viernes, 28 de diciembre de 2012

Revancha


Revancha

Comencé los preparativos en septiembre. Era algo que venía masticando desde hacía años, desde que decidí ese odio inicial lo iba a transformar en algo que me permita una reivindicación, la posibilidad de obtener algún tipo de resarcimiento, al menos moral. En realidad, al comienzo no fue odio, fue una pequeña decepción, una simple disconformidad. Con el pasar de los años, eso fue tornándose algo más importante. Y por momentos, como ahora, fue mi principal objetivo en la vida, resolver ese entripado.
El tema es que este septiembre decidí que hasta aquí había llegado. Ante la incredulidad de mis vecinos, un día me vieron remover un grupo de tejas del techo de mi casa, y terminar de construir una chimenea qué, en el interior de mi hogar, ya estaba concluida. De más está decir que no era la única casa con chimenea, pero que la empiece a construir apenas terminado el invierno, eso fue lo que llamó la atención. Más cuando respondía con evasivas ante las consultas sobre el motivo de la construcción. O respondía vaguedades, mencionando cierta “cuenta pendiente” que tenía, y no aclaraba con qué, ni con quién. Así, en unos pocos días y ante la mirada atónita de mis vecinos, concluí la construcción. Solo restaba esperar que pasaran los días, y resolver los detalles restantes.
Terminados los preparativos, solo faltaba ajustar pequeños pormenores. Llamé a mi familia, y le dije que me habían invitado a viajar, y que me disculpen, que ese fin de año sin falta lo pasaría con ellos. Que no se preocupen por mí, y que si llamaban amigos, o incluso si alguno pasaba por allí, le digan eso. Incluso una semana antes les lleve el perro, para que no sospechasen nada. Que ella no llamaría, porque estaba todo acordado. Mentía, hacía meses que no me llamaba, ni siquiera respondía mis mensajes. Pero eso me daba la pauta de que no llamaría.
Lo mismo le dije a mis vecinos, que no iba a estar en casa, pero que no me llevaba el auto, por si alguno de los chicos espiase por la cerradura del garaje y lo viese. Así nadie interrumpiría mi plan, nada o podía afectar.
Nervioso, los últimos dos días lo pasé encerrado, pensando en el momento del encuentro a cada segundo. No pude pegar un ojo durante esos días, entre los nervios, el cigarro y el whisky que había empezado a ingerir para darme ánimo. Al fin, iba a saldar cuentas con él, cara a cara. Desde las casas vecinas, debido al insoportable calor que se padecía, todos cantaban, bailaban y reían a carcajadas en sus patios. Todo eso que él me hizo detestar por el desencanto que luego me obnubilaba, por ese rencor que fue sembrando en mi espíritu desde niño. Y en ello empecé a pensar, en tantas noches viendo como todos, menos yo, obtenían lo que deseaban. Ni una vez, estuvo cerca de satisfacer mis peticiones. Nunca, pero nunca. Y mientras se llenaban mis ojos de lágrimas por bronca, por resentimiento, durante un segundo creí caer rendido por el sueño, y eso me alivió un poco. Un instante después, un violento estallido me hizo saltar del sillón que estaba frente a la chimenea. La única venta que permitía la entrada de luz, la claraboya de la cocina, resplandeció fulgurante por la explosión de una bengala multicolor. Arrebatado, busqué el reloj despertador que tenía a mano, y miré la hora. Apenas pasaditas las 12…Instintivamente fui hacia la chimenea, y metiendo la cabeza en ella, vi una tenue sombra que se estaba deslizando fuera de ella. Le grité que se detenga, preguntando además quien era. No me respondió, por lo que salí corriendo al patio, ante la mirada sorprendida de mi vecino, que estaba encendiendo una cañita voladora para su hijo. Mi cara, tras dos días sin dormir, con whisky y tabaco como única ingestión, debía asustar. Más si le sumábamos los ojos inyectados en sangre, y el gesto de malevolencia que me quedó después de haber sentido que perdí una oportunidad única. Con desprecio miré a los demás vecinos, e ingresé en mi casa vencido. Todo el plan había fracasado por un segundo de desatención, algo que no me perdonaba. Desencajado todavía, fui a buscar la botella, para al menos aliviar esa sensación con el resto de alcohol que me quedaba. En eso, miré el árbol que por costumbre había armado como todos los años. Al pie del mismo, un pequeño paquete plateado, que reflejaba las luces que lo adornaban.
Por un segundo dudé que hacer, pero me ganó la esperanza, la sensación de creer que al fin lo había resuelto. Desesperado, destrocé el paquete, y lo primero que ví fue una nota, parecida o igual a la que tantas veces había visto, que decía: “Espero que sea lo que estabas esperando. Felicidades!”. Y después de leerla, abrí la bolsita que contenía el paquete, y me encontré con el obsequio.
Como cada año, aunque variaba el tamaño, el color y hasta los modelos, un par de medias y un calzoncillo me esperaban como regalo.



“La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”
Roberto Gómez Bolaños, “El Chavo del 8”


lunes, 17 de diciembre de 2012

Esta noche


Esta noche

Cuando anochece, mi espera tiende a hacerse eterna, aunque cada vez falte menos. Ansiosa, susceptible, empiezo a imaginar el encuentro, sin esperar la concreción del mismo. Siempre es así: la víspera es tan emocionante como el escenario. Ya estoy en clima, y la ducha será un detalle más, aunque servirá de relajante, mientras aguardo que llegue. Y empiezo a conjeturar.
Me va a besar suavemente al llegar, mientras me observa con esos ojos con los que me viste y me desviste, ese borde indistinguible entre la ternura y la lascivia. Vamos, como nos gusta a todas que nos miren. Después de darme el ramo de jazmines que trae en su mano izquierda, y dejar el vino que trae en la derecha sobre la mesa, me alzará levemente mientras disfruta el aroma del perfume que me puse en el cuello para eso, para que él lo disfrute. Y comenzará a acariciar mi cabello, mi frente, mis mejillas.
Antes de que pueda recuperarme, me dirá que me siente, que él se encarga de todo. Esas velas aromatizantes que enciende, sé que no son de su gusto, pero sabiendo lo que yo las disfruto, las enciende para crear un clima de luces tenues y perfume en el aire. La cena está casi lista, ya desde anoche el había dejado todo en orden, hasta el último de los detalles. Nada sofisticado, sabe que odio lo snob. Y poco importa la comida, aunque él esté hambriento por haber trabajado todo el día. Pero sabe que soy una mujer como todas, en ese estado de dieta eterna después de los 20.
Una vez que levante la mesa, dejando solo las copas y el vino, la charla se concentrará en mis intereses. Me dirá que sí, que nos casaremos cuando yo se lo pida. La fiesta será como el de una princesa, y mi padre me entrará a la iglesia del brazo, después de recorrer el centro de la ciudad en un carruaje tirado por dos caballos blancos, impecables. Y allí estará él, con los ojos llenos de lágrimas y el anillo de mis sueños en el bolsillo interno del jaquet, al ladito del corazón.
“Tendremos los hijos que quieras -me dirá-, porque vos tenés que concretar tus sueños profesionales, y yo voy a acompañarte para realizarlos”. Un niño, porque sabe que son mi debilidad. Y agregará:"Una niña también: tu belleza debe heredarse”.
Y superado ese momento de charla sobre nuestros proyectos, se interesará por las cosas que le cuento, aunque sean superficiales, aunque hable de gente que él no conoce. Le hablaré con un poco de envidia de mis amigas, o le contaré que alguna habló de mí y que yo creo que lo hizo por envidia. Me preguntará como anda mi familia, y me dirá que mi vieja es casi una madre para él, que así la ve. “Y que genio tu viejo, yo quiero ser como él”, agregará. Preguntará cuando viene a comer con nosotros alguna de mis hermanas, o por qué mejor no vienen todas. Por mi hermano también, me dice que no se haga problemas, que aunque le destrozó el auto la última vez que lo usó, están las llaves a su disposición cuando lo necesite. Y las del departamento en la playa también, aunque todavía está en reparaciones de la última vez que fue con esos siete amigos. Y mientras me escucha, me dirá que me ama, que me extraña, que no puede vivir sin mí. Y así, en un arranque de pasión, me llevará en brazos a nuestra habitación.
Entonces ya no puedo esperar por él. Salgo de la ducha, me perfumo como a él le fascina y termino con los preparativos. Cierro la puerta con llave, pongo el pasador. Desconecto el teléfono. Cierro las ventanas, y corro cortinas, y cierro persianas. Me quedó así, como salí de la ducha, desnuda sobre la blancura de las sábanas que puse hace un rato.
Y ahora sí, me esfuerzo por dormirme, y funciona. Es que no soporto más la espera para encontrarme con el hombre de mis sueños.


