Suerte
El domingo,
después de otra derrota de su equipo, parecía que había terminado exactamente a
las 17 hs. Deambulaba por la casa, de la biblioteca a los discos, de la cocina
al baño, del comedor al patio. Así pasaba la tarde perdida, esperando la
condena del lunes, recordando que en cualquier momento volvería su esposa y sus
hijas, de ese break que se dan de vez en cuando para descansar de su rutina.
De repente
se acordó de algo: -“Hoy es el sorteo”- dijo, hablando solo porque estaba solo.
Ni siquiera el gato pudo oírlo, porque lo detestaba y cuando su mujer no
estaba, lo confinaba al balcón de una soberana patada. Buscó entre sus
documentos el ticket, y buscó en qué canal de tv daban la transmisión de la
lotería.
La encontró
casi de casualidad, cuando se topó con
el peluquín del inefable presentador, tan patético como la facha que llevaba.
Se rió con ganas, cosa que solía hacer cuando estaba solo, con esa risa
estúpida que solía compartir con los amigos, hace una vida atrás.
Por cábala,
ni revisó los números. Dejaría que el hombre canté uno a uno los sorteados, y
después se fijaría cuál fue su suerte. Estaba convencido de que lo que hacía,
era solo otra forma de pasar esa interminable tarde, nada más. Así, terminando
la última cerveza, escuchó el final, el cartón ganador, el resultado
definitivo: 02-03-13-19-25-32.
Sonrió de
costado, porque recordaba el 2, el 3 y el 13 en su comprobante. De a poquito
fue desdoblándolo, con una mano y sin mirar. Con la otra empinaba la cerveza
hasta que quedó vacía. Cuando bajó la vista, el papel estaba perfectamente
visible, y pudo ver que los números que el recordaba estaban ahí. Y el 19, el
25 y el 32, también.
Por unos
segundos, se quedó detenido en ese insignificante boleto. Ahí estaba el final
de todas sus preocupaciones pasadas. Las deudas, el auto en el taller, la casa
que se estaba deteriorando lenta e inevitablemente. La universidad de sus
hijas. No laburar más de eso que no le gustaba. Divorciarse si eso era lo que
hacía feliz a su mujer, a quién amaba, pero ya casi no se reconocían en esos
jóvenes que fueron, tan enamorados y perfectos. -Ya está-se dijo casi a los
gritos.
Y cuando la
sensación esa lo empujaba a un festejo totalmente descontrolado, algo más le
apareció en la mente, como una señal que titilaba:-¿No es demasiado dinero?-Y
eso lo aterró. Cinco millones de dólares era una suma que jamás hubiese estado
en sus planes. ¿Qué podía comprar? ¿La iba a poder gastar en esta vida? ¿Adónde
debería irse a vivir para vivir seguro? ¿Y sus hijas, tendrían la libertad que
tienen ahora, de jugar en la vereda de la casa de la abuela? ¿Adónde iba a poner
esa cantidad de guita, e un banco, para que esos hijos de puta se la choreen?
¿Y qué iba a hacer su mujer con la mitad de esa plata cuando se divorcien,
mantener aun boludo para que la atienda? ¿Encima le tengo que bancar los
chongos?¿Como ir a visitar a mis amigos a la villa en la que nací, sin que
piensen que soy un hijo de puta por no comprarles una casa a cada
uno?¿Entenderán que no soy un hijo de puta si no voy más?¿Qué tipo de gente se
va a codear conmigo?¿Quiénes serán los garcas que compartirán las reuniones de
padres en el colegio privado al que por seguridad deberé enviar a mis
hijas?¿Qué hago con mi ropa vieja?¿Qué ropa debo vestir ahora, para que me
tomen en serio?
Una
angustia fulminante le oprimía el pecho al punto de que parecía estallarle.
Cuando escuchó el sonido de la llave en la puerta del frente, saltó del sillón
del susto. Del mismo envión fue a abrir la puerta del balcón, para que el gato
roñoso vuelva a entrar. Cuando sus hijas corrieron a darle un beso, su rostro
desencajado se acomodó un poco.
Su mujer lo
miró fijo, el aferrando el ticket con su mano transpirada.
-¿Qué tenés
ahí, Gordo?- le dijo sin importarle demasiado.
Esta era la
oportunidad de su vida, demostrarle la suerte que había tenido ella, la más
linda del barrio cuando lo eligió a él,
que solo tenía sueños y chamuyo. Apretó fuerte esa mano transpirada, hizo un
bollito el ticket y lo embocó en el cesto desde casi dos metros.
-¡Doble!-gritó,
antes de concluir-Nada mi amor, un papelito que encontré.-
La abrazó
de atrás mientras ella acomodaba las compras del súper, le besó la mejilla y se
sonrieron mirándose a los ojos. Y se dijeron algo que se repetían desde
siempre, una broma adolescente, casi al unísono.
-Que suerte
que tenés de haberme conocido-
Y ella
agregó:
-Si tuvieses
plata, serías perfecto-.
“Pronto llegará,
El día de mi suerte
Sé que antes de mi muerte
Seguro que mi suerte cambiará”
El día de mi suerte
Sé que antes de mi muerte
Seguro que mi suerte cambiará”
“El día de mi suerte”, Héctor Lavoe