martes, 18 de septiembre de 2012

Muñequita


Muñequita

Esa mueca parecía una sonrisa. Claramente no lo era, y ella tampoco era quien solía ser. Por esos labios habría matado cualquiera, hasta yo que cuando muero ya no es por amor. Todos los pibes del barrio enloquecieron cuando ella irrumpió en escena, la nena dulce pasó a ser una bestia caníbal, que se alimentaba con los corazones rotos que iba dejando a su paso.
En ésa época, había dos formas de destruir el alma de un chico de barrio entregado al amor: La mujer podía no darle bola, lo que provocaba cierta angustia que les hacia replantearse si valía la pena vivir; o había otra peor: Darle bola, para que el tiempo les demostrase que ése amor estaba condenado al fracaso más rotundo, el inevitable.
Bueno, ella era una de las que se decidían por la segunda opción. Y así, una murga a contramano de amantes abandonados rondaban su esquina para verla irse con otro, para auto consolarse unos con otros en eternas borracheras de vino en damajuana, cervezas calientes, porros berretas. Y ese malvivir los eternizaba como perdidos, como escoria, como irrecuperables. Ella había triunfado en su naturaleza.
Pero como nada dura para siempre, y la belleza es sinónimo de juventud casi inexorablemente, ella era hoy esa mueca que me sorprendió ver. Y la sorpresa provenía de la familiaridad de un rostro que me recordaba a quien insistía ser, pero no era. Como cuando soñamos que estamos con alguien pero no es, en un lugar que parece y no es, y ni siquiera nosotros somos nosotros. Así nos cruzamos, yo inmune porque nunca pertenecí al séquito adorador de su belleza. Ella, impávida porque nunca registró mi existencia en aquél entonces, y hoy yo no era ni siquiera un recuerdo en su existencia.
Así la vi, perdida como acostumbraba dejar a los muchachos que engatusaba, con la vida como una mochila pesadísima que ralentizaba sus pasos, con ese grupo de nenes alrededor que le reclamaban una atención que no estaba dispuesta a prestar. Como un detalle anacrónico, su maquillaje ocultaba más sus desesperados intentos por detener el paso del tiempo, que ocultar el mismo. Los ojos buscando algo que sabía no podía encontrar; la mente en una labor casi antropológica buscaba al último ser humano que amó. El corazón, nada: Nunca tuvo.
Ella, la Muñequita de mi barrio se creía aún altiva, soberbia, imponente. Pero era su propia caricatura. Como una venganza no ejecutada, porque los verdugos no se atreverían a dañarla. Como la justicia que nunca llega, y suele ser la pesadilla de los culpables.
Así fue la sensación de darme cuenta de que yo sería fiel reflejo de esa decadencia, que tampoco podría haber evitado ser mi caricatura.



“Campaneá la ilusión que se va
y embrocá (*) tu silueta de rango,


y si el llanto te viene a buscar
escurrí tu dolor y reí...”
 “Muñeca Brava”,  Letra: Enrique Cadícamo/ Música. Luis Visca

(*)-Embrocá: Observá detenidamente.

2 comentarios:

  1. Si se muere por amor!no es a elección!...pero la frase "y yo que cuando muero ya no es por amor" es hermosa y la posibilidad de que pueda ser a elección , casi "inmunizarse" al amor que duele, también...Sabrina

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    1. Creo que desear la inmortalidad es un hecho egoísta, porque debería incluir en esa eternidad a todos nuestros seres queridos.Y ya es pedir demasiado...Entonces, pidamos algo más accesible mientras esperamos comprobar si somos mortales o no.Gracias por pasar y comentar Sabri, beso!!!

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Muchas gracias por comentar!!!Espero que mis ganas de escribir coincidan con tus ganas de leer.Si te gustó, compartilo.Y si no,también.