"Todo el tiempo estoy pensando en ti,
en un brillo del sol, y una mirada tuya, soñé
Si te soñé, y te soñé y te soñé una vez mas...
si te soñé, y te soñé y te soñé una vez mas..."

"Soñé", Zoé


lunes, 10 de diciembre de 2012

Dormida


Dormida


Cuando regresé a la habitación, seguía igual.
Los párpados cerrados no impedían que viese sus ojos, porque los tenía alojados en los míos, en mi memoria, desde la primera vez que me miró. Yo solía decirle que eran un abismo, un mar inconmensurable en el que me gustaba perderme, viajar, volar. Sí, todos los lugares comunes y las frases cursis que había escuchado por ahí. Pero ella sabía que cuando se lo decía, no estaba el poder en las palabras rebuscadas, si no en la intención, en el sentido, en el sentimiento.
Habíamos jurado decirnos siempre la verdad, fue la única condición que nos impusimos. No importaban las consecuencias, nunca importaron. Desde el fortuito encuentro, en el que no tuve la mejor idea que encararla preguntándole si creía en el amor a primera vista, para que riendo casi a carcajadas me respondiese preguntando si acaso existen otros. Sin responderme me dijo todo, y así comenzó.
Teníamos toda la vida por delante, literalmente. Éramos casi unos niños al encontrarnos, no digo al conocernos porque eso venía creo que genéticamente. Cómo ciertas nociones que son inexplicables para la ciencia, cómo la creencia en seres superiores; o en las nociones de espiritualidad. Nacimos conociéndonos, solo fue cuestión de encontrarnos. Bueno, eso les pasa a todos, solo que el milagro del encuentro se produce en contadas ocasiones. U ocurre en momentos en los que no estamos capacitados para descubrirlo, para darnos cuenta que está ocurriendo. O nos agarra lejos, comprometidos, inseguros, cobardes. O no pasa nunca directamente, para qué seguir la enumeración absurda. Generalmente no ocurre, y hay que conformarse. O hacerse cura.
Así transcurrió nuestra vida, con todos los tópicos del amor. Tardes de paseos de la mano por plazas y parques, que inevitablemente terminaban en una calle poco transitada, besándonos desesperadamente, con hambre contra la pared de alguna casa que nos prendía las luces para espantarnos, hirviendo de envidia por nuestra energía, nuestra desfachatez. O corriendo mojados. Mojados porque no nos dimos cuenta que estaba lloviendo, y corriendo porque perdimos la noción del tiempo y había que cumplir horarios con el resto del vulgar Universo.
Noches de salidas con amigos, con la inevitable discusión por celos, o porque sí, que concluían en una perpetua reconciliación en mi cama, o en la de algún amigo que nos prestaba las llaves de su casa para que por un rato seamos inmortales. Y cerrarle esa boca perfecta a besos, para que no hable más, para que se calle, se olvide de los reproches estúpidos y se quede sin aire casi. Esa boca que ahora miro y parece no tener el gesto que me derretía.
Madrugadas que terminaban en mañanas yendo hasta el río, a ver como otras parejas iban a ver a otras parejas que iban al río a esperar la mañana. Y reírnos de esas parejas, que se reían de nosotros, seguramente por cómo nos reíamos.
Y vasos, besos y fasos compartidos en camas, sillones, sillas. Y peleas, reconciliaciones, discusiones, celos; amigos en común, enemigos particulares. Todo lo hicimos juntos, un poco por convicción, mucho por conveniencia, más por indolencia.
Nos creímos lo del amor eterno, y todo lo que ello conlleva. Y ahora al verla en mi cama, estoy más convencido que nunca. Me siento a observarla, está desnuda y hermosa como siempre. La despertaría a besos, o acariciándoles los pies. Le acomodaría suavemente el pelo, porque sé que no lo soporta y eso la inquietaría y abriría dulcemente sus ojos. Esos ojos que anoche me blindó, y no dejó que penetre con los míos. Pero no puedo, debo culminar mi tarea, y como lo prometí y lo deseé, haremos todo, pero juntos. Deberé cortarme el cuello, como lo hice con ella, y acostarme a su lado. Quizás la unión de nuestra sangre en la ensangrentada cama, produzca un milagro más, o un conjuro, un pacto que no puedo presagiar. Y seremos eternos.


"Naturaleza sangre,
naturaleza sangre, 
naturaleza.
Fuimos hechos para huir,
fuimos hechos para fingir
y tu amor, me salva"
Fito Páez, "Naturaleza sangre"



