lunes, 5 de noviembre de 2012

Al sur de la prosperidad


Al sur de la prosperidad


Si la legendaria sospecha es cierta, estas acciones se remontarían algunas generaciones atrás, cuándo la importancia de las cosas se manejaba con otras escalas.
En tiempos de crecimiento poblacional más irregular e inconstante, con pequeños grupos de personas que crecían alrededor de una vía de ferrocarril como guía edilicia, social y comercial; un minúsculo círculo de personas con intereses más altruistas que el común de los nuevos vecinos, decidieron que esa ciudad al sur de la línea que dividía el Bien y el Mal, construirían una comunidad que iría a contramano de los cánones impuestos por la modernidad.
Sin ningún tipo de publicidad, sin avisos mediáticos ni explosivas actividades, se encargaron de ir minando uno a uno los símbolos del progreso, anclando esa ciudad en un estado de inmovilidad permanente, con pequeños atisbos que hacían creer que eran influenciados por el mundo que los rodeaba, cuando en realidad solo tomaban de él algunos detalles para poder llevar a cabo su magistral plan.
Así, cuando el asfalto era el modo más evidente de demostrar prosperidad, estos cofrades se encargaban de mantener sus polvorientas calles de tierra, con zanja y pasto a sus costados. Visto por un visitante, era una demostración de atraso. Desde su combativa acción, era una forma de desfavorecer la visita de indeseables. Las canchitas de fútbol eran potreros secos, inclementes. Y la razón esgrimida era que no se quería perder la pureza del juego, entre romántico y brutal.
Los colegios, por ejemplo, eran constantemente cerrados por inundaciones, plagas, caídas de árboles. Se recurría entonces a la explicación que de esta manera, los alumnos contemplaban de manera certera y contundente, el accionar de la naturaleza, y las consecuencias que traía su manipulación errónea.
Algunas veces ocurrían delitos en los qué, jóvenes en su mayoría, quitaban a otros los pocos objetos que podían comprar con el trabajo que ejercían (muy posiblemente fuera de este ámbito, que entre otras cosas, escapando del salvaje capitalismo y combatiendo el bestial consumismo, no tenía polo industrial alguno), en una vívida representación de la redistribución de la riqueza, qué, por otra parte, obtenida fuera de su cerrada colectividad, estaba manchada por la externa amenaza.
Las relaciones humanas no escapaban de esos pensamientos y actitudes. No había calle en la que una relación no se encadenara a otra, y así un primo era amigo de la cuñada de la tía de la maestra del  pibe que atendía la verdulería de la señora que es la abuela de la madrina del repartidor de diarios que iba al colegio con la hermana de la novia del primo que menciono al comenzar esta explicación. Eso creaba odios y amores en igual medida, ya sea de forma directa, o por empatía con algún eslabón de esa cadena familiar.
Transcurrió entonces el desarrollo de esta ciudad, siempre regida por la oscura, la oculta cofradía. La vía dejó de existir algunos años después de que el ferrocarril dejó de surcarla.
 Ya no era esa la guía que condicionaba a su sociedad. Había cedido ante algo más abstracto y subjetivo, una idea que sobrevolaba día a día, minuto a minuto el alma de sus habitantes. Un espíritu que parecía anacrónico la dominaba, la sujetaba a sus decisiones y caprichos.
Aunque algunos se empeñen en adjudicar todo lo enumerado a la ineptitud de los gobernantes de turno; a la desidia de las autoridades pertinentes; a las consecuencias de años de pérdidas de valores, de calidad educativa, de ser parias. Eso pasará en otros lugares.
Porque si usted vive la experiencia de visitar un barrio en el que las esquinas son centro de reuniones y asambleas con la fachada de una cerveza o un faso como único motivo de ese encuentro, no se asuste ni huya despavorido pensando que cayó en un antro de perdición, en una ciudad enviciada por el pecado y la ignorancia. Es muy probable que usted haya terminado en mi ciudad, donde todos son rehenes y súbditos de la Cofradía de los Pibes Sin Calma.

“En la tierra del ruido
y la prostitución
y las calles mugrientas
con mercados hambrientos
que perforan la estación
como largas culebras”
“Los mocosos”, A. C. Martinez, Los Piojos.

8 comentarios:

  1. Muchísimas gracias!!!Es muy importante cualquier tipo de manifestación con respecto a lo que uno expone, no es necesario siquiera que sea a favor.Y vos sos la máxima difusora, con la brutalidad que ello conlleva...JA!Besos!

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  2. Me encantó y me emocionó, tiene una carga emotiva muy grande, de verdad se siente que llevás Solano en la piel.
    Verónica Albornoz

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  3. Gracias Vero!Pensé cuando lo releí, que muchas de nuestras ciudades del conurbano, y por qué no, de países con condiciones similares al nuestro, tienen más en común de lo que imaginamos. Y que son así, aunque no hay dudas de que deberían ser mejores. Y como todo, no todo lo malo es tan malo, ni todo cambio es para mejor. Beso!

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  4. Muy poetico! Si la conciencia colectiva hubiese crecido a la par de lo que creció la población hoy estariamos hablando con un poquito más de altura. Y por conciencia digo con el simple hecho de no tirar un papel en la vereda,y de otras cosas simples que mejorarían la calidad de vida, si no empezamos nosotros mismos no esperemos de los demás demasiado.

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    1. Gracias Adri!No es una ecuación tan simple creo, hay muchas variables que inciden en el crecimiento de las personas, quiénes al fin de cuentas hacen de su barrio su mundo.Beso!

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  5. Si entiendo que simple no es porque implica fuerza de voluntad y es lo que lamenteblamente nos falta y mucho.Aunque esto, aclaro, no tenga que ver de ninguna manera al aprecio que uno tiene a su gente y lo que ha vivido y compartido a través de los años.

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  6. Demasiadas cosas nos faltan, por supuesto que las que vos mencionás están entre las principales. Y para mí, mi ciudad es eso, mía, y pierdo objetividad al analizarla.Gracias por el aporte!Besos!

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