viernes, 10 de agosto de 2012

Martes


Martes

Mientras ella cantaba, el dejaba que se consuma su cubito de hielo en lo que estaba tomando, que ya no recordaba qué era. No muchos prestaban atención a la voz de ella, porque el ambiente festivo no coincidía con la tristeza de la temática de sus interpretaciones; y porque realmente no era una gran cantante.
Sentada sobre el piano, la imagen era infinitamente superior al espectáculo. Ella allí seguía, ignorando la mirada compasiva de los pocos clientes que le prestaban atención. Pero él era distinto: estaba ahí por ella. Cada detalle, cada gesto, cada quiebre en la impostación que ejecutaba, él la disfrutaba. Y no era una simulación, o una postura. La adoraba.
La había descubierto en el peor momento de su vida. Un martes pasó por ese bar, y decidió cambiar su rutina: Se iba a agarrar una borrachera inolvidable, se dijo. A la mierda el forreo del jefe, su suegro. A la puta que lo  parió la rompe huevos de la mujer que le exigía un nivel de vida que él económicamente no podía sostener, y no colaboraba en nada porque “ella dedicó su vida a su familia, y tenemos cuatro hijos que crié sola…”. Al olvido las insoportables reuniones con amigos que le adosó su mujer, porque los de él no eran lo que se espera (lo que su mujer esperaba) de gente adulta y responsable. De lado quedaba su título de periodista guardado en los archivos de la nada.
Así llegó a su encuentro, que se le presentó sin que ella lo supiese, con esa versión destrozada de “Afiches”, en un intento jazzeado de que ella pueda cantarlo de una manera aceptable. Y no…
-“Es hermosa. Es fresca como el agua que tomás directamente de la canilla del baño las mañanas de resaca”-, pensó con su particular manera de cotejar a las personas con ridículas comparaciones.
Convencido de haber descubierto algo que era un secreto que el destino le tenía preparado, pero sin el valor para encararla, se cercioró por intermedio del mozo, de que ella habitualmente cantaba allí, que no era la última oportunidad en la que la vería. “Los martes, no sé por qué”, le dijo el mozo desconfiado, sin saber si la pregunta era para no volver a venir cuando ella se presente otra vez, o si era la duda de un admirador.
Oculto entre la oscuridad del lugar y las mesas mal dispuestas, cada martes volvió a encontrarse con ella, pero con la cobardía suficientemente expuesta como para no exponerse. Y se enamoró, apasionadamente, tangamente. De su voz, de sus ojos, de su lejanía. Y ella siguió sin saber de su existencia más allá de que alguna vez le pareció que ese hombre estaba prestándole más atención que el resto de los habituales escuchas, poco predispuestos a que ella interrumpa sus risas y conversaciones a los gritos. Nunca él confesó su amor. Nunca ella lo adivinó siquiera.
Hoy, él cree que está condenado a la infelicidad eterna de su rutina; de su laburo; de su mujer; de sus malabares económicos para conformarla; de su incapacidad de olvidarse de todo aún tomando. Y cree que la vida no tiene sentido, que debería tener los huevos suficientes para encararla de otra manera. Qué la insoportabilidad de vacía vida ya no tiene sentido, que la tregua del martes ya no le alcanza.
Pero eso le pasa todos los miércoles.



“Él dice que la vida, es un chiste maldito.
Ella llora siempre que suena un blues…”
“Mientras Haya Luces de Bar”, Iván Noble, Caballeros de La Quema


4 comentarios:

  1. ME DA MUCHO PLACER PODER LEER LO QUE ESCRIBIS E INCLUSIVE PODER COMPARTIRLO EN FAMILIA... NUEVAMENTE ME GUSTO Y LO DISFRUTE MUCHO. GRACIAS SER!

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  2. Gracias a vos Piti!!!Por estar siempre, e incluir a tu familia en este experimento.Besos!!!

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  3. Guau.. podria ser jueves tal vez,o no. muy bueno Sergio.

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  4. Muchas Gracias Adri!!!Un placer que te guste y comentes, espero tu participación siempre.El jueves, si querés...JA!Besos!!!

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Muchas gracias por comentar!!!Espero que mis ganas de escribir coincidan con tus ganas de leer.Si te gustó, compartilo.Y si no,también.