lunes, 3 de diciembre de 2012

Encontrar


Encontrar


Algo me oprimía el pecho, estaba acostado desde hacía horas pero no podía dormir. La espalda contra el piso frío, sin el parquet ya, solo sobre una inclemente carpeta de cemento. Mirando el techo, despojado del cielorraso que metódicamente había quitado el día anterior, trataba de encontrar algún resquicio que pudiese contener lo que buscaba.
Se hacía más difícil manejarme con esa linterna, ya que en mi desesperación, interrumpí el suministro eléctrico para desprender toda la instalación y revisar sus caños, sus cables, sus bocas. Bueno, no estaba para ese tipo de análisis tan racionales. Supongo que era de noche, porque al desmontar las ventanas que dan a los balcones y al pulmón interno del edificio, para tratar de desarmarlas y ver si allí había algo, logré que  la luz externa sea otra de mis fuentes lumínicas, pero en este momento no me ayudaban nada. Así que supongo que era de noche, o anochecía. Sólo la puerta que da al pasillo estaba todavía intacta, porque me aterraba la idea de que alguien me encontrase y me obligase a salir en esas condiciones.
La habitación y la pequeña cocina fue lo primero que escruté detenidamente, cuando me convencí  de que no saldría sin localizarlos. Así, el colchón (obviamente, siempre se empieza por reventar  el colchón en cualquier búsqueda desesperada); las almohadas; el pequeño placard, con  todo lo que contenía; la cama, sus patas y respaldar; la inútil mesa de luz, la lámpara que la adornaba. Todo fue escudriñado detalladamente, y una vez comprobado su vacío, revoleadas hacia el patio común, para que no moleste en la tarea a efectuar. Más complicado fue en la cocina, mi pequeño mundo. Desmontar la heladera, con todo lo que contenía. El aparador, con víveres y recuerdos familiares; la mesa y las dos sillas. La tv, la pc, el equipo de audio. Todos los objetos confortables que había acumulado con el esclavizante trabajo que tenía, que por otra parte tuve que abandonar toda esta semana como consecuencia de esta exploración, fueron debidamente desarmados, revisados y despedidos por la ventana de mi minúsculo y ahora sí, casi desierto departamento.
El baño fue sencillo, desde que ella se me fue hace unos meses, nunca repuse nada. Dos frascos, algunos potes, unas botellas. Desprender el inodoro y la grifería de la ducha, el espejo y no mucho más. Todo debidamente echado a la pila que el patio seguía acumulando, como rastro indisoluble de la frenética revisión.
Creo que a los vecinos le estaba molestando, porque los golpes en mi puerta y los murmullos en el pasillo fueron primero leves; después más insistentes y ahora se escuchaban casi resignados. Sólo el teléfono móvil a mano, mi única conexión con lo externo. Con el avisé al trabajo que no podía asistir porque no estaba en condiciones de salir. Seguro suponen que es por ella.  Con el llamé a ella diciéndole que sería bueno que me venga a acompañar y a ayudar, que seguramente tendría alguna pista, rastro o huella de lo que me urgía encontrar.  Seguro supuso que era por ella.
No me animé a llamar a ninguno de mis amigos, incluso me negué a atender algún llamado mientras examinaba y proseguía con mi trabajo. No podía permitirme distracción alguna. “Apenas pueda te llamo”, fue el mensaje que dejé en mi contestador para que jefes, amigos, acreedores y dealers supiesen que estaba demasiado ocupado como para atenderlos. Todos ellos supongo que piensan que es por ella. No importa, son unos obsesos de mierda.
Así que, bueno. Perdí ya demasiado tiempo recordando todo esto, debería continuar. Me quedan los zócalos y las baldosas del baño, ya que el resto de los pisos fue removido, con la consiguiente limpieza. Sin persianas ya, sin cielorrasos. Lo tengo que encontrar, es ineludible para poder continuar mi vida.
Lo que busco debe andar por acá, no puede estar muy lejos. Ya voy a saber qué es lo que estoy buscando, y va a ser todo mucho más fácil.


No sé lo que quiero, pero lo quiero ya, 
no sé lo que quiero, pero lo quiero ya, 
No sé!”
Lo quiero ya, Luca Prodan, Sumo 


lunes, 26 de noviembre de 2012

In Evitable


In Evitable

Primero fue algo que percibí muy lejano, como un reflejo del que uno no reconoce el origen. Me inquietó apenas, pero no llegó a ser más que eso, una distracción.
Hacía meses que compartíamos un apartamento en el centro de la ciudad, y más que una pareja, podíamos definirnos como socios en esa aventura. Nos conocimos porque debía pasar, fue algo ineludible. Respetábamos nuestras posiciones ganadas, y colaborábamos mutuamente para que el otro tenga menos escollos para alcanzar sus metas a corto y mediano plazo. Nunca nos propusimos nada que requiriese un extenso desarrollo, un plan metódico con un compromiso que involucrase promesas y juramentos de esos que ya están condenados a diluirse con el simple paso del tiempo. Y así seguíamos sumando días en esta convivencia conveniente.
Un poco más adelante ya hubo síntomas de que no era algo que yo imaginaba. El ambiente en general estaba tomando otra importancia. De repente, y de la nada yo no dejaba de pensar en ella. Y de la misma manera, ella entraba a la casa casi a las corridas, llamándome por mi nombre. Yo asustado salía a su encuentro a ver si algo le había sucedido, y no. Con un gesto entre el temor y la vergüenza, me decía que nada, que no pasaba nada. Que solo quería saber si estaba.
Empezaron las llamadas vía celular, y a los teléfonos fijos del trabajo. Esto último era más inquietante, porque de esta manera no había forma de que uno le dijera al otro mentira alguna. O estabas allí, y la sola respuesta al llamado (respuesta que por supuesto que garantizaba que ahí estabas) era suficiente para que del otro lado de la línea corten; o no estabas y eso era la habilitación para un inmediato y casi desesperado llamado al móvil. De ese llamado, se esperaba primero una respuesta que tranquilice al otro de que todo estaba bien; para luego casi pedir una detallada explicación de dónde estábamos; por qué estábamos allí; con quién estábamos; y hacia donde nos llevarían nuestros próximos pasos. Y lo preocupante realmente que no era una obsesión unidireccional. No, era de ella hacia mí; y de mí hacia ella.
Todo fue más claro y evidente, y ya fue imposible disimularlo, cuándo la delgada línea que siempre separa a quiénes conviven entre “lo mío” y “lo tuyo”, desapareció casi por completo. Sin darme cuenta, yo reclamaba por discos que ella había prestado, y al hacer memoria recordaba que eran sus discos. Los libros que ella me reprochaba por no encontrar, eran mis libros. El colmo fue la noche que al ir a acostarnos, dábamos vuelta por la habitación haciéndonos los distraídos. Yo, porque no recordaba cuál era mi lado en la cama, y no me animaba a confesárselo. Ella, según me dijo después, estaba confundida porque no sabía si la almohada rectangular era la suya, o la anatómica. Y pensándolo bien, si me hubiese preguntado, yo tampoco lo hubiese respondido con seguridad.
A la mañana siguiente de esa noche, después de pasármela mirando el techo casi inmóvil, y sintiendo como ella se retorcía en su costado (o el mío, no estaba seguro aún) porque seguramente la almohada que había tomado no era la de ella, y es imposible dormir con una almohada incómoda, nos alistamos para emprender la rutina laboral casi sin hablar. Digo casi porque mecánicamente dije un automatizado “buen día”, que fue respondido de la misma manera. Eso, y las preguntas sobre la temperatura que reflejaba la pantalla de la tv; el comentario sobre el problema de la gente sin hogar ahora que se viene el invierno; y la crítica vacía y snob a los looks de la alfombra roja de la entrega de premios de la noche anterior en Hollywood; fue todo lo que nos dijimos. En realidad, excusas para no hablar de lo que nos pasaba, de algo que se caía de maduro y que inevitablemente iba a terminar por explotar. Así, levantamos las tazas del desayuno casi sin mirarnos para no provocar la charla. Y cuando me dijo esperame que ya salimos, no aguanté más. Con el pecho reventándome por el galope del corazón, la boca seca y los ojos al borde de la mariconeada, le dije tembloroso:
-¿Por qué evitarlo? No se aguanta más esta situación-
Ella reaccionó casi imitándome, o yo creí ver en ella mi rostro, la réplica de mis sensaciones, gestos y vacilaciones. Y sólo dijo:
-Tenés razón, es inútil escaparse- y me beso como si fuese la primera vez. Y era la primera vez, si contamos como primera vez el beso que se dan las personas que pierden el miedo. Si contamos por primera vez el beso que se dan dos personas cuando se dan cuenta que sí, que van jugar a la vida eterna. Aunque esta se termine mañana.



