domingo, 23 de septiembre de 2012

Suerte


Suerte


El domingo, después de otra derrota de su equipo, parecía que había terminado exactamente a las 17 hs. Deambulaba por la casa, de la biblioteca a los discos, de la cocina al baño, del comedor al patio. Así pasaba la tarde perdida, esperando la condena del lunes, recordando que en cualquier momento volvería su esposa y sus hijas, de ese break que se dan de vez en cuando para descansar de su rutina.
De repente se acordó de algo: -“Hoy es el sorteo”- dijo, hablando solo porque estaba solo. Ni siquiera el gato pudo oírlo, porque lo detestaba y cuando su mujer no estaba, lo confinaba al balcón de una soberana patada. Buscó entre sus documentos el ticket, y buscó en qué canal de tv daban la transmisión de la lotería.
La encontró casi de casualidad, cuando se  topó con el peluquín del inefable presentador, tan patético como la facha que llevaba. Se rió con ganas, cosa que solía hacer cuando estaba solo, con esa risa estúpida que solía compartir con los amigos, hace una vida atrás.
Por cábala, ni revisó los números. Dejaría que el hombre canté uno a uno los sorteados, y después se fijaría cuál fue su suerte. Estaba convencido de que lo que hacía, era solo otra forma de pasar esa interminable tarde, nada más. Así, terminando la última cerveza, escuchó el final, el cartón ganador, el resultado definitivo: 02-03-13-19-25-32.
Sonrió de costado, porque recordaba el 2, el 3 y el 13 en su comprobante. De a poquito fue desdoblándolo, con una mano y sin mirar. Con la otra empinaba la cerveza hasta que quedó vacía. Cuando bajó la vista, el papel estaba perfectamente visible, y pudo ver que los números que el recordaba estaban ahí. Y el 19, el 25 y el 32, también.
Por unos segundos, se quedó detenido en ese insignificante boleto. Ahí estaba el final de todas sus preocupaciones pasadas. Las deudas, el auto en el taller, la casa que se estaba deteriorando lenta e inevitablemente. La universidad de sus hijas. No laburar más de eso que no le gustaba. Divorciarse si eso era lo que hacía feliz a su mujer, a quién amaba, pero ya casi no se reconocían en esos jóvenes que fueron, tan enamorados y perfectos. -Ya está-se dijo casi a los gritos.
Y cuando la sensación esa lo empujaba a un festejo totalmente descontrolado, algo más le apareció en la mente, como una señal que titilaba:-¿No es demasiado dinero?-Y eso lo aterró. Cinco millones de dólares era una suma que jamás hubiese estado en sus planes. ¿Qué podía comprar? ¿La iba a poder gastar en esta vida? ¿Adónde debería irse a vivir para vivir seguro? ¿Y sus hijas, tendrían la libertad que tienen ahora, de jugar en la vereda de la casa de la abuela? ¿Adónde iba a poner esa cantidad de guita, e un banco, para que esos hijos de puta se la choreen? ¿Y qué iba a hacer su mujer con la mitad de esa plata cuando se divorcien, mantener aun boludo para que la atienda? ¿Encima le tengo que bancar los chongos?¿Como ir a visitar a mis amigos a la villa en la que nací, sin que piensen que soy un hijo de puta por no comprarles una casa a cada uno?¿Entenderán que no soy un hijo de puta si no voy más?¿Qué tipo de gente se va a codear conmigo?¿Quiénes serán los garcas que compartirán las reuniones de padres en el colegio privado al que por seguridad deberé enviar a mis hijas?¿Qué hago con mi ropa vieja?¿Qué ropa debo vestir ahora, para que me tomen en serio?
Una angustia fulminante le oprimía el pecho al punto de que parecía estallarle. Cuando escuchó el sonido de la llave en la puerta del frente, saltó del sillón del susto. Del mismo envión fue a abrir la puerta del balcón, para que el gato roñoso vuelva a entrar. Cuando sus hijas corrieron a darle un beso, su rostro desencajado se acomodó un poco.
Su mujer lo miró fijo, el aferrando el ticket con su mano transpirada.
-¿Qué tenés ahí, Gordo?- le dijo sin importarle demasiado.
Esta era la oportunidad de su vida, demostrarle la suerte que había tenido ella, la más linda  del barrio cuando lo eligió a él, que solo tenía sueños y chamuyo. Apretó fuerte esa mano transpirada, hizo un bollito el ticket y lo embocó en el cesto desde casi dos metros.
-¡Doble!-gritó, antes de concluir-Nada mi amor, un papelito que encontré.-
La abrazó de atrás mientras ella acomodaba las compras del súper, le besó la mejilla y se sonrieron mirándose a los ojos. Y se dijeron algo que se repetían desde siempre, una broma adolescente, casi al unísono.
-Que suerte que tenés de haberme conocido-
Y ella agregó:
-Si tuvieses plata, serías perfecto-.



“Pronto llegará, 
El día de mi suerte 
Sé que antes de mi muerte 
Seguro que mi suerte cambiará
 
“El día de mi suerte”, Héctor Lavoe




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por comentar!!!Espero que mis ganas de escribir coincidan con tus ganas de leer.Si te gustó, compartilo.Y si no,también.