de su vida cotidiana no le permitía jamás ahondar en esa aventura; y las biromes secaron su tinta.
Y ahí estaba él, viejo y gastado. Entonces decidió que no iba a esperar manso y resignado a la OTRA, la que siempre llega. Y que renunciaba a su sueño terrenal por uno más trascendente, el que cambiaría su vida, o lo que quede de ella.

Tomó el único lápiz que le quedaba entero, y le sacó punta con el cuchillo de filetear los pescados. Pensó que ahí, en ese detalle tan poco importante, se resumía su existencia. Y arrancando una hoja de uno de los  amarillentos cuadernos, escribió la breve esquela, para que nadie se asuste, y pidiendo perdón por llevarse ese barquito que no le pertenecía.
Y se fué, mar adentro, para lograr encontrarse con ELLA.Y, cobarde como se sabía, en su interior tenía la certeza de que si no lo lograba, la OTRA lo estaba esperando ahí, en ese inmenso mar que ya era su vida. O lo que quedaba de ella.

“…Pasé la frontera con los ojos cerrados.
Ví fuegos helados arder, 
y como una sombra que viaja conmigo
"la parca siempre viene detrás".
Me acompaña, nunca duerme,
no descansa, siempre junto a mí.”


Eduardo Skay Beilinson, “Oda  a la sin nombre”.