“Un día de estos te doy un susto y te pido, 
seria y formalmente, que te cases conmigo. 
Ay, mi vida, un día el susto te lo doy yo a ti, 
y si me preguntas, te respondo que "sí".”
“Pequeña criatura”, Ismael Serrano


lunes, 19 de noviembre de 2012

La cima del mundo

La cima del mundo


Observo detenidamente con la perspectiva que da la altura de mi posición, el mundo que me rodea.
El parque está espléndido hoy, el verde de las copas de los enormes árboles relucen con cada rayo de sol que los invade, las aceras del paseo, todavía un poco húmedas por el rocío del amanecer también resplandecen. Unos pocos transeúntes las surcan: Los entusiastas gimnastas que buscan a través de su figura expresar lo buenos que son, inmersos en esta sociedad en que las personas son evaluadas por su apariencia; los obsesionados ejecutivos y aspirantes a serlo que llegan ansiosos a sus oficinas, tempranísimo para impresionar a sus jefes, porque todos tenemos uno, y así poder mantener un status económico que les interesa más a los otros que a ellos, que preferirían la bohemia y el arte, pero se entregan a sus labores pensando en hipotecas, matrículas de colegios privados, joyas para sus esposas, mascotas de raza y el auto 0 km que se están por comprar; los trabajadores menos afortunados, aquéllos que cumplen horarios y órdenes, sin analizarlos siquiera porque entienden que eso es lo que les tocó, que la suerte al repartir las vidas que les correspondía a cada uno fue esquiva con ellos y ya está, es tarde para lamentarse. Y no mucha gente más, no de estos que se destacan por sus lamentables vidas.
Y estoy yo, aquí arriba. Observando, analizando y sopesando mi intervención, la necesidad de que esta ocurra como otras veces. Mi formación, mi preparación y mi certero análisis me permite este tipo de arbitraje, el de decidir con el poder que me fue concedido, si las personas que lamentablemente viven en este tipo de limbos sociales, son merecedoras de mi asistencia.
No es algo que se dispense a mano suelta, no. Se debe establecer un criterio, en este caso el mío, para evaluar si la intromisión es válida. Una vez que actúe, nada será para esas personas lo mismo. La vida que hasta allí llevaban será un triste y lejano recuerdo, un recuerdo irrecuperable. Pero tengo ese don, y me siento obligado a ejecutarlo, a realizar mi misión en la tierra más allá de evaluaciones de gente que no comprenderá que lo mío es algo superior, no entendible generalmente para personas del vulgo, para filósofos de cafetín o teólogos frustrados. No, hay acciones que escapan al entendimiento llano, al análisis superficial al que estamos acostumbrados  hacer sobre las situaciones que normalmente escapan a nuestro intelecto.
Por suerte hay gente como yo, y por suerte no soy el único. Mi método quizá me diferencie de otros, pero no somos pocos. Y como hoy estoy de muy buen humor, creo que será esta vez una intervención múltiple, y no las simples a las que acostumbro. Los elegidos serán dos, tres o más. Dependerá de cómo resulten las primeras dos, del revuelo que puedan generar.
Pero bueno, tanto filosofar está complicando mis objetivos. Debo realizar esto, y volver a mi hogar. O tal vez sea un buen momento para tomarme unos días e ir a visitarla, escapando un poco de mis obligaciones, ya sea con mi trabajo formal, como el que asumí al explotar mi don. Pasar toda la noche aquí arriba me generó cierta somnolencia, así que sólo me voy a tomar unos minutos más para beber un trago de mi petaca, y fumarme un cigarrillo disfrutándolo a pleno, pero sin pensar en nada más que en lo que voy a hacer después, que decididamente es ir a verla. Una vez que doy la última pitada al cigarro, y lo piso para apagarlo, ya estoy compenetrado y listo.
 Y elijo a aquella pareja que viene trotando del lado este del césped, son perfectos según mi criterio de hoy, qué es no tener criterio, sólo elegir caprichosamente. Tengo ese poder, me fue conferido por mi jefe. Me persigno, acomodo el fusil, y disparo. Cae el primero, y cuando la compañera va a reaccionar, la alcanzo con un disparo en la frente. Podría dispararle al vendedor de periódicos que viene a la carrera hacia ellos porque los tenía de frente y vio como cayeron, pero no. Es suficiente por hoy.
Me voy a verla a ella. Después de salvar a dos almas más de sufrir miserablemente su vida, creo que merezco que alguien me salve a mí de tanta responsabilidad.




"No le importa si su destino es violento
Va tranquila, la bala no tiene sentimientos
como un 
secreto que no quieres escuchar
la bala va diciéndolo todo sin hablar"

“La bala”, René Pérez Joglar, “Residente”, Calle 13



lunes, 12 de noviembre de 2012

Búsqueda



Búsqueda


Entrando a ese pueblo, estaba pensando seriamente en abandonar mi búsqueda. Mi caballo, el cuarto que cambiaba desde el inicio de mi expedición, se arrastraba a paso de hombre por el calor, el cansancio y la poca convicción con la que yo lo llevaba. Sí, creo que los caballos pueden presentir eso.
Sin provisiones, con apenas un poco de agua, llegamos a ese paraje perdido en la que probaríamos suerte, como tantas otras veces. Unas preguntas de rigor, la poca voluntad de la gente por prestarse a responder, cierta desconfianza en mi aspecto, que fue deteriorándose lenta pero inexorablemente, y mi cada vez menos paciente forma de efectuar esas preguntas, dificultaban mi trabajo cada vez más.
Cuando acepte la misión, no pensé que fuese una locura como resultó. Un sobre con el dinero suficiente para vivir cómodamente durante un año; una breve descripción de mi objetivo; y, por sobre todo, la tranquilidad de que nadie me iba a controlar, ni en los métodos, ni en los tiempos que esto me demandase. Parecía el trabajo ideal, aunque nunca supuse que esa simpleza escondía la trampa de mi futura obsesión.
Y así comencé por los lugares obvios, lugares que cualquier persona buscaría para que no la encuentren. Playas de mares azules y arenas blancas, con perdidas casitas en los perdidos médanos que alejan a curiosos y visitantes por su naturaleza indómita. Y nada.
Seguí por las montañas, con verdes praderas con unos picos nevados de fondo, con cabañas incrustadas en esa perfección, desafiando la belleza del paisaje con la imbecilidad de la creación humana. Y no.
Volví a la ciudad, con sus luces y sus tentaciones; sus pecados y la posibilidad de ser nadie, un anónimo multiplicado. Recorrí bares, cabarets, ferias, hoteles, iglesias. Mostré su fotografía, dije lo que sabía y no, tampoco estaba allí.
Y ahí comenzó mi obcecación. Ya no me importaba que el dinero se haya esfumado. No me interesaba que nunca nadie se contactó más conmigo para saber de cómo iba todo, de cuáles eran los resultados, de si estaba cerca, lejos o nunca había empezado. No, ahora era mí investigación, era una cuestión personal a la que me entregaba en cuerpo y alma, dejando de lado mi vida tal y como la conocía. Y así seguí, buscando adonde debía buscar, y donde no también, como este pueblito al que estaba entrando masticando tierra y desánimo.
Até a mi sacrificado compañero al palenque, vertí un poco de agua en el reseco bebedero para animales, e ingresé al bar. Nadie que asomase, que respondiese a mi saludo indagatorio. Hasta que desde el fondo, detrás del depósito de cajones de botellas vacías, una voz me respondió que ya sería atendido. Me senté a esperar agobiado por el calor y el cansancio, y la desidia del mundo hacia mí.
De ese oscuro lugar, una sombra con una maleta empezó a dibujarse a través de la puerta. Cuando la imagen se hizo clara, reconocí su rostro cómo si lo hubiese visto de frente como veces lo ví en la fotografía aquella que me acompañaba hace meses. Me paré de un salto, sorprendido y descolocado por la sorpresa. Cuándo iba a decir una palabra, se me adelantó y me dijo:
-Llegaste al fin. Pensé que nunca lo harías, que renunciarías, que desfallecerías y abandonarías la imposible tarea. Pero no, y eso nos premia a los dos. Vámonos, no hay nada en este pueblo para dos personas cómo nosotros. Nada que valore mi paciencia. Y mucho menos, nada que esté a la altura de tu certeza.
Y por primera vez en mi viaje, supe que las respuestas superaban a las preguntas. Y que ella tenía razón.

