Martes
Mientras
ella cantaba, el dejaba que se consuma su cubito de hielo en lo que estaba
tomando, que ya no recordaba qué era. No muchos prestaban atención a la voz de
ella, porque el ambiente festivo no coincidía con la tristeza de la temática de
sus interpretaciones; y porque realmente no era una gran cantante.
Sentada
sobre el piano, la imagen era infinitamente superior al espectáculo. Ella allí
seguía, ignorando la mirada compasiva de los pocos clientes que le prestaban
atención. Pero él era distinto: estaba ahí por ella. Cada detalle, cada gesto,
cada quiebre en la impostación que ejecutaba, él la disfrutaba. Y no era una
simulación, o una postura. La adoraba.
La había
descubierto en el peor momento de su vida. Un martes pasó por ese bar, y
decidió cambiar su rutina: Se iba a agarrar una borrachera inolvidable, se
dijo. A la mierda el forreo del jefe, su suegro. A la puta que lo parió la rompe huevos de la mujer que le
exigía un nivel de vida que él económicamente no podía sostener, y no
colaboraba en nada porque “ella dedicó su vida a su familia, y tenemos cuatro
hijos que crié sola…”. Al olvido las insoportables reuniones con amigos que le
adosó su mujer, porque los de él no eran lo que se espera (lo que su mujer
esperaba) de gente adulta y responsable. De lado quedaba su título de
periodista guardado en los archivos de la nada.
Así llegó a
su encuentro, que se le presentó sin que ella lo supiese, con esa versión
destrozada de “Afiches”, en un intento jazzeado de que ella pueda cantarlo de
una manera aceptable. Y no…
-“Es
hermosa. Es fresca como el agua que tomás directamente de la canilla del baño
las mañanas de resaca”-, pensó con su particular manera de cotejar a las
personas con ridículas comparaciones.
Convencido
de haber descubierto algo que era un secreto que el destino le tenía preparado,
pero sin el valor para encararla, se cercioró por intermedio del mozo, de que
ella habitualmente cantaba allí, que no era la última oportunidad en la que la
vería. “Los martes, no sé por qué”, le dijo el mozo desconfiado, sin saber si
la pregunta era para no volver a venir cuando ella se presente otra vez, o si
era la duda de un admirador.
Oculto
entre la oscuridad del lugar y las mesas mal dispuestas, cada martes volvió a
encontrarse con ella, pero con la cobardía suficientemente expuesta como para
no exponerse. Y se enamoró, apasionadamente, tangamente. De su voz, de sus
ojos, de su lejanía. Y ella siguió sin saber de su existencia más allá de que
alguna vez le pareció que ese hombre estaba prestándole más atención que el
resto de los habituales escuchas, poco predispuestos a que ella interrumpa sus
risas y conversaciones a los gritos. Nunca él confesó su amor. Nunca ella lo
adivinó siquiera.
Hoy, él
cree que está condenado a la infelicidad eterna de su rutina; de su laburo; de
su mujer; de sus malabares económicos para conformarla; de su incapacidad de
olvidarse de todo aún tomando. Y cree que la vida no tiene sentido, que debería
tener los huevos suficientes para encararla de otra manera. Qué la insoportabilidad
de vacía vida ya no tiene sentido, que la tregua del martes ya no le alcanza.
Pero eso le
pasa todos los miércoles.
“Él dice
que la vida, es un chiste maldito.
Ella llora siempre que suena un blues…”
Ella llora siempre que suena un blues…”
“Mientras
Haya Luces de Bar”, Iván Noble, Caballeros de La Quema
ME DA MUCHO PLACER PODER LEER LO QUE ESCRIBIS E INCLUSIVE PODER COMPARTIRLO EN FAMILIA... NUEVAMENTE ME GUSTO Y LO DISFRUTE MUCHO. GRACIAS SER!
ResponderEliminarGracias a vos Piti!!!Por estar siempre, e incluir a tu familia en este experimento.Besos!!!
ResponderEliminarGuau.. podria ser jueves tal vez,o no. muy bueno Sergio.
ResponderEliminarMuchas Gracias Adri!!!Un placer que te guste y comentes, espero tu participación siempre.El jueves, si querés...JA!Besos!!!
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