Revancha
Comencé los
preparativos en septiembre. Era algo que venía masticando desde hacía años,
desde que decidí ese odio inicial lo iba a transformar en algo que me permita
una reivindicación, la posibilidad de obtener algún tipo de resarcimiento, al
menos moral. En realidad, al comienzo no fue odio, fue una pequeña decepción,
una simple disconformidad. Con el pasar de los años, eso fue tornándose algo
más importante. Y por momentos, como ahora, fue mi principal objetivo en la
vida, resolver ese entripado.
El tema es
que este septiembre decidí que hasta aquí había llegado. Ante la incredulidad
de mis vecinos, un día me vieron remover un grupo de tejas del techo de mi
casa, y terminar de construir una chimenea qué, en el interior de mi hogar, ya
estaba concluida. De más está decir que no era la única casa con chimenea, pero
que la empiece a construir apenas terminado el invierno, eso fue lo que llamó
la atención. Más cuando respondía con evasivas ante las consultas sobre el
motivo de la construcción. O respondía vaguedades, mencionando cierta “cuenta
pendiente” que tenía, y no aclaraba con qué, ni con quién. Así, en unos pocos
días y ante la mirada atónita de mis vecinos, concluí la construcción. Solo
restaba esperar que pasaran los días, y resolver los detalles restantes.
Terminados
los preparativos, solo faltaba ajustar pequeños pormenores. Llamé a mi familia,
y le dije que me habían invitado a viajar, y que me disculpen, que ese fin de
año sin falta lo pasaría con ellos. Que no se preocupen por mí, y que si
llamaban amigos, o incluso si alguno pasaba por allí, le digan eso. Incluso una
semana antes les lleve el perro, para que no sospechasen nada. Que ella no
llamaría, porque estaba todo acordado. Mentía, hacía meses que no me llamaba,
ni siquiera respondía mis mensajes. Pero eso me daba la pauta de que no
llamaría.
Lo mismo le
dije a mis vecinos, que no iba a estar en casa, pero que no me llevaba el auto,
por si alguno de los chicos espiase por la cerradura del garaje y lo viese. Así
nadie interrumpiría mi plan, nada o podía afectar.
Nervioso,
los últimos dos días lo pasé encerrado, pensando en el momento del encuentro a
cada segundo. No pude pegar un ojo durante esos días, entre los nervios, el
cigarro y el whisky que había empezado a ingerir para darme ánimo. Al fin, iba
a saldar cuentas con él, cara a cara. Desde las casas vecinas, debido al
insoportable calor que se padecía, todos cantaban, bailaban y reían a
carcajadas en sus patios. Todo eso que él me hizo detestar por el desencanto
que luego me obnubilaba, por ese rencor que fue sembrando en mi espíritu desde
niño. Y en ello empecé a pensar, en tantas noches viendo como todos, menos yo,
obtenían lo que deseaban. Ni una vez, estuvo cerca de satisfacer mis peticiones.
Nunca, pero nunca. Y mientras se llenaban mis ojos de lágrimas por bronca, por
resentimiento, durante un segundo creí caer rendido por el sueño, y eso me
alivió un poco. Un instante después, un violento estallido me hizo saltar del
sillón que estaba frente a la chimenea. La única venta que permitía la entrada
de luz, la claraboya de la cocina, resplandeció fulgurante por la explosión de
una bengala multicolor. Arrebatado, busqué el reloj despertador que tenía a
mano, y miré la hora. Apenas pasaditas las 12…Instintivamente fui hacia la
chimenea, y metiendo la cabeza en ella, vi una tenue sombra que se estaba
deslizando fuera de ella. Le grité que se detenga, preguntando además quien
era. No me respondió, por lo que salí corriendo al patio, ante la mirada
sorprendida de mi vecino, que estaba encendiendo una cañita voladora para su
hijo. Mi cara, tras dos días sin dormir, con whisky y tabaco como única
ingestión, debía asustar. Más si le sumábamos los ojos inyectados en sangre, y
el gesto de malevolencia que me quedó después de haber sentido que perdí una oportunidad
única. Con desprecio miré a los demás vecinos, e ingresé en mi casa vencido. Todo
el plan había fracasado por un segundo de desatención, algo que no me
perdonaba. Desencajado todavía, fui a buscar la botella, para al menos aliviar
esa sensación con el resto de alcohol que me quedaba. En eso, miré el árbol que
por costumbre había armado como todos los años. Al pie del mismo, un pequeño
paquete plateado, que reflejaba las luces que lo adornaban.
Por un
segundo dudé que hacer, pero me ganó la esperanza, la sensación de creer que al
fin lo había resuelto. Desesperado, destrocé el paquete, y lo primero que ví
fue una nota, parecida o igual a la que tantas veces había visto, que decía:
“Espero que sea lo que estabas esperando. Felicidades!”. Y después de leerla,
abrí la bolsita que contenía el paquete, y me encontré con el obsequio.
Como cada
año, aunque variaba el tamaño, el color y hasta los modelos, un par de medias y
un calzoncillo me esperaban como regalo.
“La
venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”
Roberto
Gómez Bolaños, “El Chavo del 8”