“Te busqué en otras mujeres, todas me dieron indicios
pude entrever los placeres, también adivinar los suplicios
te busqué mucho más lejos pero tú te adelantabas
me enseñabas el reflejo de tu risa y escapabas.”


Ariel Rot, “Te busqué”





lunes, 5 de noviembre de 2012

Al sur de la prosperidad


Al sur de la prosperidad


Si la legendaria sospecha es cierta, estas acciones se remontarían algunas generaciones atrás, cuándo la importancia de las cosas se manejaba con otras escalas.
En tiempos de crecimiento poblacional más irregular e inconstante, con pequeños grupos de personas que crecían alrededor de una vía de ferrocarril como guía edilicia, social y comercial; un minúsculo círculo de personas con intereses más altruistas que el común de los nuevos vecinos, decidieron que esa ciudad al sur de la línea que dividía el Bien y el Mal, construirían una comunidad que iría a contramano de los cánones impuestos por la modernidad.
Sin ningún tipo de publicidad, sin avisos mediáticos ni explosivas actividades, se encargaron de ir minando uno a uno los símbolos del progreso, anclando esa ciudad en un estado de inmovilidad permanente, con pequeños atisbos que hacían creer que eran influenciados por el mundo que los rodeaba, cuando en realidad solo tomaban de él algunos detalles para poder llevar a cabo su magistral plan.
Así, cuando el asfalto era el modo más evidente de demostrar prosperidad, estos cofrades se encargaban de mantener sus polvorientas calles de tierra, con zanja y pasto a sus costados. Visto por un visitante, era una demostración de atraso. Desde su combativa acción, era una forma de desfavorecer la visita de indeseables. Las canchitas de fútbol eran potreros secos, inclementes. Y la razón esgrimida era que no se quería perder la pureza del juego, entre romántico y brutal.
Los colegios, por ejemplo, eran constantemente cerrados por inundaciones, plagas, caídas de árboles. Se recurría entonces a la explicación que de esta manera, los alumnos contemplaban de manera certera y contundente, el accionar de la naturaleza, y las consecuencias que traía su manipulación errónea.
Algunas veces ocurrían delitos en los qué, jóvenes en su mayoría, quitaban a otros los pocos objetos que podían comprar con el trabajo que ejercían (muy posiblemente fuera de este ámbito, que entre otras cosas, escapando del salvaje capitalismo y combatiendo el bestial consumismo, no tenía polo industrial alguno), en una vívida representación de la redistribución de la riqueza, qué, por otra parte, obtenida fuera de su cerrada colectividad, estaba manchada por la externa amenaza.
Las relaciones humanas no escapaban de esos pensamientos y actitudes. No había calle en la que una relación no se encadenara a otra, y así un primo era amigo de la cuñada de la tía de la maestra del  pibe que atendía la verdulería de la señora que es la abuela de la madrina del repartidor de diarios que iba al colegio con la hermana de la novia del primo que menciono al comenzar esta explicación. Eso creaba odios y amores en igual medida, ya sea de forma directa, o por empatía con algún eslabón de esa cadena familiar.
Transcurrió entonces el desarrollo de esta ciudad, siempre regida por la oscura, la oculta cofradía. La vía dejó de existir algunos años después de que el ferrocarril dejó de surcarla.
 Ya no era esa la guía que condicionaba a su sociedad. Había cedido ante algo más abstracto y subjetivo, una idea que sobrevolaba día a día, minuto a minuto el alma de sus habitantes. Un espíritu que parecía anacrónico la dominaba, la sujetaba a sus decisiones y caprichos.
Aunque algunos se empeñen en adjudicar todo lo enumerado a la ineptitud de los gobernantes de turno; a la desidia de las autoridades pertinentes; a las consecuencias de años de pérdidas de valores, de calidad educativa, de ser parias. Eso pasará en otros lugares.
Porque si usted vive la experiencia de visitar un barrio en el que las esquinas son centro de reuniones y asambleas con la fachada de una cerveza o un faso como único motivo de ese encuentro, no se asuste ni huya despavorido pensando que cayó en un antro de perdición, en una ciudad enviciada por el pecado y la ignorancia. Es muy probable que usted haya terminado en mi ciudad, donde todos son rehenes y súbditos de la Cofradía de los Pibes Sin Calma.

“En la tierra del ruido
y la prostitución
y las calles mugrientas
con mercados hambrientos
que perforan la estación
como largas culebras”
“Los mocosos”, A. C. Martinez, Los Piojos.

