lunes, 30 de marzo de 2020

Coelho


                                                                        Coelho

Canadá. Fue lo primero que se me cruzó por la cabeza cuando me preguntó casi llorando adónde mierda íbamos a ir. Mi mala memoria me hizo creer que estaba respondiendo con parte de la letra de “Patri”, que habla de buscar un tren que nos escupa bien lejos, Ciudad Evita, Madagascar, Yugoslavia o La Paternal. Y no, ni en eso la pegaba.
Obviamente se enojó todavía más, ante una respuesta casi tan idiota como el planteo de irnos que le había hecho y que generó la pregunta de ella. Me dijo que no diga boludeces, que ella sin la madre no se iba a ningún lado. Antes de responder que la llevábamos con nosotros, y que definitivamente me mande a la puta que me parió, se anticipó y me antepuso como impedimento la parte administrativa y legal. Y tenía razón, ni siquiera tengo DNI yo, menos pasaporte. Y ni hablar de una visa, siendo que no tengo una profesión que sea de gran demanda en ningún lugar del planeta. Ni siquiera acá,  me dijo para dejar en evidencia que soy un completo inútil para el mercado globalizado.
Y tenía razón en todo. Le estaba proponiendo irnos, y poder vivir tranquilos, lejos de todo. ¿Lejos de qué? Parecía que a pesar de haber leído por arrastre generacional la malísima novela del brasilero, todavía no había aprendido que uno se va con su carga en las valijas. Sean sueños, recuerdos, problemas, amores, condenas. Todo. Pero yo solo me quería ir con ella, después de darme cuenta de que no podía estar sin ella.
No era la primera vez que me pasaba esto, pero como cada vez, quería creer que era la definitiva. Canadá, pensaba mientras ella me largaba una perorata barroca de motivos para no seguir conmigo, y mucho menos irse a ningún lado. Yo la escuchaba casi ensimismado, mirándola casi por compromiso, pero sin que ella se diera cuenta. Había aprendido esta técnica en los seis meses a los que fui  a la Universidad, y que por llegar tarde siempre me tocaba la primera fila de pupitres, y los profesores me miraban, porque siempre miran a los boludos que están adelante. Y así estaba, mientras la veía mover la boca como si estuviera masticando las palabras parta escupirlas, y ese escupitajo me cayera asquerosamente entre la nariz y la boca, dejándome  un gusto amargo  de abandono, veneno, desazón, reproches tardíos y reclamos absolutamente innecesario. ¿Para qué pedir perdón, si ya no le importa?, diría el Flaco que siempre tiene la posta.
Cuando ella terminó, o eso al menos yo creía, casi mecánicamente saqué el teléfono del bolsillo, y le pedí que me ponga la clave del wifi. Me miró desconcertada, seguramente pensando que no podía ser más pelotudo, pedirle esa boludez casi sin registrar todo lo que ella me había dicho en ese largo y lacrimal discurso que duró unos largos minutos. Me lo sacó impetuosamente de las manos, y se fue a la heladera en donde tenía pegada con un imán la interminable clave que le puso la empresa de telefonía, al lado de un par de souvenires de cumpleaños a los que habíamos ido a aburrirnos juntos, y deliverys que jamás llamamos. Volvió caminando rápido, casi ansiosa de ver qué carajos estaba por hacer, mientras me revoleaba prácticamente el teléfono para devolvérmelo. Creo que le di  las gracias, y me puse a buscar lo que necesitaba.
Ella se quedó imperturbable a mi lado, mientras yo concentradísimo terminaba de hacer lo que estaba haciendo. Cuando terminé, unos minutos después  ante la atenta y descreída mirada de ella, me levanté y apunté a la puerta de salida, dándome por invitado a retirarme, aunque ella no me lo hubiera dicho directamente. Yo lo intuía de su monólogo racional y cobarde, de esa mirada de despedida, de esos ojos que me miraban resignados.
Era tarde además, y mi casa no quedaba cerca de la suya, y al otro día se laburaba. Creo que le dije hasta mañana, fingiendo estar ofendido porque ella no se había animado a irse conmigo. Y le mentí, una vez más. Mañana tenía turno para sacarme el DNI, recién lo había conseguido online. Y voy a pedir permiso para no ir a laburar mañana, con ese pretexto. La embajada de Canadá no queda lejos del Registro Nacional de las Personas. Chupala Coelho, yo me voy igual.

"...Y ya no esperarás, más de la cuenta,
y siempre serás la que yo soñé.
Y yo seguiré pensando que es peor,
amar y envejecer..."


Amar y envejecer, Las Pastillas del Abuelo.

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