sábado, 28 de julio de 2012

Evolución.


Evolución

Cuando la vió entrar al pub, donde él estaba acodado en el extremo de la barra más lejano a la puerta, porque desde ahí se campanea el boliche completo, no pudo dar crédito. Se refregó los ojos, un poco también porque las cervezas acumuladas le estaban dando sueño. Pero indudablemente era ella. Y recordó ese momento, cuando el sol caía en la tarde fría, en ese patio de escuela desolado.
La tarde que creía recordar, él estaba con otros desclasados compartiendo una petaca de “Mariposa”, un poco para combatir el frío que los encontraba como siempre en remera y camperita de algodón. No se dieron cuenta de la hora, y estaba entrando el otro turno, que desconocía porque tenía la costumbre de escaparse siempre antes de hora. Pero el destino quiso que ese día, a esa hora, él esté ahí. Y apareció ella.
Su cabeza intentaba describirla, pero le faltaban palabras, imaginación y lucidez para acercarse a lo que vió cuando ella entró y se dispuso a cruzar el patio hacia los salones. Fue tal el impacto, que a pesar de los piropos de sus compañeros de escabio, él no emitió sonido. Y para complicarla, se bajó el resto de la petaca, lo que hizo que se gane una buena arrebatada por parte de todo el grupo, que decidió de esa manera terminar el “picnic”, y tomarse el olivo.
Él entonces resolvió entrar tras ella, y ver si al menos podía saber algo más. Le ganó el pasillo por una de las puertas laterales, y llegó justo para cruzar frente a su paso antes de que entre al aula. Demás está decir que jamás hizo gesto alguno él, y que nunca jamás ella percibió su presencia. Pero eso determinaría de ahí y para siempre su actitud.
Estableció que a partir de ese instante, ella sería la razón de su vida. Como primera medida, se bañó todos los días, se lavaba la ropa y la planchaba antes de ir al colegio, al que nunca más faltó. Cuando llegó el turno del primer acto escolar, él había hecho mérito suficiente para estar en la bandera, solo para que ella lo vea. Pero claro, cada turno tiene su acto, y ella no se enteró.
Esa avidez lo llevó a frecuentar la biblioteca a diario, y lo relacionó con todos los pibes y chicas inquietas de la escuela. Sobresalió tanto, que por supuesto lo eligieron delegado de su curso; y cuando se armó la lista para el Centro de Estudiantes, nadie se opuso a que él encabezara la misma. Pero nada: seguía siendo invisible para ella, que ni siquiera lo miraba para evitar chocarlo cuando él sutilmente se le cruzaba en tres de cada dos pasillos, en la biblioteca, patios y laboratorios.
Incluso sus esfuerzos superaban el ámbito escolar. Aprendió a tocar la guitarra, se puso una bandana y sacó el solo de “Sweet ChildMine “cuando le vió un pin de los Guns, sin saber que la mochila que portaba el mencionado pin, no era de ella, qué odiaba al bufón de Axl.
Y cuando se enteró que estudiaba francés, ahí andaba por las calle, preguntando:”
¿Comment vous appelles-vous?” a los perros, que lo miraban asombrados. Todo un esfuerzo inútil, porque ella lo ignoraba con el más absoluto desdén, por ese absurdo acento que él esgrimía, como si imitase al Inspector Clouseau.
Y quizás empezó  a descubrir que ese fue el motivo para dejarlo así: Un espectro que rondaba los bares buscando algo que ya había perdido definitivamente. Y decidió entonces jugar su última ficha, y encararla. Se acomodó un poco la pilcha, el pelo, y fue hacia ella, que venía con una amiga. Y tomando impulso, le dirigió por primera y única vez en su vida la palabra:
-Hola, ¿Te acordás de mí?- soltó, tan simple como estúpido.
Ella lo miró, también por primera vez sentía él, y la respuesta fue obvia.
-Perdoname, pero no…- Y siguió camino hacia un grupo de gente que la esperaba, sonrientes, borrachos y ridículos.
Y ese fue para él, el fin. Y volvió a ser quién creía estar condenado a ser. 
Y en una mesa cercana, la amiga que ingresó al bar con ella escuchó la confesión:
-¿Viste el tipo que me encaró? Lo conozco. Yo moría por ese pibe. Pero de golpe se volvió un pelotudo, no hacía otra cosa que llamar la atención. Un boludo…



“Las minitas aman los payasos, y la pasta de campeón”.
“El pibe de los astilleros”; Carlos “Indio” Solari, cantante argentino.



8 comentarios:

  1. CUANTA VERDAD HAY EN ESTA HISTORIA, MUY BUENA SER, GRACIAS!

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    1. Gracias Piti por pasar!!!"La única verdad es la realidad", dijo alguien.Y se equivocó.Besos!!!

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  2. Verónica Albornoz29 de julio de 2012, 12:23

    Muy buena, me encanta el relato, aunque le hubiese agregado un par de saltos entre la escuela y el bar, como para acelerar la historia de él, sabiendo que quizás, tal vez, volvió a ser él mismo antes de reencontrarse con ella, esa ella que lo convirtió en algo más. Muy buena.

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    1. Gracias Vero!Tus aportes son muy interesantes, los voy a tener en cuenta para próximos textos.Besos!!!Gracias por comentar.

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  3. Me encantó negro. A diferencia de Verónica,yo no te digo que le "hubiera" agregado tal o cuál cosa, sencillamente porque ya se las agregué. Para mi los "baches" en los textos(espacios de indeterminación es el nombre técnico y decime si ya el sólo nombre no genera curiosidad jaja)es lo que está bueno. Precisamente porque vos, Verónica y yo, imaginamos tres historias distintas gracias a ellos...Dale que te leo, siempre es un placer. Sabrina

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    1. Gracias Sabri!!!Me encantan las críticas y los aportes, la idea es la del intercambio, no quiero un blog muerto, y no me considero incorregible.No al menos en esto...JA!Beso, por pasa, por comentar y por difundir.

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  4. Muy Buena Sergio y hay una verdad innegable. ..."el frio siempre nos agarro con camperita de algodon"...


    Javier Acuña

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    1. Negro!!!Inmediato tu aporte...La verdad es que el frío siempre nos agarraba desprotegidos.Como el calor, como la mañana, como la noche...¿Será que no nos importaba?Abrazo!!!

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Muchas gracias por comentar!!!Espero que mis ganas de escribir coincidan con tus ganas de leer.Si te gustó, compartilo.Y si no,también.