lunes, 29 de octubre de 2012

Otra larga noche


Otra larga noche


Hoy preciso que me escuchen. Me pasa cada tanto, sobre todo con algunas copas de más.
Este infame tugurio en el que me refugio desde hace unos pocos años, ya que mi condición me impide ser fiel a lugares y personas, no me brinda la compañía acorde a mis necesidades. Pero bueno, no me queda otra que resignarme a buscar un oído, otro borracho quizás dispuesto a prestarse a oír historias que solo un hombre alcoholizado soportaría.
Mi eterna juventud es uno de los temas que hoy me agobian. Se sabe, la ambición de todo mortal es mantenerse joven, porque en su lógica la juventud es sinónimo de belleza. Y quizás acordemos en ello. El problema radica en la inestabilidad de las relaciones en casos como el mío. Sí, seguramente si salgo en este momento a la calle, me cruzaré con una hermosa y joven mujer que no dudaría un segundo en aceptar una invitación mía. Y puedo ser galante, no hoy que estoy borracho, pero normalmente puedo serlo. He tenido esa experiencia, cientos, miles de veces. Los años me han dado un vasto conocimiento sobre todo. He vivido la historia en carne propia. Mis centurias habidas, la soledad de mi existencia me han convertido en un filósofo que abarca con sus pensamientos y reflexiones un amplio campo de sabiduría. Si bien soy para muchos una aparición, por lo fugaz de mis relaciones, dejo una huella imborrable en todos. Escuché historias sobre mí de gente que me conoció, contándolas como si la hubiese vivido otra persona, formando parte de la mitología urbana, barrial o de la metrópoli en la que habito. Y a algunos, transcurridos los años, los dejo con la duda si conocerme ocurrió, o solo lo soñaron. Probé de todo al menos una vez, y solo sigo haciendo lo que no me hace mal.
Quien pudiese ingresar en mi mente, y escuchar esta voz que me recuerda estas cosas, seguramente pensaría que soy, al menos, un soberbio. Pero digo todo esto desde la resignación de sufrir una condena que viene de mi linaje, de una eternidad que no elegí. Sólo conseguí torcer mi destino al decidir no continuar este legado. Y allá, en la lejana tierra en la que me engendraron, quedó mi familia, sin poder comprender mi decisión, sin perdonarme jamás. Seguramente deseando que la haya revertido, o tal vez ya me hayan olvidado. Ha pasado tanto tiempo…Pero bueno, es el precio que deberé pagar. Nunca comprendieron mi negación a dispersar mi cimiente, a que sangre de mi sangre sea condenada a lo mismo que sufro. A que una mujer, la que yo elija, me acompañe en mi derrotero eterno. Y aunque este desconsuelo incluya ciertas situaciones en las que soy lo que ellos siempre quisieron, me niego a que quienes lo sufran sea alguna de las personas que amé, amo o amaré. No puedo evitar ser quién soy, pero sí ser ese indeseable monstruo cuándo quiero y con quién quiero.  O en realidad con quien no conozco, con quien no me importa. Y así cambiar la piel, dejando la vieja quemándose al sol.
-Flaco, tengo que cerrar. Estás vos solo, ya es tarde y no va a venir nadie.- La voz del hombre dueño del antro, me saca de mi abstracción. Lo miro fijo aún sin reaccionar, hasta que pregunto:
-Oh, sí. Perdón, ¿qué hora es?-
-Las 5, amigo. Pronto va a amanecer- me responde como invitándome a irme.
Termino mi trago, dejo el billete bajo el vaso y poniéndome el abrigo, empiezo a caminar hacia la salida. Casi como huyendo, le digo antes de salir.
-Entonces es la hora de irme, sin dudas.-
Y vuelvo a mi soledad de días espléndidos. Al encierro provocado por el sol. Y es otra noche perdida, que antecede a otro puto hermoso día.


“Maldición, va a ser un día hermoso.”
Carlos "Indio" Solari, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Maldición va a ser un día hermoso.”




lunes, 22 de octubre de 2012

El guionista y ella


El guionista y ella


Al fin, había logrado mi objetivo principal en la vida: Viviría de hacer lo que me gusta, y le daría una utilidad a mis capacidades. El costo ya fue determinado, solo resta que la transacción termine por llevarse a cabo.
En mi pequeña y lúgubre oficina, ella era la que se llevaba todas las miradas de los visitantes, posibles clientes, por llamarlos de alguna manera. Luego de visitar al Sr. Caído, ellos eran derivados hacia mí, para que yo delinee los pasos a seguir, su mal llamado destino.
Como dije, ella había sido lo que me trajo hasta este negocio. Mi ineptitud, mi incapacidad y mi total ignorancia sobre casi todo, me hicieron ser su esclavo, y cualquier intención de cumplimentar mi tarea, cualquier esbozo del mismo, debería dictárselo a ella, dueña y señora mía. Por supuesto que esta sociedad era absolutamente secreta, y solo nos era competente a ambos. Sería imposible que el común de los mortales comprendiera, ni siquiera sospechase, que ella y yo éramos quiénes determinaban tantas cosas, tan influyentes en la vida de quiénes acudían a nuestra dependencia.
Así, cada día era visitado por personas que estaban dispuesta a renunciar desde allí y para siempre a la vida tal y como la conocieron, para concretar sus sueños. Sí, como alguna vez lo hice yo, ellos estaban dispuestos a ello. Renunciar a su fe, a sus creencias, a sus costumbres, a su alma si eso fuese necesario. Y lo era, ahí estaba el truco del convenio.
Yo, el que había sido un analfabeto hasta hace muy poquito, debido a mis deseos y pedidos, me había transformado en el guionista de los sueños ajenos. Mi tarea para LA EMPRESA, era tan sencilla como compleja: El cliente, enviado por Don Ángel, venía hasta mí y me describía cuál era su objetivo, su sueño. De allí en más, ella como ejecutante, y yo como simple coordinador, determinaríamos cuál era la manera más o menos viable de ejecutar ese pedido. No hacíamos milagros, no era nuestro target. Para eso, había que ir al otro Barrio.
No, lo nuestro era más frívolo, más cercano al egocentrismo de hombres y mujeres superficiales. Los pedidos casi nunca salían de dos o tres obviedades: belleza y juventud, una redundancia; la respuesta de un amor no correspondido; riquezas materiales, muchas veces utilizadas para resolver los dos inconvenientes antes mencionados;  y alguno como yo, que quería cumplir un objetivo menor cómo lo es lograr algún tipo de saber sin el menor esfuerzo. Cómo verán, nada que no pueda adquirirse con un poco de esfuerzo y voluntad, sumados quizás a algún poquito de autoestima.
Y ahí actuamos. Apenas salido el cliente, con los datos obtenidos, ella empieza ordenarlos, mientras yo la observo. Cada tanto, le cambio la hoja en la que escribe, y retiro la que ya está completa para revisarla, para darle una coherencia al plan dictado. Una vez completado ese conceptual designio, le remitíamos a LA EMPRESA, quiénes analizarían costos y posibilidades, y brindarían los recursos y resortes para que certeramente se concrete el objetivo. Pero ya no intervendríamos nosotros, solo desde los lineamientos básicos que brindábamos. Esa era mi tarea acordada, que debía cumplimentar para solventar de alguna manera mi relación con ella. Ella, la que me deslumbró apenas vi en aquella oficina encubierta de LA EMPRESA, a la que llegué casi de casualidad. Ella, parte fundamental de mi vida de allí en más, porque me permite  completarme como hombre ejerciendo de alguna forma la labor con la que soñaba, a pesar de mi iletrado origen. Ella era yo, yo era ella.
Jamás pensé que mi condena sería entregarle mi alma, pero pago mí sentencia gustoso. Por poder tocarla, por poder sentirla cerca de mí. No existo sin ella, escriba del guión de mi existencia. Y de todos los guiones que me adjudico, para no tener que explicar que son obra de una mágica, intrigante, enigmática y casi humana entelequia  que es cómplice de mi superficial sueño.

"No soy yo, soy vos. Siempre cambio el rol, nunca soy yo.(quisiera ser yo)
Yo quiero que a mi me pase lo que a vos.
(pero vos sos mejor)
No soy yo, soy vos. No soy yo, soy vos. Yo ya no soy yo
(quisiera ser yo) Con tanta gente
(pero vos sos mejor) pretendiendo ser otro,
desconfíen los unos de los otros..."
"Soy vos", Árbol.




martes, 16 de octubre de 2012

Contrapunto


Contrapunto


-La puta madre…-
El insulto fue casi un suspiro, para adentro. No era la primera vez que sentía que alguien la estaba mirando, la observaba en su departamento.
Hacia un mes casi que había decidido separarse, pero no se sentía sola. Cada mañana, como hoy, frente a la pantalla de su computadora, con el mate esperando ser tomado, sus ojos se concentraban en un punto fijo, en la nada misma. Y de repente, algo la conmovía: un ruido, una brisa suave, algo que de repente parece moverse. E inmediatamente eso le recordaba a él.

(Esto de ser un enviado no me convence. Hace ya unas semanas que la observo, le doy señales, le marco detalles para que me recuerde. No me acostumbro a esta forma de desdoblamiento espiritual, siendo un espectro que trata de convencerla de que no me olvide. Me parece en vano a veces, aunque suponer que es mi última esperanza, me empuja a seguir)

Ella lo seguía amando, eso no estaba ni siquiera en discusión. Pero el payaso que la había enamorado, el que la hacía reír como nadie, ya no le alcanzaba. Nunca alcanza. Con el paso del tiempo, uno si quiere reírse pone la tele. El hombre que amaba, era ya muy distinto al que ella estaba necesitando. Su incapacidad para generar dinero; su eterna inmadurez; su afición a la nocturnidad; a las amigas de pasado dudoso, a los amigos de pasado condenable. Su negación a conformar una familia; su inestabilidad laboral.
A pesar de todas esas cuestiones que estarían describiendo a un ser muy poco recomendable, ella lo amaba. Y quizás por eso presentía que estaba cerca.

(Todavía no puedo entender por qué me dejó. Siempre me dijo que nadie la hacía reír como yo, que nunca había congeniado tan fácilmente con una persona, aún antes de ser pareja, porque tuvimos nuestro inicio de relación como amigos. Bueno, eso lo decía ella, porque yo sabía que mi objetivo era pasar el resto de mi vida con ella. Y así lo hacía, y aunque ella había cambiado últimamente con respecto a ciertas cuestiones, yo quería reencauzar esa relación, seguir disfrutando de nuestra libertad, de nuestros tiempos. Y a pesar de que los años pasaban, yo intentaba ser siempre el joven inmaduro que la enamoró, el amigo de mis amigos que ella adoraba, sin nunca juzgar su pasado, su presente o su futuro. Y sé que es lo que ella quería, porque así me conoció.)

Todavía no tomaba el mate, pensando en él. A veces, quiere creer que se pueden dar otra chance. Si, él puede cambiar. Debería cambiar, alguna vez la adultez lo alcanzará, y se dará cuenta que ella lo ama como es, pero que es inevitable la evolución de las personas hacia un estadío de madurez, de convertirse en un hombre como, no sé, su padre…Sí, que sea como el padre de ella, la fantasía de casi todas las mujeres. La pesadilla de casi todos los hombres, que los comparen con el ideal de hombre: siempre saldrán perdiendo.
O no, el ideal es éste: que no se parezca a nadie que conoce, que la sorprenda sea mejor cada día. No hay nada mejor que ser sorprendida para bien cada mañana, cada anochecer.

(Me queda una oportunidad, creo. Cuando ella se queda así, pensativa, estoy convencido que está tratando de pensar en cualquier cosa que la lleve a olvidarme. Allí es cuando debo accionar con una brisa que mueva las cortinas. Cuando de la nada hago que el horno microondas emita ese pitido insoportable. Cuando hago caer un libro de los estantes. Porque en su realidad estoy siempre, pero difícilmente esté en sus pensamientos. No creo que nadie piense en mí, no creo que alguien pueda extrañarme. Vamos, no creo que a ella le cueste olvidarme si no hago algo que note de forma categórica. Ya la visité, al otro día que me dejó, y me dijo que era muy pronto, que necesitaba tiempo. Y así pasaron unos días, hasta que opté por esta forma de acercamiento, cuasi fantasmagórica. Y no volví: creo que ahora es un buen momento. Para decirle que nunca voy a cambiar. Para decirle que siempre voy a ser ese pibe que conoció, ese payasito que la entretenía aún en los momentos más duros. Para decirle que no nos vamos a complicar la vida, que solo vamos a ser nosotros dos, ahora y para siempre. Porque yo voy a ser su destino, y al final del camino la voy a esperar con sus sueños cumplidos. Y yo sé cuáles son, aunque ahora parezca que no me importan. Lo decidí: Hoy la llamo y la invito a cenar. O mejor le envío un mensaje, para evitarle la incomodidad de atenderme si no quiere hacerlo.)

No puede ser que ni siquiera ese susto le cambie el pensamiento. Muy por el contrario, además de solo pensar en él, ahora cree que él de alguna manera le está dando señales. Terca, pero sensible, ha tomado una decisión: Si la llama hoy, a más tardar mañana, le dará una oportunidad. Además, está persuadida de que él entendió el mensaje. Que si llama es porque está decidido a cambiar, a ser ese que ella siempre soñó. Va a ser su destino, le va a preparar sus sueños para cumplirlos juntos, desde hoy hasta el final del camino.
Cuando va a tomar por fin el primer mate, suena su teléfono, un mensaje de texto.

(Listo, enviado.”¿Querés que cenemos esta noche? Tengo que decirte algo. Adonde quieras, a la hora que me digas. Contestáme por favor. Beso.” Comienza así el sueño de mi vida)

Ella lee el mensaje, sonríe sutilmente. “Dale, en mi departamento a las 8. Yo también espero que me digas algo. Besos.”

Entonces, como un sino luminoso, una ilusión los junta otra vez. Esa noche, él va a demostrarle que siempre será el que ella conoció, y que eso es la fehaciente demostración de su amor eterno. Ella, expectante, querrá escuchar que él va a ser el hombre que ella sueña, su eterno compañero. Y ambos esperan que esa noche sea el comienzo de una vida nueva.
 Y eso, eso está garantizado. Ya nada será lo que fue.



“Ya no quiero alejarme algún tiempo,
despertar y caer al vacío.
Ya no quiero perder mi raíz,
Preguntar: ¿por qué a mí?, lo tendré merecido”

"Flores en el río", Abel Pintos



martes, 9 de octubre de 2012

Socios


Socios


Llegué a la perdida calle casi milagrosamente, con las indicaciones en ese bendito papel y la indiferencia y el desinterés de quiénes me crucé y les pedí ayuda. Una vez allí, dudé si era ese el lugar, pero la ubicación coincidía. Un edificio anacrónico, que contrastaba con los cientos de comercios que eran una pequeña Babel moderna.
La puerta de madera estaba entreabierta, y a pesar de cierta mala espina que tenía, me decidí a entrar. Una escalera, la única posibilidad de avanzar. Sin puertas a los laterales, ni pasillo posible. Y al final de esos empinados escalones, una puerta de hierro forjado, a modo de reja, antes de la puerta principal, con la cancel entreabierta. Subo, no me queda opción, y descubro que el portón metálico tampoco estaba asegurado. Sin timbres ni llamadores, entro.
La señora que estaba en el escritorio de recepción, apenas levantó la mirada, solo un “Buen día”, como un suspiro que respondí creo de igual manera. Me quise presentar, pero me aclaró que no era necesario, que quiénes llegaban hasta allí, no llegaban fortuitamente. “Sientesé”, agregó secamente. Un timbrazo del teléfono, y ella, asintiendo, me indica que puedo pasar a la oficina. Entré tímidamente, asustado casi.
Como en los films que me gustan, un sillón de gran respaldar me daba la espalda, con su ocupante mirando por la ventana hacia la calle. Sobre la mesa, un antigua máquina de escribir, preciosa. Todavía estaba parado admirándola, cuando el sillón giró, y un hombre serio, de traje sobrio apareció en él.
-Nadie llega aquí de manera fortuita. Ya se lo habrá dicho mi secretaria- me dijo intrigante.
-Hola, yo soy…- y extendí mi mano antes de terminar la presentación, que él interrumpió intempestivamente.
-Mi nombre es Ángel Caído, un gusto. No importa aquí quién es usted, de verdad. Lo único que nos importa, es quién usted quiere ser. Dentro de sus posibilidades, por supuesto. Recibimos pedidos insólitos que no podemos ejecutar. Somos una empresa que ayuda a la gente a ser quienes quieren ser, pero no hacemos milagros. Eso lo dejamos que lo crean las religiones, y los psicoanalistas…- me dijo sonriendo, y yo sonreí con él.
-Gozará usted de un asesoramiento permanente, con asistentes que complementarán sus dificultades  y dudas, o llanamente, harán las tareas requeridas por usted. El precio lo acordaremos con el trabajo en desarrollo, pero no le cobraremos nada que usted no pueda entregar, aunque usted no podrá negarse a pagar. Leeremos el contrato antes de firmarlo. La confidencialidad es absoluta, solo usted la puede romper mientras no involucre a la empresa, ni la afecte. Como prueba, podemos hacer el primer intento. Esta es la prueba que usted podrá señalar como referencia, en el caso de querer recomendarnos a alguna persona cercana que así lo requiera. Pida amigo, se le concederá- concluyó, y caí en la tentación. Mi pobre vida parece que al fin se encaminaría, y los escollos al fin podrían evadirse.
-Bueno, algo sencillo- le dije temeroso, sin estar convencido de lo que hacía. Era un paso sin retorno, pero que estaba decidido a dar. ¿Qué podía perder? ¿Que oscuro fin podía tener una empresa que ayuda  a la gente? Si, esta era mi oportunidad, nada podía ser mejor.
-Estaba viendo su máquina de escribir, es hermosa, fabulosa. Yo no sé escribir. No me malinterprete, no es que no sé escribir a máquina. No sé escribir ni leer, apenas crecí un poquito comencé a trabajar la tierra con mi padre, y nunca pude asistir al colegio. Me gustaría que el primer trabajo que puedan realizar para mí, sea escribir un texto contando cómo llegué a contratarlos. Eso, si es posible. Y estoy convencido que será el inicio de una excelente relación.-
Y esto será un pacto cuando el primero de ustedes, cómplices de la empresa, lean el texto que acaban de escribir ellos en mi nombre.




"Nunca pensé encontrarme con el diablo 
tan vivo y sano como vos y yo 
Tenía la risa que le dan los años 
y la confianza que le da el temor"

"Encuentro con el Diablo", Charly García



martes, 2 de octubre de 2012

Cuestión de tiempo


Cuestión de tiempo


Tictac…tictac...tictac…
Así infinidad de veces. No, no tenía un reloj cerca. Era su cabeza que había incorporado ese mecanismo, internalizado ese sonido para alterarle sus ya vulnerables nervios, su incapacidad de esperar pacientemente. Ese mecánico ruido lo alteraba aún más, si eso fuese posible. Lo más parecido a un reloj era su teléfono móvil, que controlaba repetidamente esperando encontrar una señal, y solo le brindaba la hora exacta como toda información.
Ella se había despedido de él con total naturalidad. La despedida con la formalidad de una relación que recién comenzaba, que se estaba desarrollando a pesar de ciertos impedimentos no menores. Pero que era fulminante, con una pasión de esas que hacen ver que hoy es para siempre, y que mañana va a ser como lo soñamos. Se juraban amor como si se conociesen de otras vidas, sin siquiera conocerse en esta. Pero era tan creíble como el amor que se juran los matrimonios de decenas de años de estar casados. Porque, ¿Quién sabe cuando un juramento es creíble? Solo el que jura, y él creía que  ella decía la verdad. Y lo mejor, es que sabía (si, sabía) que ella no le mentía.
Pero ahora algo extraño pasaba. Lo tan temido desde su desarrollada capacidad paranoica de que todo lo bueno dura poco, lo estaba agobiando casi violentamente. Su mente no resistía concentrarse ni siquiera en un simple programa estúpido de tv. Menos iba a tratar de escuchar música, o intentar leer un libro. Ni siquiera releerlo, algo que solía hacer cuando estaba ansioso y no lograba concentrarse en un nuevo argumento. Nada. Ella le absorbía y le quitaba la energía, lo poco que tenía de cuerdo y coherente.
Muchas veces, filosofando con amigos, o solo pensando en sus cosas, se jactaba de que la felicidad, su felicidad, estaba basada básicamente, en que él podía diferenciar el tiempo del reloj. “Cuando uno dice no tengo tiempo, mira el reloj. Pero el tiempo es otra cosa, y yo sé que es…”- decía entre presuntuoso y soberbio, pero era verosímil. Porque tenía una careta con la que ocultaba todos sus temores, todos sus traumas. Y todavía no la había conocido a ella. Que apareció así, fulgurante, luminosa e imprescindible. Inevitable, inesperada y adictiva. Y él ya no volvió a ser el mismo que había sido nunca jamás, con todo lo que eso significa. Para bien o para mal.
Así seguía…Tictac…tictac…tictac…
Abrir el mail. Nada, solo las publicidades de un maldito banco. Buscarla en las redes sociales. Si, allí estaba, pero sentir que si se conectaba con ella la estaba acosando de alguna manera, no era algo compatible con sus paranoias. En la dicotomía de elegir entre hablarle y molestarla; o no hablarle  y seguir incomunicado, siempre se decidía por ésta última opción.
Y seguía esperando sin saber cómo, que la señal llegue en alguna de sus múltiples variables. Y solo era eso: esperar sin saber cómo. La tortura era eterna, el tiempo era más lento que ese perverso reloj en su cabeza que marcaba su suplicio.
Y entonces se decidió: Daría por terminado él ese martirio. Con un mail lamentable, miserable y ruin, le anunciaba a ella que no estaba dispuesto a ser su juguete. Que por el amor que le tenía, no iba a permitirle que lo basuree de esa humillante manera. Que no era ningún estúpido, y que era más que evidentemente que ella le estaba ocultando algo. Que no podía soportar ese engaño. Y para rematarla, le dijo una frase perdurable. Por lo insincera, por lo estúpida: “Y quedate tranquila, que yo mañana me olvido de vos y sigo con mi vida”.
Convencidísimo, le dio clic a “enviar”, con los ojos llenos de lágrimas por la rabia y el rencor. Dispuesto a apagar la pc, cerró la pestaña del correo, y en eso ve un mensaje en el chat de la red social. Era ella, pero era de hacía varios minutos. No lo había visto, ocupado con el mail ese que resolvía su traumática espera. Al abrirlo, leyó:
-Hola mi amor! Espero que estés bien, te extraño un montón. Mi conexión a internet no funciona, y el teléfono se tildó… ¡Todo mal! Menos mal que mi amiga me prestó un toque el teléfono, un día sin hablar con vos es demasiado… Ví también que me acabás de enviar un mail así que lo leo y te contesto, ¿Querés? ¡Chau, hasta mañana! Besos, ¡te amo mucho!-


"La espera me agotó
no se nada de vos
dejaste tanto en mí.
En llamas me acosté
y en un lento degradé
supe que te perdí.

¿Qué otra cosa puedo hacer?"

Gustavo Cerati, "Crimen"